Integrar al Magreb

La “Revolución del Jazmín” de Túnez arrojó luz sobre las consecuencias que tienen las economías estancadas y el desempleo endémico entre los jóvenes para los gobiernos árabes autoritarios de la región. Algo que pasa más inadvertido es un factor clave que contribuye a este malestar: la incapacidad de los países del Magreb –Argelia, Libia, Mauritania, Marruecos y Túnez- para aumentar su cooperación económica.

De hecho, la Unión Árabe estima que la falta de integración regional le cuesta a cada país dos puntos porcentuales del crecimiento anual del PBI, mientras que la Comisión Económica Africana reconoce que si existiera una Unión del Magreb, cada uno de los cinco países ganaría 5% del PBI. Y el Banco Mundial calcula que una integración más profunda, que incluyera la liberalización de servicios y una reforma de las reglas de inversión, habría aumentado el PBI real per capita en 2005-2015 un 34% en Argelia, un 27% en Marruecos y un 24% en Túnez.

Estos países ya no pueden permitirse esperar. Si mantienen las tasas de crecimiento registradas en los últimos cinco años, les llevará más de dos décadas alcanzar el ingreso per capita actual de México y Turquía, dos miembros no tan ricos de la OCDE.

Un mercado único dinámico crearía oportunidades de inversión para las empresas de toda la región. Pero hoy sólo el 1,2-2% del comercio exterior de los cinco países del Magreb se realiza dentro de la región. La cuestión clave es si los problemas estructurales o los factores institucionales y políticos están entorpeciendo el desarrollo del comercio intrarregional.

En términos económicos, el nivel insignificante del comercio dentro del Magreb puede encontrar una explicación en factores como un mercado reducido y una baja complementariedad comercial –en otras palabras, la relación débil entre exportaciones e importaciones-. El potencial del comercio dentro del Magreb parece estar limitado, en parte, por la semejanza de las economías de algunos países, principalmente Marruecos y Túnez. En cuanto a las exportaciones de los dos países a la Unión Europea, el índice Finger-Kreinin, que mide las semejanzas comerciales, es superior al 70%.

La integración regional podría contribuir a un mayor crecimiento de dos maneras. Primero, la integración del Magreb crearía economías de escala y alentaría la competencia, estableciendo un mercado de más de 75 millones de consumidores –similar en tamaño a varias de las potencias comerciales más dinámicas del mundo y, por cierto, lo suficientemente grande como para aumentar el atractivo de la región para los inversores extranjeros. Segundo, la integración regional reduciría los efectos “centro y periferia” entre la UE y el Magreb –efectos que surgen cuando un país o región “central” grande firma acuerdos comerciales bilaterales con varios países más pequeños.

La globalización de los mercados está actuando como un regulador económico poderoso de las economías, pero también está desestabilizando las zonas más débiles del mundo. Si los países del Magreb se fragmentan aún más en entidades mutuamente hostiles y proteccionistas, el único resultado posible es un crecimiento económico demasiado lento para satisfacer las expectativas de sus poblaciones –ya evidentes por los crecientes contrastes en los niveles de vida al norte y al sur del Mediterráneo.

En vista de los crecientes desafíos de la globalización, la única fuerza lo suficientemente potente como para poner en marcha el enorme potencial económico del Magreb es la voluntad política compartida. De lo contrario, la región parece destinada a convertirse en un espacio económico y político poroso, castigado por la incertidumbre y la inestabilidad. En un mundo inestable, un Magreb integrado es una necesidad y una oportunidad.

Sin embargo, muchos en el Magreb –estrategas políticos y la población por igual- siguen mostrándose ambivalentes respecto de la integración regional. De manera que existe una necesidad urgente de desarrollar un proyecto político que capte la imaginación de los pueblos y líderes de la región.

Nada resalta tan marcadamente los beneficios de la integración regional como los proyectos de infraestructura importantes que son de interés común para varios países. Las empresas conjuntas de transporte, por ejemplo, tendrían un impacto político importante y una visibilidad máxima, y acercarían a los ciudadanos del Magreb tanto física como psicológicamente.

También podrían fortalecerse proyectos de energía, dado que se espera que las necesidades energéticas aumenten aún más rápido al sur del Mediterráneo que en Europa. Esos proyectos fomentarían sustancialmente la integración del Magreb si estuvieran acompañados por proyectos industriales basados en el gas como materia prima o como una fuente de energía, y desarrollados de manera conjunta con socios de la UE. Los abundantes recursos de gas de la región también deberían utilizarse para alimentar plantas de desalinización y así satisfacer las enormes necesidades de agua del Magreb.

De hecho, la explosión demográfica y la rápida urbanización de la región, junto con el ritmo acelerado del desarrollo del turismo, ya implica un retraso del crecimiento debido a la escasez de agua. El desarrollo de infraestructura hídrica es vital para el Magreb, de modo que si existe una cuestión que debería unir a la región, es la gestión y asignación de los recursos hídricos.

La primera meta a cumplir, sin embargo, debe ser resolver los conflictos interestatales, como la disputa entre Argelia y Marruecos por el Sahara occidental, que impiden la creación de un Magreb unificado. De lo contrario, resultará difícil hasta  discernir el perfil de un futuro común. Y, sin un futuro común, es improbable que la desesperación económica que dio lugar a la revolución en Túnez desaparezca.

Larabi Jaidi, profesor de Economía en la Universidad Mohammed V de Marruecos.

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