Instrucciones para conseguir un buen trabajo y una mala vida

Instrucciones para conseguir un buen trabajo y una mala vida

Para escalar una montaña hay que creer que existe una montaña que subir. Para mirar debajo de la almohada cuando se nos cae un diente hay que creer que un ratón dejará regalos por la noche. Y para ir al trabajo y reventarnos en él la vida hay que pensar que la naturaleza levantó la montaña que intentamos subir, que su existencia no depende de la voluntad humana y que el mercado laboral no es culpa ni responsabilidad de nadie, sino una parte más del espléndido paisaje. Cierto que el ecosistema laboral es tan arriesgado y resbaladizo como una ruta de alta montaña, pero es más fácil adaptarse con el entrenamiento adecuado. Así que, por si pudiera servir de ayuda, comparto una guía personal capaz de hacer que la vida acelerada deje de apretar como una faja y se ajuste al desarrollo profesional de cualquier trabajador como un guante.

En primer lugar, antes de firmar cualquier contrato, al trabajador le conviene menospreciar la palabra y el conocimiento —pues no serán de gran ayuda en el viaje que va a emprender— y asumir que allí donde va son más importantes la rentabilidad y la eficacia que el sentido. Esto con independencia de la profesión que se elija, del trabajo a realizar e incluso del tipo de contrato. Así por ejemplo, renunciar al sentido es esencial si vas a estudiar oposiciones. Una cosa es aspirar a un trabajo estable y otra anhelar entenderlo o cambiar con tus ideas o cualidades la manera de hacer las cosas. Lo que sí hay que entender antes de dedicar la mayor parte del día y de la vida al trabajo es que el tiempo es una flecha que solo avanza hacia delante. Lo primero es ver esa fecha y lo segundo creer que la vida es la línea que dibuja a su paso. Hay que eliminar cualquier idea esférica sobre el mundo o la propia biografía, pues el trabajo es eso que te permitirá prescindir del tiempo cíclico de las estaciones y del viejo ritmo de las cosechas. El trabajador es ese sujeto que no necesita esperar, pues su única misión es avanzar.

Pero antes de correr lo primero es llegar a la línea de salida. Una vez allí, en el trabajo, lo más importante es plantearse un propósito, una meta alcanzable. No hay que ser muy listo para entender que la única meta segura es la puerta de salida, pues un día te irás (o te echarán) del puesto que con tanto esfuerzo mantienes. Más aún, un día serás arrojado de la vida misma que hoy te sostiene. Pero no son esa clase de salidas las que acechan en LinkedIn, al contrario. Por fortuna la muerte no existe en el mercado laboral, por eso podemos correr y sudar como si no existiera un mañana. Porque el mañana no existe para quien acelera sus días con la lógica del dios del trabajo, como tampoco existe la muerte. Así, las personas que divinizan el trabajo y le rinden culto tienen la suerte de creerse eternas: el precio es el sacrificio que su religión les exige, pero la recompensa es que gracias al trabajo dejarán de contar los días. Y es realmente consolador que el tiempo se vuelva incontable porque así los días y las jornadas pasan volando. Y cuando vuela, la vida no duele.

En este sentido, quien desee que el tiempo se vuelva unívoco y lineal debería alejarse de toda suerte de poesía y mantenerse fiel al ritmo del reloj, como si ninguna otra música fuera posible. Sería bueno defender, en alguna reunión familiar, que la filosofía es una pérdida de tiempo en el cu­rrícu­lo y que no merece la pena pensar en aquello que la ciencia no puede explicar. Hay que creer que los agujeros negros son verdaderos si los describe la física, pero que jamás pueden existir en el corazón de un ser humano. Además, hay que convencerse de que por muchas personas que veamos emigrar con toda su vida en una maleta, existe alguna clase de justicia en todo esto, porque esas personas tienen manos con las que trabajar. Y el trabajo aún puede convertir la arbitrariedad en justicia. No hay que estar rezando todo el tiempo, pero sí es importante no dejar nunca de creer, porque el trabajo es religión que premia a sus fieles.

Un matiz importante que debo mencionar es que es preferible no ser una mujer para conseguir un buen puesto. Si lo fueras es muy probable que encuentres serios obstáculos y disuasiones. Se debe entre otras cosas a que tu tiempo es cíclico por naturaleza , por eso sangras todos los meses, te duele todos los meses y te vuelves fértil unos días de cada mes. En este sentido, una mujer trabajadora es una amenaza para el reloj que intenta ordenar el tiempo productivo. Ser mujer no es pues deseable, pero cuando no hay más remedio conviene aceptar que la cima de esta montaña ha sido desde siempre un privilegio de los hombres, también su suplicio desde los orígenes, fuertes cazadores que arriesgaron la vida por mujeres que vivían apaciblemente en una cueva o una granja. (O eso nos han contado). Hay que comprender que lo propiamente masculino es la acción, la conquista, la expansión y el poder. Y las mujeres hemos de ser respetuosas con sus privilegios pues debemos recordar que los hombres se han dejado la vida para conseguirlos. Parece razonable entregar la propia vida si se va a pedir un privilegio tan grande como el de ser varón en un mundo patriarcal, pero conviene no juzgar esta clase de cosas en el curro. Como ya se ha dicho, no es un lugar al que se vaya a entender o a pensar el mundo. La buena noticia es que cuanto menos piense, más claras surgirán las ideas del trabajador.

Y así, con las ideas claras y la vida ordenada, hay que mirar el horizonte una tarde azul de agosto, entender que el planeta arde en hambre y llamas, y pensar a continuación que lo único que la humanidad necesita es poner en marcha una gran transformación digital. Habrá que pedir ayuda a Europa para que nos asista en esta transición fundamental y publicar en los periódicos y en el BOE cualquier avance en esta dirección hasta que mucha gente inteligente piense al mismo tiempo que tiene sentido. Que nuestro próximo destino será virtual, que en el metaverso viviremos mejor y que lo nuevo es siempre lo bueno, igual que la naturaleza es siempre sabia. Sea lo que sea eso que llamamos “nuevo” o identificamos como “lo natural”.

Quien cumpla rigurosamente estas instrucciones conseguirá un buen trabajo… y una mala vida. Quien no se conforme tendrá que empezar a imaginar el trabajo de otra manera. Porque, por muy agobiados que estemos, lo cierto es que somos los únicos dueños de nuestro tiempo. Vivir más despacio no cambiará las cosas: la verdadera revolución pasa por romper el reloj que llevamos dentro. Y desear, por encima de todo, una vida buena.

Nuria Labari es periodista y escritora.

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