Irak no es Japón ni Alemania

Las desbordantes expectativas suscitadas por la elección de Barack Obama como presidente serán difícilmente sostenibles en Oriente Próximo, donde los fracasos de Estados Unidos son ininterrumpidos desde que Jimmy Carter fue arrojado fuera de la Casa Blanca por los ayatolás de Teherán. Paradójicamente, en el ocaso de la presidencia de George Bush, que tanto hizo por inflamar aquellos territorios, el acuerdo alcanzado por Washington con el gobierno de Irak, que fija para el 2011 el fin de la ocupación militar, abre una ventana de esperanza y reactiva los frentes diplomáticos en la región.

El pacto de seguridad de Bagdad, cuya negociación se prolongó casi un año, contiene importantes concesiones norteamericanas que cabe atribuir, al menos en parte, al cambio auspiciado por los electores. Hasta el mes pasado, los negociadores de Bush rechazaban el calendario de repliegue ahora asumido. Tras el triunfo de Obama, los iraquís propusieron más de cien enmiendas de fondo y forma en el texto, según el cual las tropas tendrán fuertes restricciones en sus operaciones desde el 1 de enero, deberán retirarse de las áreas urbanas el 30 de junio próximo y quedarán sometidas a la jurisdicción iraquí en caso de delitos graves cometidos fuera de las bases.

El pacto no solo recibió la influencia del cambio en Washington, sino también el nihil obstat del gran ayatolá Alí al-Sistani, el clérigo de mayor influencia entre la mayoría chií, y el beneplácito de varios gobiernos de la región, empezando por el de Irán, previsiblemente interesado en crear condiciones propicias para la negociación sugerida por Obama. Siria, por su parte, considera que un apaciguamiento en la zona, incluyendo la estabilidad forzada del Líbano, le permitiría recuperar los altos del Golán ocupados por Israel desde 1967.
El Gobierno iraquí envió emisarios a Teherán y Damasco para asegurar que desde la entrada en vigor del acuerdo no permitirá que su territorio sea utilizado por Washington para operaciones de castigo contra los países vecinos. La retirada norteamericana a finales de 2011 entrañará el cierre de las bases, en contra de las conjeturas que se habían barajado sobre la presencia militar permanente de Estados Unidos en un país de gran relevancia estratégica, aunque profundamente desgarrado.

No es seguro, sin embargo, el final feliz de la trágica aventura que comenzó el 20 de marzo de 2003. La actuación de las tropas estadounidenses está regulada por una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, revisada anualmente desde el 2003 y que expira el 31 de diciembre próximo. Como la renovación del mandato se consideraba problemática, Washington hubiera tenido que suspender las operaciones militares al llegar la fecha límite y acantonar a sus tropas.

Durante la campaña electoral, Irak desapareció paulatinamente de los discursos de Obama. La promesa inicial de repatriar las tropas de combate en 16 meses fue sustituida por la cláusula de estilo del "repliegue responsable", condicionado por la evolución de los acontecimientos y ahora supeditado a la prioridad absoluta de la lucha contra la recesión y el recorte de los astronómicos gastos del Pentágono. Por lo tanto, el acuerdo de Bagdad será fácilmente conciliable con los proyectos y el calendario del nuevo presidente y de los militares que planean la transferencia de varias unidades desde Irak a Afganistán.

El acuerdo de repliegue está inspirado por los que fueron impuestos a Japón y Alemania tras la aniquilación de 1945, pero la comparación no pasa de ser un recurso académico al que son tan dados los especialistas estadounidenses. Las potencias del Eje habían sido derrotadas, humilladas, devastado su poderoso tejido industrial, pero desconocían las tensiones étnico-religiosas y gran parte de sus ciudadanos estaban abrumados o arrepentidos por la barbarie del totalitarismo que desencadenó las hostilidades. Además, los pactos defensivos se utilizaron como barrera de contención ante el avance del comunismo y los rigores de la guerra fría.

Los iraquís no abrigan ningún sentimiento de culpa, ni se entregan a la expiación, sino que exhiben, a veces con encono, el agravio de país ocupado, víctimas del neoimperialismo. Los más clarividentes saben que todos los graves problemas del país están sin resolver, aplazados o enmascarados, pese a las apariencias de paz y concordia, de modo que la retirada norteamericana que ahora se concreta puede convertirse en el principio del fin de los sueños de unidad. Sigue la disputa por el petróleo de Kirkuk, donde el ejército iraquí y los milicianos kurdos están en pie de guerra. La guerra civil entre sunís y chiís, que vive la tregua impuesta por el procónsul general David Petraeus, que armó a las milicias sunís contra Al Qaeda, podría reanudarse en cualquier momento.

Como demostró el tumulto en el Parlamento al discutirse la ratificación del acuerdo, las tensiones étnico-religiosas están enconadas. Los kurdos, que desearían la protección permanente por Estados Unidos de su preciada autonomía, se sienten amenazados por las incursiones de Turquía en represalia por las acciones guerrilleras o terroristas del Partido de los Trabajadores Kurdos. El mismo tablero maldito de hace muchos años en el que compiten la teocracia, el petróleo, el despotismo y la tribalización. Prudencia, pues, en el pronóstico. Porque el fantasma de la división sigue revoloteando por el Washington de Obama.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.