Instituto Cervantes: sumar y no restar

Se cumplen treinta años de la creación del Instituto Cervantes y la celebración es el momento de contemplar lo recorrido hasta hoy y lo que son los retos a los que se enfrenta la segunda lengua internacional, ante las consecuencias de su dimensión global, la creación de sociedades y economías del conocimiento, industrias culturales y desarrollo de los medios de comunicación y las denominadas redes sociales. La primera consecuencia es que el español, en estos días, es una lengua americana. Nueve de cada diez hablantes están al otro lado del Atlántico y apenas un 5 por ciento pronunciamos la ce. Es decir, no hay centro ni periferia, sino una forma de ciudadanía global adaptada al futuro, en una lengua de creadores. Claro que es el idioma hablado por veintidós países y en expansión. Unidad y diversidad configuran su territorio, señalaba el profesor Humberto López Morales, antiguo secretario de las Academias Americanas, como el 80 por ciento de los términos utilizados son comunes a todos los países que hablan español. Salvo el caso del Reino Unido, en Europa no existe un ejemplo similar, de tal número de hablantes y de tal número de creaciones culturales.

Instituto Cervantes: sumar y no restarLa proyección atlántica es determinante. Estados Unidos y Brasil, al norte y al sur del vasto continente americano, son las bazas en las que el español dirime su presencia en las esferas internacionales, pues el hecho de que en Estados Unidos sea la segunda lengua y en Brasil, por razones estratégicas, económicas y geográficas, se opte por apoyar al español en la enseñanza secundaria significa que ese «territorio de La Mancha», como lo definió Carlos Fuentes, esa «lengua de andariegos e inmigrantes», al decir del escritor mexicano, lengua de frontera, lengua de sueños y de leyes, de quimeras e invenciones, de realidades y melancolías, ocupe un lugar esencial en el tablero cultural y económico del siglo XXI. Un idioma que se extiende, tanto geográfica como lingüísticamente, que no ha tocado techo ni lo tocará en las próximas décadas.

Al comienzo del siglo XX, lo estudió Juan Manuel Lodares en ‘Gente de Cervantes’ (2000), lo hablaban sesenta millones de personas en todo el planeta; hoy la cifra supera los quinientos. Ya en 1915, ese gran escritor que fue Alfonso Reyes advertía: «Si el orbe hispano de ambos mundos no llega a pesar sobre la tierra en proporción con las dimensiones territoriales que cubre, si el hablar la lengua española no ha de representar nunca una ventaja en las letras como en el comercio, nuestro ejemplo será el ejemplo más vergonzoso de ineptitud que pueda ofrecer la raza humana».

Treinta años después de la creación del Instituto Cervantes el esfuerzo realizado desde España y las naciones iberoamericanas ha sido notable. Escuchar a Alfonso Reyes y trabajar por que el peso del español en el mundo sea una realidad cultural, idiomática, económica y, por qué no, política. Fue Jorge Luis Borges quien escribió: «Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten». Un pasado, un presente y, ahí estamos, un futuro. Iberoamérica es determinante en ese objetivo común, de vocación global y sus ‘impactos indirectos’: creatividad, innovación, emprendimiento, inversión, turismo cultural, patrimonio histórico. La irrupción de una red de hablantes que intercambian ideas, proyectos, mercados, soportes y otorgan seguridad, confianza y autoestima a sus sociedades. Como ha señalado el historiador Manuel Lucena Giraldo, este español global es «la mayor inteligencia colectiva que poseemos en común». Es el instante mismo en el que se requiere pasar de una política reactiva del español a otra proactiva. Y en este sentido, la labor desarrollada por el Instituto Cervantes a lo largo de treinta años es, sin duda, memorable. Como otras grandes instituciones, en su caso transnacional, pues incorpora al conjunto de hablantes de español en sus ámbitos cultural, académico, social, la clave del éxito ha sido su voluntad de sumar y no restar. De olvidarse del adanismo, tan propio de aquí, y del fulanismo, para concentrarse en un empeño común, más allá de coyunturas efímeras. El idioma español es un hecho universal, no hay tantos, ya no es de una nación o de otras, es posnacional, y el Instituto ha sabido responder a este desafío con una hoja de ruta envidiable, modelo para otras instituciones iberoamericanas.

Sí, sumar y no restar sería, ha sido, la consigna de cuantos por allí pasaron. Construir sobre lo construido. Y, como recuerda un viejo refrán italiano: «Las matemáticas no son opinión», pues para un 80 por ciento de las empresas exportadoras españolas, y habría que incluir las iberoamericanas, lo recogía uno de los anuarios publicados por el Instituto: «El hecho de que en el mercado de destino se hable en español puede facilitar su actividad económica». Que se lo pregunten, si no, a británicos y estadounidenses. Uno lo recordó ya a principios del presente siglo: el español es el petróleo de la sociedad española e iberoamericana, una fuente de energía renovable que no tiene coste de producción, que no se agota con su uso, que tiene un coste único de acceso; es un bien no apropiable y, además, el valor se incrementa con el número de usuarios. El español es una lengua de diálogo, de creación, de intercambio, una lengua mestiza, qué lengua internacional no lo es, que en la segunda mitad del siglo XX conoció un formidable protagonismo en las esferas literarias gracias a la irrupción de la llamada nueva novela latinoamericana. Fue la consagración de la primavera literaria: de Cervantes y sor Juana Inés de la Cruz a García Márquez y Vargas Llosa. De Borges a Octavio Paz. Es cierto que el Instituto Cervantes, ante la creciente presencia de la cultura en español en el mundo, nació tarde, si uno piensa en sus colegas franceses, británicos, alemanes, italianos, por referir sólo vecinos europeos, pero el trabajo realizado en estos treinta años ha sido encomiable, basado en una premisa que para cualquier labor cultural constituye su máximo eje de vertebración racional: sumar y no restar.

Fernando R. Lafuente fue director del Instituto Cervantes.

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