Intercambio epistolar

Durante los últimos meses se habló mucho en la Autoridad Palestina de la intención de su presidente, Mahmud Abas, de escribirle una carta al primer ministro israelí, en la que le daba dos semanas para responder a sus peticiones, y a partir de entonces decidiría qué camino tomar. Una respuesta positiva supondría el inicio de las negociaciones con Israel, y una respuesta negativa justificaría, según Abas, la toma de una serie de medidas, entre ellas, dirigirse a la Asamblea General de la ONU (donde los palestinos cuentan con una gran mayoría de apoyos y donde ningún país tiene derecho a veto), con el fin de obtener el estatus de “país no miembro”, tal y como ocurre en el caso del Vaticano, o incluso, anunciar el fin de la Autoridad Palestina, unos dieciocho años después de su creación, con lo que Israel volvería a tener el estatus de país ocupante en Cisjordania.

Esa carta se mandó el pasado día 17 de abril. El primer ministro palestino, Salam Fayad, que era quien debía entregar dicha carta, decidió en el último momento no conformarse con ser un mero emisario; así que tuvo que ser una delegación de Abas la que entregase la carta a Netanyahu. Conversaron durante veinticinco minutos e incluso comparecieron públicamente para anunciar el interés de ambos lados en alcanzar un acuerdo. Netanyahu prometió contestar en dos semanas. Un observador de fuera y que no haya estado al tanto de los acontecimientos en Oriente Medio durante los últimos tres años, puede pensar que nos hallamos ante una avance significativo para reiniciar en serio las negociaciones, pero nada más lejos de la realidad.

La carta de Abas tiene una clara intención: denunciar que Israel ha vaciado de contenido los acuerdos de Oslo de 1993, que no ha cumplido su compromiso de acatar las resoluciones internacionales y que sigue con la construcción de asentamientos en Cisjordania, lo que demuestra que no considera a Gaza y Cisjordania como una unidad territorial y política. Por eso, Abas le exige en su carta a Israel que se inicien en serio las negociaciones para alcanzar un acuerdo, pero Israel se ha de comprometer a: basar la negociación en las fronteras de 1967, aceptando ambos leves modificaciones, congelar la construcción de más colonias judías, liberar presos palestinos que están en cárceles israelíes desde el año 1994, y por último, anular distintas decisiones que Israel ha tomado desde el año 2000 y que, en opinión de Abas, van en contra de lo acordado en Oslo. Al final de su carta, Abas alude a que, si la respuesta de Netanyahu es negativa, entonces Israel volverá a ser la responsable de la gestión de Cisjordania, tal y como obligan las leyes internacionales, ya que actualmente Israel le ha quitado a la Autoridad Palestina todas las competencias que en un principio se le habían concedido.

Sin embargo, Abas en realidad no espera una respuesta afirmativa de Netanyahu. Lo último que se le pasa por la cabeza al primer ministro israelí es comprometerse a aceptar las fronteras de 1967 o congelar de raíz la construcción de asentamientos. Es imposible que Netanyahu responda afirmativamente a las exigencias de Abas. Cabe suponer que Netanyahu le contestará con cortesía, para repetirle por enésima vez la postura de la derecha israelí ante el conflicto con los palestinos, y acabe su misiva con una llamada “emotiva” para retomar las conversaciones bilaterales pero sin condiciones previas.

Lo cierto es que a mí me cuesta entender qué ganaría Abas yendo con sus reclamaciones a la Asamblea General de la ONU. Lo único que podría conseguir es que Estados Unidos cortase su ayuda económica a la Autoridad Palestina. Aparte de eso, no está claro que, si acabase consiguiendo el estatus de país no miembro, pudiera la Autoridad Palestina presentar su denuncia contra Israel ante el Tribunal Penal Internacional.

Lo único que puede hacer Mahmud Abas para provocar alguna reacción en el Gobierno israelí es “devolverle las llaves” a Israel. Entonces, Netanyahu tendría que decidir si asume hacerse responsable de la gestión de las necesidades diarias de dos millones y medio de palestinos que residen en Cisjordania, lo que conllevaría invertir millones de dólares cada año, o si por el contrario decide retomar las negociaciones aceptando la principal condición que exigen los palestinos: la congelación en la construcción de asentamientos. Otra opción sería retirarse de Cisjordania unilateralmente, aunque sea en parte, dejándolo todo en manos de los palestinos, tal y como hizo Ariel Sharon en Gaza.

En cualquier caso, para Abas esta no sería una decisión fácil ya que, entre otras cosas, supondría que decenas de miles de funcionarios tendrían que buscarse un nuevo sustento y que todas las autoridades perderían sus cargos y competencias. Pero cuando uno es consciente del peligro que acarrea para israelíes y palestinos el mantenimiento de la situación actual, debe hacer algo. En este caso, ante la previsible respuesta de Netanyahu, lo más probable es que a Mahmud Abas no le quede más remedio que entregar las llaves de la Autoridad Palestina.

Por Yossi Beilin, ex ministro de Justicia israelí, arquitecto del proceso de paz de Oslo.

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