En medio de tanto ruido y tanto miedo es importante pararse a contar. Nos vemos sometidos a un bombardeo de cifras, declaraciones y desmentidos incesante. Hagamos un esfuerzo por entender qué nos dicen los datos. Es la única forma de entender cómo se extiende la Covid-19 y cómo controlarla. Pero no es tan sencillo como parece.
Si nos basamos en las cifras absolutas de infectados y fallecidos, concluiríamos que la epidemia es más intensa en Estados Unidos. Sin embargo, hay que tener en cuenta diferencias en el tamaño de la población. Según la Universidad Johns Hopkins, una de las fuentes de información más fiables, desde finales de marzo hasta el día de hoy (2 mayo), España es el país con un mayor número de infectados por habitante. Hasta mediados de abril, España era también el país con un mayor número de fallecidos por Covid-19 por habitante, pero recientemente le ha superado Bélgica. ¿O no?
La comparación entre Bélgica y España es interesante, no tanto por aclarar qué país ostenta un récord tan negativo, sino más bien para comprender cómo se construyen las cifras oficiales. En Bélgica se incluyen en las estadísticas de fallecidos por Covid-19 todos aquéllos que presentaron síntomas compatibles, fueran o no confirmados con pruebas PCR e independientemente de dónde muriesen. Como resultado, más de la mitad de la cifra total de víctimas mortales corresponden a ancianos fallecidos en residencias, donde se realizaron pocos test. Por el contrario, en España se identifican como fallecidos por Covid-19 solo aquellos casos confirmados con test PCR. En nuestro país, la combinación de un incremento muy rápido en el número de enfermos, que colapsó el sistema sanitario, y un número reducido de test PCR, llevó a priorizar a los enfermos más graves que ingresaban en los hospitales. Aun así, en las semanas más duras, no se consiguió realizar test a todos los pacientes ingresados en hospitales. Por tanto, en España la cifra oficial no incluye a todos los fallecidos en hospitales, ni a la mayoría de los fallecidos en residencias, ni en sus domicilios por Covid-19. Es decir, en España la cifra oficial de fallecidos es una infravaloración, pero aún no sabemos de qué magnitud.
Si no podemos dar por buenas las cifras de fallecidos por Covid-19, ¿qué ocurre con las cifras de infectados? Que no hay ningún país que conozca la cifra real, pues hay una proporción elevada de personas infectadas que no desarrollan síntomas o son muy leves. Por tanto, el nivel de precisión con que cada país puede calcular el número de infectados depende del número de test PCR que realice para detectar la presencia real del coronavirus. Las cifras totales de nuevo nos despistan pues nos informan de que Estados Unidos ha realizado más de 6,5 millones de test, Alemania más de 2,5 millones, Italia más de dos millones…. y en España las cifras han sido objeto de tal controversia en estos últimos días que no voy a dedicar tiempo a las adivinanzas. Sobre todo, porque la cifra total es irrelevante. Y la razón es que la variable importante es cuántos test se realizan en relación a la intensidad de la pandemia en cada país. En las etapas iniciales no se necesita un número muy elevado de pruebas PCR, pero a medida que la epidemia avanza es necesario aumentar el número para comprender cómo afecta a la población en su conjunto.
Países como Taiwan, Corea del Sur, Australia o Nueva Zelanda han conseguido controlar la pandemia en etapas muy tempranas. La estrategia ha consistido en realizar test a una proporción importante de la población, identificar a los infectados (con o sin síntomas), aislarlos y poner en cuarentena a todos sus contactos recientes. En estos casos se ha frenado la expansión de contagios mediante el uso inteligente de un número reducido de test. Al realizar pruebas a una proporción representativa de toda la población, el resultado es que pocos test dan positivo, siendo el rango del 0,5 al 3% de test positivos (Oxford University, Our World in Data, número de test realizados por caso confirmado Covid-19: 148 en Taiwan, 128 en Nueva Zelanda, 58 en Corea del Sur).
Otros países como Alemania y algunos del norte de Europa reaccionaron más tarde, cuando la Covid-19 ya se había expandido con cierta intensidad. Pero incrementaron muy rápidamente su capacidad de realizar test y consiguieron limitar el daño que podría haber causado. La señal de que han conseguido realizar suficientes test como para poder evaluar correctamente la magnitud de la epidemia está en que el porcentaje de test que dan positivo es intermedio. Por tanto, tienen información sobre una proporción considerable de la población.
Finalmente, el grupo de países entre los que se encuentra España se han visto desbordados porque han reaccionado tarde. Ante la falta de medidas y de test, la epidemia ha pasado desapercibida hasta que ya se había extendido más allá de la fase en la que se podía controlar. La realización de autopsias ha permitido saber que, tanto en Italia como en Estados Unidos, la epidemia ya estaba muy extendida antes de que fuese detectada. En España no tenemos esta información.
Además, no se ha desarrollado la capacidad de realizar test más que a una proporción reducida y sesgada de la población: fundamentalmente, los enfermos ingresados en los hospitales. Por ello, en España una proporción elevada de test resultan positivos, aproximadamente el 20% (de cada cinco test, uno da positivo Covid-19). En situación parecida se encuentran Francia, Estados Unidos y el Reino Unido. Este grupo de países sigue sin tener una radiografía creíble de la situación porque las cifras de infectados están muy infravaloradas. Seguimos a ciegas.
Cuando la Covid-19 alcanza una fase de crecimiento tan rápida que sobrepasa la capacidad del sistema sanitario, la única respuesta posible consiste en implementar medidas de distanciamiento social drásticas que frenan el contagio de golpe. España es uno de los países que ha implementado medidas más radicales de confinamiento obligado de la población y por más tiempo. No hay nada meritorio en ello. A esta situación solo se llega cuando no se han implementado medidas a tiempo. Pero reaccionar tarde, y no tener más remedio que confinar indiscriminadamente a toda la población, tiene un coste social y económico enorme.
Los países que han reaccionado con suficiente antelación no han tenido que imponer medidas tan drásticas de confinamiento y muchos de ellos están saliendo de la crisis antes. Por tanto, la supuesta dicotomía entre salud y economía es una falacia. Los países que han gestionado de forma más eficaz la Covid-19 son los que han sufrido un impacto menor sobre la economía. Por poner un ejemplo de muchos, mientras en España la movilidad se ha reducido durante el estado de alarma aproximadamente un 90%, en Corea del Sur no ha sido necesario en ningún momento reducirla más allá del 14%.
Empieza la denominada desescalada. ¿Cómo se puede gestionar de forma que sean compatibles el control de Covid-19 y la activación de la economía? En primer lugar, hay que tener claro que al virus no se le vence como al enemigo en una guerra. Al virus hay que adaptarse, porque estamos hablando de biología y de ciencia. El objetivo es obtener inmunidad de grupo, ya sea mediante una vacuna, ya sea permitiendo que la parte menos vulnerable de la población (menores de 60 años sin patologías graves) se exponga y desarrolle defensas (anticuerpos) en la mayor parte de los casos sin tener síntomas serios. Las previsiones indican que la vacuna tardará entre uno y dos años en desarrollarse. Luego tenemos que aprender a adaptarnos. Es un tiempo demasiado largo para seguir a ciegas.
Todos los modelos epidemiológicos indican que habrá nuevas oleadas, pues a medida que se relajen las medidas volverán a crecer los contagios. Por tanto, la denominada desescalada solo se puede hacer con un mínimo de seguridad cuando se tiene la capacidad de realizar test PCR para identificar a las personas que se infecten, aislarlas y poner en cuarentena a sus contactos. En España no se hizo en la primera oleada. Sería imperdonable repetir un error que tuvo consecuencias tan dramáticas.
La frecuencia de las futuras oleadas depende de factores que aún no conocemos como la proporción de la población que ya está inmunizada, el tiempo que dura la inmunidad y la estacionalidad de este nuevo coronavirus. Por ello, en esta etapa también es necesario realizar test de anticuerpos para identificar quiénes han sido infectados desde que comenzó la epidemia, hayan desarrollado síntomas o no. A nivel individual, esta información permitirá saber qué personas están protegidas y a nivel poblacional cuánto falta para conseguir una inmunidad de grupo.
Del grupo de países que reaccionó tarde, solo España ha propuesto un plan de relajación de medidas que no contempla la realización de test masivos. A mi juicio es un error de enfoque importante que aún estamos a tiempo de corregir.
Montserrat Gomendio es profesora de Investigación del CSIC y ha sido secretaria de Estado de Educación.