Insistencia en Luzbel

En su libro libro de memorias titulado Recuerdos del tiempo viejo, cuya edición facsímil acaba de ser publicada, José Zorrilla, que conocía muy bien a su país y por eso se pasó veinte años en México, comenta una anécdota que nos viene muy a cuento para ejemplificar a nuestros políticos en estos últimos meses. En México D.F. había un casino español, muy concurrido, que tenía una compañía de teatro formada por aficionados. Éstos le pidieron al autor de El puñal del godo permiso para representar la obra. Zorrilla lo otorgó y asistió el día del estreno. Al final de la representación, un amigo que tenía al lado le preguntó: «¿Qué tal lo hicieron los godos?». El poeta compungido lo miró y le respondió: «¡Hombre! Lo han hecho tan mal, que buscaba yo el puñal para matarlos a todos».

Sí, eso es lo que deben de estar pensando muchos de los –una vez más– defraudados votantes a quienes se les ha vuelto a engañar vilmente. Pues de lo que allí se dijo, al menos por parte del presidente en funciones, nada parece ser que fuera verdadero. Y después de meses de zozobra y peleas e insultos, se solventa todo en 24 horas, el tiempo en que decía Lope le costaba escribir una obra de teatro. Sánchez va ganando batallas pírricas, pensando que quizás algún día gane la definitiva, pero no es así. El rey griego de Epiro ganó todas las batallas contra la República romana, pero sufrió tal desgaste que comentó a sus lugartenientes: «Si ganamos otra batalla más quedaremos totalmente destruidos».

Insistencia en LuzbelSánchez va camino de llevar a su partido a esa destrucción y fenecer él mismo. ¿De qué le han valido todas las argucias para no impedirle la pérdida de varios diputados y quedar peor que antes? ¿Cómo alguien puede aliarse con el mal y toda la corte celestial de ángeles caídos? ¿Cómo se puede pasar de una izquierda moderada socialdemócrata y progresista a una extrema izquierda, aliada con proindependentistas, anticonstitucionalistas, enemigos de nuestro régimen económico, antieuropeos, y tantas cosas más que abren paso a un Estado totalitario como aquel que levantó el Muro de Berlín? ¿Cómo se puede hablar con los partidos secesionistas que tienen en la cárcel a dirigentes y militantes que han llevado a cabo graves delitos? E incluso pedirles el apoyo para la investidura. Y extender esta petición a quienes tienen las manos manchadas de sangre, de la propia sangre de muchos socialistas, en el País Vasco. ¿Cómo el agredido puede ponerse en manos del condenado agresor? ¿Cómo se puede utilizar el referéndum o la amnistía en beneficio propio? Y mientras estos actores, peores que los de aquella compañía de teatro, siguen ya interpretando una obra cuyo guión lo saltan por doquier, vivimos en la deriva del Estado y el ya absoluto desgobierno en Cataluña donde quienes deberían imponer el orden son quienes manejan a su antojo el desorden. Al día de hoy, de facto, nos guste o no, Cataluña ya es independiente porque allí desde hace tiempo las leyes no se cumplen y los dirigentes de la Generalitat han impuesto el miedo sobre el resto de la población que no es adicta a sus ideas, sin que este Gobierno haya acudido en su ayuda. Quienes allí permanecen fieles al Reino de España es por lealtad propia, no porque cuenten con la ayuda de este mismo Gobierno que ha seguido en la debilidad más absoluta frente a la autocracia.

¿Cómo podrán sobrevivir dos gobiernos paralelos?¿Cómo podrá sobrevivir la supuestamente ejemplar funcionaria europea, la ministra Calviño, frente a la ferocidad de este tribuno de la plebe amenazante siempre de retirar su apoyo si no saca adelante sus proyectos? Y si la cartera de Cultura cayera en manos de estos furibundos espartaquistas y odiadores del genio creador, los escasos fondos del ministerio irían a parar a sus asociaciones de piqueteros peronistas. Ya lo dijo Errejón, que tendrá que volver a bailar con sus antiguos compañeros: «Hay que dejar sembrados los centros culturales de instituciones populares que resistan, donde refugiarse cuando gobierne el adversario. Además, hay mucha estructura para mantener a la militancia, pues esta no se sostiene en el aire…». El ayuntamiento de Carmena asoló y desertizó a la cultura de la capital en favor de colectivos que ni siquiera tenían estructura jurídica. Pero, eso sí, eran totalmente afines. Y el PP no puede pensar que, permaneciendo al margen, se puede librar de culpa. Tiene la obligación de hacer todo lo imaginable para que no se produzca lo que pone en peligro a todos los españoles. Y lo mismo le sucede a Ciudadanos, por muy escasos diputados que le queden. Debe pactar (la gran coalición, a la alemana, hubiera sido lo mejor, pero no va a ser posible por intereses particulares) o facilitar la gobernación. Al menos intentarlo y, de no ser posible, dejarlo en evidencia.

Todo menos que el poder caiga en manos de los populistas (ya algo difícil) aunque peor aún sería de los independentistas periféricos. Esa reunión de partidos con un relator, saltándose al Congreso de los Diputados, sería el principio del fin. ¿ Y cómo se puede hablar de una mesa de iguales entre una comunidad y el Estado? La situación es de una gravedad absoluta, pero de tanto repetirlo las palabras también se gastan, se hacen habituales, pierden su fuerza. Pero la situación sí es gravísima. Nos jugamos la pervivencia de nuestro país.

¿Por qué el Partido Socialista prefiere estar con los anticonstitucionalistas que con quienes se supone comparten el credo principal, que es la Carta Magna? Esa inclinación hacia Luzbel es terrible. Sabemos que el separatismo no se nutre de argumentos, sino de emociones irracionales. Y lo irritante es que esta atmósfera emotiva impide a la razón poner paz. El descontrol de las emociones puede desestabilizar una comunidad y fragmentarla, imponer los sentimientos y las ficciones por encima de la ley. Las emociones no viven predeterminadas de forma innata, sino que se van moldeando de innumerables maneras mediante las circunstancias y las reglas sociales. Salvador de Madariaga decía que en los españoles había un separatismo innato, y ya lo estamos comprobando, no solo con las comunidades habituales, sino también con los cantonalismos decimonónicos. Y Madariaga añadía que cuanto más separatista era el vasco o el catalán, más español probaba a ser. Él confiaba en que estos sentimientos se moderarían con la europeización del país, cosa que no ha sido así. Según vamos, volvemos a estar en manos de Indíbil y Mandonio. El primero, individualista e incivil; el otro, autoritario. «De entonces a acá, nuestros Indíbiles, con sus intemperancias, no han hecho más que abrirles camino a nuestros Mandonios. Y así vamos dando tumbos en la historia de la dictadura de Mandonio a la anarquía de Indíbil y de la anarquía de éste último a la dictadura del otro, confundiendo autoridad con poder, y mando con opresión», escribía Madariaga.

Hoy en Cataluña, como antes en el País Vasco, el miedo se ha instalado, y el miedo es una gran amenaza para la democracia que se construye con el amor al bien y no al mal, a la esperanza de un futuro mejor y no a la desesperanza y al caos. El miedo, en épocas de peligros, hace a las masas recurrir inevitablemente a personas fuertes y sin escrúpulos. Ninguna democracia es eterna, solamente perdura mientras la desean y, fundamentalmente, la defienden sus ciudadanos. Cioran, que conocía muy bien y amaba a nuestro país, siendo él un nihilista, se veía sobrepasado por el nihilismo hispánico. En los Cuadernos, como siempre, hay muchas referencias a nuestro país. En una de ellas dice: «La manía española de volver a abrir los ataúdes explica más de una laguna en la historia hispánica. El esqueleto no es una buena introducción al mundo moderno».

El puñal del godo transcurre en el 719 (hace 13 siglos). Es un dramón histórico que cuenta la caída de los visigodos y la invasión musulmana de la Península. Hay muy pocos personajes: Don Rodrigo (el Rey), el Conde Don Julián (el traidor), Theudia (un noble visigodo amigo del Rey) y Romano, un eremita en cuya cueva de Portugal se han refugiado el Rey y Theudia anónimamente. El papel de eremita hoy estaría adjudicado a Rivera (castigado en esta gruta, a pan y agua, por sus errores). Don Rodrigo es el propio Rey. ¿Y quién interpretaría al conde Don Julián, muerto por Theudia, para vengar la traición a lo que también en aquellos tiempos ya era nuestro país? Ustedes elijan. Shakespeare, en el Enrique IV, hace clamar al Rey: «Anhelo dormir para empapar mis sentidos en el olvido».

César Antonio Molina es escritor, ex director del Instituto Cervantes y ex ministro de Cultura. Autor de La caza de los intelectuales (Destino) y Las democracias suicidas (Fórcola).

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