Involución

Después de medio siglo de avances democráticos, ampliación de libertades, creciente bienestar económico y cobertura educativa, sanitaria y social universalizada, España ha entrado en involución. Y al igual que sucedió con la crisis y persistiendo en la doctrina ZP, cuyos virus y bacterias permanecen enquistados en el organismo colectivo, no solo hay contumaz negativa a verla, sino que se proclama y actúa en contrario. Entonces, malbaratando lo que no se tenía y había que pedir prestado para gastar en pajareras de oro, el plan E, y ahora pregonando que se avanza hacia cotas celestiales, llamando regeneración a la degradación democrática y política que soportamos y bautizando como «históricos» a dos esperpentos por día con fatuidad delirante de hormigas autoungidas como héroes y dioses.

No queremos verlo ni oírlo. Nos tapamos el rostro, la nariz y los oídos y, en particular, la efebocracia dominante y hegemónica supone que, por ser el futuro ha de ser a la fuerza e inexorablemente mejor que el pasado. Sin pararse siquiera a meditar un solo instante que eso depende de lo que en el presente se haga y se esfuerce, y que, perfectamente, mañana puede ser peor que ayer y que hoy. Mucho peor incluso.

InvoluciónExisten ya mucho más que síntomas de lo que está sucediendo y tumorando nuestra sociedad. Lo más grave y ya reactivado en las entrañas es la vuelta del odio entre españoles. Ahí es donde la ponzoñosa semilla zapateril ha germinado con mayor fuerza. La Memoria, la Mentira, Histórica tuerta, sesgada, restringida a conveniencia a solo un momento y unos años, maniquea, guiada por el rencor y la revancha de quienes ni vivieron ni sufrieron en ella ni por ella, fue lo sembrado, y esa mala hierba ha infectado ya nuestros campos. La reconciliación nacional, base de nuestra Constitución y piedra angular de nuestra convivencia ha sido pisoteada, tirada a la basura e insultada como cobarde rendición por quienes de manera vil y con la pretensión de identificar aquella lucha y aquella masiva y generosa decisión colectiva con la dictadura franquista, la llamaron «Régimen del 78» para con ello ir socavando su legado hasta lograr derruirlo y dejarlo reducido a escombros. En ello se persevera.

Hoy los españoles no podemos ser amigos y compatriotas los unos de los otros porque se nos divide en buenos y en malos. Y los malos ni siquiera son seres humanos, no tienen derechos como tales, no son «personas» sino sabandijas y como tal pueden ser escupidos y aplastados.

La libertad no solo no avanza sino que esta en serio peligro. Porque en efecto unos, en ella amparados, no solo la usan sino que abusan y prohiben ejercerla a los demás. Deciden cuál es la libertad «buena» y cuál la libertad «mala», y queda por tal juicio prohibida, y no se le debe permitir ni expresarse y, menos, ejercerse. Es por tanto de recibo y digno de aplauso y enaltecimiento el amenazarla, agredirla e impedirla. Y esto es algo que sucede, y nos estamos acostumbrando sumisamente a ello cada día, a cada paso, en cada palabra, en cada acto. La libertad es patrimonio exclusivo de los unos y los otros, como mucho, pueden aspirar a ser soportados. Mientras, por supuesto, permanezcan callados.

Curiosamente son quienes ejercen ese liberticidio, pongamos que hablo de los separatistas en Cataluña, de los filoetarras en Euskadi, de la progresía radical y sus diversos «ismos» en toda España, quienes se proclaman a sí mismo como los grandes defensores de ella. Pero solo de la propia. Jamás de la ajena. Que es precisamente lo que unifica y define a todos los regímenes totalitarios y dictatoriales. Sus adherentes y beneficiarios disfrutan desde luego de ella, tanto como sufren a quienes se les restringe. Pongamos que hablo mismamente de Madrid el otro día en un desfile, del linchamiento del lenguaje, o considerar «positiva» e «igualitaria» a la discriminación.

La sociedad española, con el riesgo que siempre implica la generalización y sin olvidar que son muchos los que no transigen ni transitan por tales caminos, olvidó la cultura del trabajo y el esfuerzo, confundió autoridad y disciplina con dictadura y represión. Lo hizo desde la familia hasta la escuela y alcanza hoy ya a cualquier estamento y ejercicio. El progresar a base del personal empeño y dedicación se contempla como baldón y oprobio. Véase el caso Amancio Ortega. Se pregona como bálsamo de fierabrás y maravillosa doctrina redentora que todos han de ser iguales para recibir, y hacerlo porque sí, aunque sean desiguales en hacer, trabajar y, en suma, aportar y contribuir. O sea, aquello que supuso el desplome y que las gentes escaparan despavoridas del «paraíso soviético» y que, aunque ahora haya quienes nos pretendan convencer incluso de que era al revés, se jugaban la vida (ningún eufemismo) saltando el muro de Berlín para huir de él como ahora lo hacen en masa de Venezuela. Porque no es hacia el chavismo loado por los podemitas y amparado por Zapatero hacia donde peregrinan tumultuosamente las gentes, me parece.

Pero es en esos parámetros y en estos ya testados fracasos donde vuelve a establecerse la ideología de una izquierda abducida por los peores espectros del pasado, los del extremo más rancio de un comunismo que en Europa y en nuestro país fue repudiado incluso por ellos mismos. ¿Se acuerda alguien de estos adanes estalinistas y trotskizados de Berlinguer y de aquel PCE de la Transición, del eurocomunismo que repudiaba la dictadura y abrazaba sin reservas, ni ponerle adjetivos, la democracia? No. Ahora hay marcha atrás hacia la peor tiniebla y se proclama como novísimo lo que es más viejo que el hilo negro y está más tintado de sangre, de opresión y de tragedia de la reciente y hasta presente historia mundial. Y eso es también una gravísima y preocupante involución aunque se presente por las caras más juveniles, aunque más bien sean lideradas por una adolescencia cada vez más viejuna en edad, trazas y doctrinas.

Señalamos a nuestros políticos, y está bien el hacerlo, pues ellos protagonizan y exhiben la mayor degradación de nuestra democracia desde su comienzo en 1977 con su comportamiento de niños malcriados, irresponsable, ególatra y mezquino, pero es necesario reflexionar de inmediato que ellos son también el síntoma más visible de lo que a nuestra sociedad le está sucediendo. Porque ellos son el reflejo en el espejo de todos nosotros.

La aireada regeneración no es sino degeneración progresiva; los cánticos a la libertad, gritos contra las libertades de los otros; los pretendidos derechos propios, la expropiación y robo de lo ajeno. Y eso no es avance ni progreso, eso es retroceso e involución. Aunque no queramos verlo.

Antonio Pérez Henares es periodista y escritor.

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