Insisto, señor Campo

Movido por el puro respeto al lenguaje y a la Ley, pues todos tenemos alguna debilidad, lamento comunicarle, señor Campo, que no puedo dar por zanjado el incómodo asunto de su reciente respuesta parlamentaria. En concreto, su referencia a la supuesta existencia en la España actual de una crisis constituyente y de un debate de las mismas características.

Es el tenor de las excusas ofrecidas por su departamento ministerial, señor Campo, el que me obliga a insistir: usted conoce el Derecho. No aludo al principio Iura novit curia, ya que no se pronunció usted el miércoles como juez o magistrado, sino como ministro. Señalo, en fin, una verdad fáctica, no una presunción.

No sé cómo se enseñará ahora en las facultades, y tampoco me interesa especialmente. Le confesaré que muchas cosas han dejado de interesarme desde que dejé de ser representante del pueblo. Como fuere, lo que sí sé, dado que lo recuerdo con bastante precisión, es cómo se enseñaba en la época en que estudiábamos la carrera. Usted y yo nacimos el mismo año. Había mucho de memorístico, circunstancia que entonces deploré y hoy agradezco. Unos cuantos años memorizando por sistema garantizaban la interiorización de por vida de una lógica y de un lenguaje sin los cuales, francamente, no entiendo cómo se orientan otros en las tareas legislativas y aun en los informales juicios diarios sobre extremos como la organización territorial del Estado o la pertinencia de esta o aquella sentencia.

En materia de Derecho Constitucional fui afortunado: tuve como catedrático a Jordi Solé Tura, padre de la Constitución, y eso, se lo aseguro, le marca a uno. Tanto me marcó que no logré encontrar otra materia entre tercero y quinto de carrera que despertara en mí tanta afición, curiosidad y placer intelectual. Acaso la Filosofía del Derecho, que como recordará se daba en quinto curso. Pero lo que quería señalar es que, fuese mayor o menor en el alumno el impacto del Derecho Político o Constitucional, nadie habría aprobado en Barcelona un examen utilizando en sentido impropio la voz «constituyente». Estoy seguro de que en Sevilla, donde usted estudió, tampoco.

Accedió usted pronto, señor Campo, a la carrera judicial. Debió ser un excelente estudiante. Se doctoró de verdad, no como otros. Ha consagrado la vida al Derecho desde los tres poderes del Estado. No todo el mundo puede decir eso. Basta con ponerse en su piel para comprender cuán ofensiva ha debido resultarle la manera en que intentaban justificarle sus subordinados. Arguyen que, al hablar de una crisis y de un debate constituyentes, se refería usted ¡a la era pos-Covid! Áteme esa mosca por el rabo. El disparate le pinta, en flagrante injusticia, como un tinterillo, como un rábula, como un zurupeto. Como una especie de Sánchez de lo jurídico que se pone interesante a base de tonterías, imprecisiones y sinsentidos sugerentes.

En su descargo afirmo, señor Campo, que sus amigos mienten. ¡Vaya si mienten! Su conocimiento del Derecho da para el concepto «constituyente» y para varios millares más. Ni dormido usaría alguien como usted ese término en el sentido de «existencial», como pretenden hacernos creer. De entrada, porque «constituyente» no tiene tal sentido ni por asomo. Pero sobre todo porque, antes de usarlo, se le dispararían todas las alarmas del jurista completo que lleva inserto en su ser y confundido con él. ¿O acaso debo recordarle cómo ofendió involuntariamente a los padres de varios menores asesinados que asistían al debate sobre la prisión permanente revisable? La ofensa vino, sí, de la prominencia de su razón jurídica sobre cualquier otra consideración. Ni aquellos rostros atravesados por el dolor podían frenar el tanque de razón jurídica en que usted se convierte cuando argumenta sobre lo suyo. Así que no reniegue de su condición, ni permita que lo hagan sus «fuentes cercanas» de forma vicaria.

Lo cierto, ministro, es que el miércoles, en plena sesión de control al Gobierno, barajó usted un concepto explosivo esperando que solo advirtiera la dinamita escondida su interlocutora separatista. Tenga, señor Campo, la valentía de admitirlo. ¿O prefiere exhibir la mancha inmerecida de una supina ignorancia jurídico-política en la cima de su carrera? Con pesar preveo la respuesta -al fin y al cabo es usted un hombre de Sánchez- y me entristece.

Dijo usted lo que dijo, señor Campo, llevándolo escrito y con toda la intención. Y lo hizo porque se trataba de responder a ERC, grupo que necesita mantener la esperanza. La esperanza de demoler el sistema. Se trata de que sus aliados secesionistas no descarten del todo la disposición de ustedes a poner la mesa de la autodeterminación, a enmendarle la plana al Tribunal Constitucional en su sentencia sobre el Estatut, y a consagrar formalmente en un futuro no muy lejano el federalismo asimétrico.

Por eso, señor ministro de Justicia, pisó usted en el Parlamento la delicada línea de una sintaxis performativa por definición. Porque no hay otro modo de seguir la estrategia de su jefe, que es estar y no estar con la Ley. Contra el tópico, no lanzan ustedes globos sonda. Ni en este asunto ni en el de la desmilitarización de la Guardia Civil, ni en ningún otro. El globo sonda, desde una perspectiva histórica, son ustedes. Los lanzó una entidad difusa y colectiva, a ver qué pasaba, cuando la fatiga de los materiales debilitó el sistema. Los impulsa la extrema izquierda que necesitan para gobernar. Un remedo de marxismo barato y peronismo que se pasa la razón por el arco del triunfo. Y el Derecho, como sabe, siempre es razón institucionalizada. Nunca un guiño.

Juan Carlos Girauta

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