Ir por lana

José María Carrascal (LA RAZON, 30/11/04).

¿No querías caldo? Pues tres tazas. Y de aceite de ricino, además. Más de uno, en lo que él llamó con rintintín «coalición gubernamental» debe estar maldiciendo al que se le ocurrió la idea de que Aznar compareciera ante la comisión investigadora del 11-M. Seguro que no fue Rubalcaba. La táctica de Rubalcaba es dar el golpe y salir pintando. Ni en sueños se le ocurriría quedarse por allí a esperar que el otro le devolviera la bofetada. Por fortuna para el PP, no todos los socialistas son Rubalcabas. Durante toda su comparecencia, Aznar actuó como hoy juega el Barça: un cerrojo en la defensa y tres o cuatro rematadores en vanguardia, aprovechando cada balón para meterlo en la red contraria. Sin dar pausa al rival ni ceder un milímetro de terreno. Preciso, seguro y contundente. Lo que tampoco debe extrañar a nadie que le conozca. El ex presidente del Gobierno preparó su intervención como debió haber preparado sus oposiciones a inspector de hacienda: estudiándose a fondo cada tema y teniendo respuesta para cada pregunta que pudieran formularle. Con unos cuantos añadidos por su parte, que debían convencer al tribunal. Que en este caso no eran los miembros de la comisión. Era el gran público que le estaba viendo por la pantalla. Los miembros de la comisión, excepto los de su partido naturalmente, eran «la otra parte», el otro examinando. Que suspendió lastimosamente. Mientras él salía con nota. Pocas veces se han vuelto las tornas de forma más clara. Iban por lana, y salieron trasquilados. La comparecencia, en cualquier caso, no aportó nada nuevo, algo previsible, pues nadie podía esperar que una parte u otra se apeasen de sus tesis o reconociese sus culpas, que andan mucho más repartidas de lo que ambas aseguran. Es muy fácil, a toro pasado, decir quién falló aquí o qué debió hacerse allá. Lo difícil es decirlo en pleno fragor de los acontecimientos. Y si fuéramos capaces de retrotraernos a lo ocurrido inmediatamente después del atentado, reconoceríamos que, en las primeras horas, todo el mundo, incluidos Zapatero e Ibarreche, estaba convencido de que había sido ETA. Como reconoceríamos también que esa primera impresión fue perdiendo fuerza conforme pasaban los días, hasta ser desplazada, ya el sábado, por la tesis de la autoría islámica, admitida sólo a última hora por el gobierno. Y de lo que ya no cabe la menor duda es de que hubo una campaña lanzada desde la oposición y orquestada por sus medios afines para echarle literalmente los muertos al PP. Pero como nadie está dispuesto a reconocer errores o culpas en aquellas tristes jornadas, nos tememos que el 11-M esté condenado a ser un misterio permanente, una herida abierta en nuestra reciente historia, por más comisiones e investigaciones que se le echen encima. Es incluso posible que cuanto más se le investigue, más dudas surjan y más se abra la herida, como ya está ocurriendo. En cualquier caso, esta desgraciada comisión, y digo desgraciada no sólo por el asunto que se le encargó investigar sino también porque ha dejado al descubierto las taras y cortedades de nuestra democracia, no da ya más de sí, pues la comparecencia de Zapatero va a ser el reverso de la de Aznar: un alegato solemne y campanudo, como todos los suyos, en pro de la impecable actuación de él y su partido durante aquellos días. Así, desde luego, no vamos a saber qué pasó realmente durante ellos. Podemos consolarnos pensando que los norteamericanos todavía discuten quién estaba realmente detrás de la muerte, no de Kennedy, sino de Lincoln. El domingo por la noche, esta cadena pública de televisión emitió un amplio reportaje sobre las distintas teorías al respecto. Y han pasado 140 años. Aznar, en cualquier caso, puede estar satisfecho tanto de su actuación como de los resultados de ella. Estuvo rápido, preciso, contundente; puso a las personas en su sitio, los hechos en su orden y acabó ganando lo que posiblemente fue su mayor triunfo: a medida que avanzaba su comparecencia, ya nadie hablaba de «mentiras» del Gobierno, como ha venido haciendo la oposición durante los últimos meses. Todo lo más, de imprevisión, lentitud, demora en admitir la que iba emergiendo como tesis más probable. Pero incluso en eso se dio maña en evidenciar las exageraciones de la oposición y el juego sucio de los medios que la arropaban. Por cierto que fue el suyo el mayor vapuleo que haya recibido un periodismo que se las da de objetivo y que a la hora de la verdad resulta tan tendencioso como el que más. O sea que palos hubo para todos. Puestos a encontrar algún pero a la intervención del ex presidente, ya que no hay nada perfecto en este mundo, echamos de menos una cierta dosis de ironía, algún rasgo de humor. No sólo para hacer su discurso menos árido, sino también más efectivo. La sorna causa a menudo más efecto que el sopapo. Pero no se pueden pedir peras al olmo ni sal a Aznar. Él es como es, para su suerte y desgracia. Lo que sí nos gustaría es que, con esta comparecencia creyese haber sido reivindicado, cosa que buscaba desesperadamente. Ya tuvo su día, y lo ganó. Ahora esperemos que acepte el papel que él mismo se ha elegido de «ex» de la política activa, en vez de aparecer en ella cada lunes y cada martes, con lo que no hace ningún favor al país, me refiero a España, a su partido ni a él mismo. España tiene por delante problemas que requieren toda nuestra atención, empezando por el de su estructura nacional, para que sigamos discutiendo si fueron galgos a podencos del 11 al 14 de marzo. Esperemos que, tras haber oído a Aznar, todos estén de acuerdo en que lo mejor es no remover aún más aquellas aguas turbias. Aunque, conociéndonos, no estoy nada seguro de ello.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *