Insurrección y desastre

Que casi la mitad de los diputados de Catalunya Si que es Pot hayan decidido votar a favor de la elección de Carme Forcadell como nueva presidenta del Parlamento catalán me parece un hecho revelador. Tanto Lluís Rabell como Pablo Iglesias se apresuraron a justificar este gesto tan sorprendente como innecesario con explicaciones de lo más variopintas. Desde que se trataba solo de un sencillo “intercambio de apoyos en la constitución de la nueva Mesa” de la Cámara catalana, declaró el primero, hasta que era “una apuesta responsable para que las instituciones funcionen”, afirmó visiblemente confundido el segundo. Aunque Iglesias descartó que eso pudiese suponer un precedente con vistas a la reelección de Artur Mas, se hace difícil afirmar que eso no pueda acabar sucediendo de una forma u otra atendiendo al estado de ebullición en el que ha entrado la política catalana.

En cualquier caso, lo que sí confirma este súbito gesto es aquello que escribí (Pablo Iglesias regala Podemos, 13 de agosto de 2015) sobre la naturaleza soberanista de la coalición con la que concurrió el partido morado en las elecciones del pasado 27-S. Y ahora este voto no solo es un gesto de confianza hacia Forcadell, sino un claro anticipo del deseo por sumarse al llamado proceso constituyente de la república catalana en cuanto el nuevo Parlamento, determinado por una mayoría de diputados secesionistas, lo ponga en marcha. Todo indica que la resolución solemne de inicio de ruptura con el ordenamiento jurídico español podría aprobarse antes de la elección del presidente de la Generalitat.

Ciertamente, que Mas continúe o no al frente del Gobierno es ahora mismo el mayor quebradero de cabeza para las dos fuerzas independentistas. Pero que nadie se equivoque, el acuerdo es inevitable, forzoso e ineludible porque Junts pel Sí no tiene más remedio que seguir adelante. Es un artefacto únicamente creado para intentar llevar a cabo la hoja de ruta pactada entre CDC, ERC y las entidades secesionistas. Enfrentarse a unas nuevas elecciones en marzo sería incomprensible para un electorado al que le han hecho creer que con una mayoría de diputados la secesión es irreversible. En el altar de la historia no hay nada ni nadie que ya no se pueda sacrificar. “Cualquier papel que pueda jugar cada uno de nosotros es irrelevante comparado con la independencia y la justicia social”, ha declarado Oriol Junqueras. Además, los sucesivos golpes judiciales y policiales contra la trama del 3% que afecta a CDC y al clan Pujol-Ferrusola hacen muy difícil hoy la elección de Mas, y supondría además un obstáculo grave al mayor objetivo del separatismo: atraer a una parte de Catalunya Sí que es Pot mediante el proceso constituyente.

El hecho incontestable de que la suma de las dos listas independentistas no hayan superado el 50% de los votos el 27-S les obliga a incorporar a la izquierda alternativa a su estrategia insurreccional con la ventaja añadida de que las encuestas para Podemos y sus aliados en Cataluña cada día son más desfavorables. La frustración que provoque un mal resultado en las elecciones generales puede ser el empujón definitivo. El camuflado manifiesto electoral de la coalición de Podemos con ICV-EUiA ya hablaba de “república catalana” y se manifestaba favorable a un proceso constituyente propio que “no esté subordinado ni sea subalterno de ningún otro”.

En paralelo, los movimientos en Barcelona de la alcaldesa Ada Colau son sintomáticos. En lugar de cerrar un pacto en clave exclusivamente municipal con ERC y PSC, las dos únicas fuerzas de izquierda que le pueden garantizar la estabilidad, se muestra cada día más proclive a un acuerdo solo con los republicanos con el apoyo de la CUP, confiando en un juego de abstenciones de los otros grupos. Y ahora mismo se ha propuesto concurrir a las elecciones del 20-D con una candidatura cuyo objetivo es pescar en el caladero del separatismo antisistema. Solo así se entiende su advertencia de que no descarta hacerse independentista si el Estado no consiente una consulta. En el inevitable choque con la legalidad democrática, una parte de los dirigentes de la izquierda alternativa catalana, al margen de lo que puedan pensar sus votantes, no dudarán en apuntarse a la épica del accidente insurreccional en forma de proceso constituyente con la excusa de que querían empoderar a la ciudadanía. Pero esa insurrección no será constituyente de nada, sino destructiva del autogobierno y un desastre para todos, claro.

Joaquim Coll es historiador y vicepresidente de Societat Civil Catalana.

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