Internacionalización y empleo

En estos momentos, contener la destrucción de empleo es la primera prioridad de todos los agentes económicos españoles, aunque no sepamos muy bien cómo hacerlo o nos estorbemos en el camino los unos a los otros. Puede que la destrucción de empleo se estabilice en la primera mitad del próximo año, incluso en el primer trimestre. Pero, entonces, se nos revelará en toda su dimensión un problema de considerable envergadura: ¿cuánto más tardará en estabilizarse el desempleo y, durante cuánto tiempo tendremos que convivir con un exceso de paro tan desproporcionado como el que acabaremos acumulando cuando llegue esa ansiada estabilización del número de parados?

La reducción del desempleo implica obviamente la creación de nuevos puestos de trabajo. Estos puestos de trabajo, ¿serán como los que se han perdido en los últimos dos años?, ¿tan precarios?, ¿tan poco remuneradores y productivos? Una de las grandes paradojas (hay muchas más) de esta crisis tan intensa es que la productividad por trabajador esta creciendo a ritmos interanuales superiores al 3%. Nunca habíamos visto este desarrollo en los cuarenta últimos años. La causa de ello es muy clara y, en buena medida, ineludible: los empleos que se destruyen durante una recesión son los menos cualificados, los menos productivos y los más precarios, lo que lleva a que suba la productividad media aunque los trabajadores que siguen ocupados no aumenten necesariamente su productividad.
¿Son éstos los empleos que vamos a recuperar cuando ello sea posible? En su mayoría, éstos son los perfiles de los trabajadores que han quedado en paro en estos años. La mala noticia, además, es que estos trabajadores, debido a la naturaleza mayoritariamente incondicional de nuestro sistema de prestaciones de desempleo, no están mejorando su «empleabilidad», más bien lo contrario. Volverán al mercado de trabajo en peores condiciones funcionales de las que salieron.

Necesitamos un cambio de modelo económico como agua de mayo. Pero no tenemos ni los trabajadores, ni las empresas ni los empresarios necesarios para ese cambio de modelo. ¿O sí los tenemos? Por supuesto que hay magníficos trabajadores, magníficas empresas y magníficos empresarios, en todas nuestras economías regionales, pero no en la masa crítica suficiente. Por eso nuestra economía no es la economía alemana, o la holandesa.
Sin embargo, uno de los segmentos de la economía española en el que más se concentra la calidad laboral y empresarial es en el de las empresas internacionalizadas. Docenas de miles de empresas españolas llevan muchas décadas exportando bienes a todo el mundo y, en las décadas más recientes, miles de empresas han pasado a implantar filiales o crear alianzas para la prestación de servicios y la producción de manufacturas destinadas a los mercados locales en los que se ubican.

La internacionalización, hoy, es muy diferente de la que se daba hace unas décadas. Más allá de la mera exportación de manufacturas, que sigue siendo el corazón del comercio mundial, aunque con renovadas y formidables ligazones con numerosos sectores asociados como el de la logística, destaca la presencia de verdaderas empresas globales, más que multinacionales, con redes extendidas por docenas de países, con una estructura de valor distribuida en sedes y centros regionales de alcance. En el contexto actual, de fuerte competencia y máxima exigencia de productividad, no basta con unos «headquarters» centralizados y unos tentáculos más o menos largos. Es toda la estructura de valor, toda la cadena de suministro, la que está implicada en una funcionalidad nueva al servicio de mercados verdaderamente globales.

Las empresas españolas más señeras ya participan de, cuando no protagonizan, esta «nueva internacionalización». Las empresas internacionalizadas crean más empleo, un empleo más estable y de mayor calidad que el que crean las empresas no internacionalizadas. Por una simple razón: son, por lo general, más grandes, e inexcusablemente, más productivas y más competitivas. No hay que pensar, no obstante, que el primer requisito para una internacionalización exitosa es el tamaño. Numerosas microempresas de base tecnológica o simplemente basadas en un buen modelo de negocio, compiten con unos cuantos pares en nichos de alcance global.

Pero la derivada de todo lo anterior para el empleo es la que importa. En este sentido, extender la internacionalización de las empresas españolas, en esa acepción de empresas globales a las que me refería anteriormente, no debería ser tan complicado, pues existe una cierta base exportadora e inversora que ha hecho que la tasa de apertura de la economía española (importaciones más exportaciones en porcentaje del PIB) haya alcanzado el 60% en el momento de mayor auge. No es una tasa de apertura espectacular, pero ha avanzado considerablemente desde los años previos a nuestra incorporación a la entonces Comunidad Europea. Las empresas del IBEX derivan una buena mitad de sus beneficios del negocio exterior.

A diferencia de las vías alternativas de modernización de la economía española, como la creación de nuevos sectores y clusters productivos partiendo de bases limitadas, que, de todas formas, hay que hacerlo, la profundización de la internacionalización de las empresas españolas es una vía asequible, relativamente bien rodada y que cuenta con el aparato institucional de apoyo más desarrollado que existe en nuestro país a través del ICEX, P4R, COFIDES, Invest in Spain, las Cámaras de Comercio, las líneas dedicadas del ICO y, en vísperas de una prometedora renovación, el programa español de Cooperación Internacional dotado con crecientes recursos para el desarrollo.

La internacionalización de las empresas como vía de modernización de la economía española es no sólo obvia sino asequible y muy prometedora, si nos atenemos a la evidencia disponible sobre las características de las empresas internacionalizadas que ya conocemos. Pero no todas las empresas españolas pueden internacionalizarse. En un tejido empresarial caracterizado por pequeñas y micro empresas, la internacionalización tiene límites funcionales y físicos, aunque no insuperables. En los sectores productivos en los que la cadena de suministro es suficientemente larga no todas las empresas tienen que ser exportadoras, pero ya estará muy bien que suministren a un fabricante, en un eslabón superior de la cadena, que sí está internacionalizado. Las crecientes relaciones de subcontratación hacen más eficiente al conjunto y sitúan a muchas empresas que no lo son propiamente en la esfera de las empresas internacionalizadas.

Puede que, después de más de medio siglo de hablar de la internacionalización de la empresa, caigamos en la tentación de pensar que ya se ha hecho todo lo que se podía y que nuestra economía no puede avanzar más en su apertura internacional, su cuota del mercado mundial o el número de empresas susceptibles, resignándonos a mantener el tono de nuestras políticas de apoyo. Pero el negocio internacional no ha hecho más que empezar. En las próximas dos décadas (un horizonte claramente discernible) de producirán más bienes y servicios que en el último medio siglo y las características de aquéllos cambiarán varias veces por completo. No faltarán oportunidades para quienes quieran apostar por ellas.

José A. Herce, socio-director de Economía de Afi y profesor de Economía en la Universidad Complutense de Madrid.