Inteligencia desperdiciada

Ella es médica. Hace unos años siendo su hija adolescente, le planteó que quería ser maquilladora. ¿Pero de cine, de moda? Preguntó mi amiga. Me gusta maquillar insistía la jovencita. La madre desconcertada, le explicó: ¿sabes que con el maquillaje también puedes hacer otras cosas? ¿Cómo qué? Replicó la cría. Inventarlo, fabricarlo. ¿De verdad? Claro, estudiando Química, Biología o Farmacia. Hoy esa joven trabaja en Francia, es investigadora en un importante laboratorio de cosmetología. No todas las chicas tienen la suerte de contar con alguien que las oriente, otra mujer, un referente que les permita concebir un futuro en las ciencias que ellas no imaginan.

En 1903 Marie Curie recibió el premio Nobel de Física. En 1911 volvió a ganar otro Nobel, esta vez el de Química. Solo un año antes, en 1910, en España el Rey firmó una real orden que autorizaba a las mujeres a estudiar en la universidad. Antes de esa fecha, si lo hacían era como alumnos privados con autorización especial del Consejo de Ministros y eso que la ciencia y la técnica atraía a las mujeres desde mucho antes. En 1872 ingresó la primera mujer en la Facultad de Medicina de Barcelona, María Elena Riera, a la que enseguida siguieron otras dos, Dolors Aleu y Martina Castells. Tres médicas pioneras.

La primera universidad española se había creado siete siglos antes. Hicieron falta 700 años para que nos dejaran pisar las aulas. Desde entonces han pasado muchísimas cosas, nuestro mundo apenas se parece a aquel, pero el número de mujeres que han recibido el Nobel en ramas de Ciencias sigue siendo muy escaso. El de Química solo se ha vuelto a conceder a una mujer tres veces más: en 1935, a Irene, la hija de Curie, en 1964 a Dorothy Crowfoot Hodgkin y en 2009 a Ada E. Yonath. El de Física solo se concedió a otra mujer en 1963, María Goeppert-Mayer. El de Fisiología o Medicina se ha concedido a doctoras en doce ocasiones, pues a las ciencias de la salud nos hemos incorporado en mayor número. El de Economía en una única ocasión. Y para los que crean que hay razones para el optimismo, me permito recordarles que este año no ha habido ninguna mujer en ninguna categoría.

Parece razonable preguntarse por qué, puesto que en el mundo occidental hoy chicos y chicas van a las mismas escuelas y tienen los mismos derechos y oportunidades, a las mujeres en las carreras científicas y técnicas les cuesta medrar. En campos como las ingenierías, las alumnas, si bien brillantes, siguen siendo minoría. Aunque sólo fuera por razones económicas, no se puede desperdiciar la inteligencia de la mitad de la población. No estamos para que nadie se quede en casa tejiendo y esperando al marido, cual Penélope. Los economistas repiten que España tiene que mejorar su productividad y la preparación de sus trabajadores, que la innovación técnica y científica es el único camino para desmarcarse como economía y generar empleo de calidad, del que dura.

Buscando una respuesta visité el CNIO, el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas ubicado en Madrid y que con tanto tino dirige María Blasco. Es un asunto que ella se toma muy en serio y uno de sus primeros pasos en este centro internacional puntero que acoge a investigadores de todo el mundo y donde el idioma oficial de comunicación es el inglés, fue crear WISE, 'Women In Science', la oficina para promover la igualdad de género en la ciencia.

Trabajan en dos áreas: dar visibilidad a las mujeres para su trabajo se conozca; y promover medidas concretas para dar la vuelta a las cifras. Porque los números son abrumadores: en las franjas más bajas de la jerarquía, cuando arranca la carrera de un científico, las mujeres son 67% de los técnicos, un 61% de los estudiantes postdoctorales y 61% de los investigadores asociados. Se las ve acaparando los laboratorios del CNIO con sus batas blancas, pero cuando ya pasamos a los jefes de grupo el porcentaje se desploma, solo un 34% son jefas. Y si ya pasamos a los directores de programa, un escalafón más alto, veremos solo un 12%.

Hay una parte de las mujeres por lo tanto que nunca asciende y otra que abandona. ¿Por qué? Blasco ha abierto canales de comunicación verticales y horizontales en CNIO para reflexionar sobre el problema. Una de las medidas que se derivaron fue el cambio de horario a jornada continuada. ¿Pero es la dificultad de conciliar lo único que desmotiva a las mujeres? No.

En nuestra cultura nosotras no recibimos refuerzo para liderar y dirigir. A la niña que organiza la llamamos mandona y esos rasgos casan mal con la femineidad, salvo en la autoridad de una madre. Para combatirlo, WISE organiza, por ejemplo, talleres sobre liderazgo y formación en habilidades directivas. Pero me temo que todavía hay muchísimo más por hacer. Científicos de todo el mundo deberían investigar este asunto. Y científicas.

Ángeles González-Sinde, escritora y guionista.

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