Irak, ¿cuántos muertos ya?

Salud y guerra son conceptos opuestos y esta última siempre se ha asociado a enfermedades y epidemias. No en vano, el objetivo de la guerra es causar el mayor daño posible al contrario y, si es posible, eliminar la condición básica de la salud --y derecho humano fundamental--, la vida. Actualmente, además, el potencial de destrucción de los ejércitos y los escenarios bélicos en concentraciones urbanas de millones de personas, hacen que las guerras afecten masivamente a la población civil e incluso con mucha frecuencia el deterioro de la salud de la población y la capacidad de respuesta del sistema sanitario se convierten en objetivos militares.

En la prestigiosa revista médica The New England Journal of Medicine acaba de publicarse un estudio indicando que el número de muertes violentas producidas en Irak desde la invasión angloamericana en el año 2003 hasta el mes de junio del 2006, habría sido de 151.000.

El estudio se suma a los diversos intentos que se han llevado a cabo para cuantificar el daño sobre la salud de la población y el impacto demográfico de la invasión de Irak. Pero para valorarlo habría que ir mucho más atrás. A parte de las guerras con Irán (1980-1988) y la guerra del Golfo (1990-1991), Irak sufrió 12 años de embargo que ya imposibilitó mantener la estructura productiva del país, generando gravísimos problemas de desnutrición, la aniquilación de los programas de prevención y vacunación, así como la destrucción de un sistema sanitario considerado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como muy correcto antes de la guerra del Golfo.

Se estima que en aquel período murieron medio millón de niños menores de cinco años y que la tasa de mortalidad en este grupo de edad se multiplicó por 2,5. Teniendo en cuenta que el Ejército norteamericano ya confirmó que no contabilizaba las bajas de la población iraquí, varios organismos han intentado monitorizar este indicador.

La organización británica Iraq Body Count lo ha hecho de forma consistente desde el inicio y actualmente estima que el número de muertes civiles se sitúa entre las 80.510 y las 87.929. En el año 2006 The Lancet publicó un estudio realizado por un equipo de la Universidad de John Hopkins (Baltimore, EEUU) indicando que entre marzo del 2003 y junio del 2006 habrían muerto 601.027 personas más de las que habitualmente morían en el país. El estudio se convirtió en bandera de los movimientos antiinvasión y fue fuertemente criticado por los gobiernos americano y británico. El trabajo publicado en estos días ha sido realizado por administraciones iraquíes con el apoyo de la OMS y rebaja casi en un cuarto las estimaciones previas.

El número de muertos es un indicador políticamente rotundo, pero metodológicamente difícil, puesto que a falta de estadísticas fiables tiene que hacerse con encuestas personales en una muestra aleatoria y representativa del conjunto de la población. Esto, en un contexto desestructurado e inseguro y donde el impacto del conflicto no es geográficamente homogéneo, no es fácil de conseguir. Las cifras de muertos --no siempre desinteresadas-- libran pues su propia guerra.

Pero, a parte de que incluso 151.000 muertos en tres años y pico (una media de 3.775 muertos cada mes) ya es una cifra aterradora, los efectos colaterales del conflicto van mucho más allá. El impacto sobre la salud pública de esta guerra ni lo conocemos ni se ha acabado. A las muertes directas ya producidas y que a buen seguro seguirán produciéndose, hay que sumar las enfermedades y secuelas a largo plazo, consecuencia de la falta de estructuras, de la inadecuada atención médica a los miles de heridos, de posibles epidemias y de la pobreza y desnutrición que afectan a crecientes bolsas de población. Todo ello sin contar a los casi dos millones de desplazados y las consecuencias psicológicas y sociales del conflicto que durarán generaciones. Por ello, el conflicto de Irak ha tenido una contundente respuesta por parte de los colectivos de profesionales sanitarios y en concreto de profesionales e instituciones de salud pública.

Profesores y estudiantes de la prestigiosa London School of Hygiene and Medicine, redactaron una carta pública denunciando estos aspectos, y el presidente del Gobierno español, José Maria Aznar, recibió una carta de profesionales españoles trabajando en organismos internacionales y otra de profesionales sanitarios del Estado, pidiéndole con los mismos argumentos que no apoyara la invasión.

En el inicio de la invasión en Mick, un amigo norteamericano bromeaba diciendo que como los objetivos de la guerra con Irak eran instaurar allí la democracia y facilitar su prosperidad, ante las dificultades de expresar determinadas opiniones y del deterioro de la economía americana, una conclusión lógica de muchos americanos sería irse a vivir a Irak una vez acabada la guerra. De momento, tendrán que esperar. Una paradoja más de una guerra más, en este caso motivada porque un país decidió jugar al Monopoly siguiendo sus propias reglas y, principalmente, con tal de seguir controlando el acceso y el precio del barril de petróleo, que ya se ha aproximado a los míticos 100 dólares. ¿Pero cuál sería su precio si pudiésemos tener en cuenta a los miles de muertos y discapacitados que se están acumulando en las orillas del Tigris?

Jordi Casabona, médico epidemiólogo.