Irak y el fin de la Historia

Henry Kamen es historiador y acaba de publicar Bocetos para la Historia, una recopilación de sus artículos de EL MUNDO (EL MUNDO, 24/04/06):

Hace unos años, en 1992, el profesor norteamericano Francis Fukuyama escribió un libro provocativo y muy citado, El fin de la Historia y el último Hombre, en el que argüía que, con la desaparición del comunismo, el orden del mundo había cambiado radicalmente y que habíamos alcanzado el final de la Historia. La caída del comunismo y el triunfo a escala mundial del liberalismo político y de la economía de mercado habían traído como consecuencia el que ya no existiera espacio para nuevas grandes batallas ideológicas.Siguió sugiriendo que el fin de la Historia señalaba la victoria de los valores e instituciones occidentales, lo que hacía de la democracia liberal y de la economía de mercado las únicas alternativas viables. A Fukuyama se le llegó a identificar con opiniones a favor de la globalización y sus criterios fueron calificados de neoconservadores. Se le equiparó con el tipo de política que el presidente George W. Bush adoptaría más tarde.

Hace una semana me encontraba yo dando una conferencia en la Universidad de Yale. A la misma hora, y en el mismo campus, Fukuyama también ofrecía una para presentar su nuevo libro, America at the Crossroads: Democracy, Power, and the Neoconservative Legacy (Estados Unidos en la encrucijada: Democracia, poder y el legado neoconservador), publicado por Yale University Press. Es una versión revisada y publicada de las conferencias que inicialmente había dado el año anterior en Yale. Sentí curiosidad por el libro y me apresuré a echar un vistazo a sus páginas. Queda claro que Fukuyama ha cambiado sus opiniones y se ha movido hacia una posición que tiene poco en común con sus anteriores criterios. Su cambio de postura es importante porque coincide con un fuerte cambio en la corriente de opinión estadounidense. Sin embargo, a mí me parece que él se equivoca sobre el modo en que la política debería evolucionar.

Los dos cambios más importantes que el autor anuncia en su libro son que ha dejado de considerarse un neoconservador y que se opone a la política actual sobre la guerra en Irak. Señala en su introducción: «el neoconservadurismo, tanto como símbolo político como órgano de pensamiento, se ha convertido en algo que ya no puedo respaldar».

El neoconservadurismo, recordemos, se originó hacia 1980 entre la intelectualidad americana y enfatizaba que un principio básico de la política norteamericana debía ser el de promover libertad y democracia mediante el mantenimiento de la superioridad militar americana. Su aspecto principal, que ahora el autor rechaza, es la creencia de que la democracia puede ser exportada con un pequeño empujón de los americanos. Fukuyama considera que la política americana tomó un giro equivocado con la excesiva prioridad al pequeño empuje: «dio demasiada importancia al uso de la fuerza y condujo lógicamente a la Guerra de Irak». El intento de exportar la democracia a Irak ha sido, cree él ahora, contraproducente.

Mientras se le puede felicitar por cambiar sus opiniones, yo creo también que uno puede sorprenderse de que, como profesor universitario inteligente, pudiera mantener sus anteriores criterios, que estaban fuertemente enraizados entre escritores, periodistas y políticos, pero menos entre universitarios que, en general, tenían un punto de vista más objetivo.

En lugar de su inicial creencia en el neoconservadurismo, ahora nos ofrece la alternativa que denomina «realismo Wilsoniano», tomando el nombre de un presidente que se hizo famoso por su compromiso con el entendimiento internacional. Fukuyama cree que todavía queda lugar para exportar la democracia, pero debe evitarse la fuerza, confiar más en la persuasión tanto económica como política y, sobre todo, debería tenerse en cuenta el distinto carácter interno de cada Estado para dedicarse a sus aspiraciones.Ese intento para entender cómo están construidos las demás naciones y cómo pueden contribuir a una internacional y globalizada comunidad, es para él la política crucial que Estados Unidos debe seguir.

Los periodistas que han leído el libro parecen tan impresionados con su cambio de pensamiento que han dedicado toda su atención a la oposición del autor a la política de Bush en Irak. Es aquí donde yo creo que están simplificando su mensaje, ya que Fukuyama ha estado criticando la política de Bush desde hace al menos cuatro años. Y no está solo en ello. En los Estados Unidos hoy más del 60% del público, según las encuestas de opinión de esta última semana, se opone a la política sobre Irak y no tienen confianza en Bush como presidente. Importantes militares retirados se han expresado en contra de la dirección de la guerra. Líderes demócratas han criticado asimismo la contienda. Conservadores importantes, algunos de ellos procedentes del propio partido republicano de Bush, también han atacado la guerra. Bastantes más de 2.000 jóvenes americanos han muerto en la ocupación de Irak. Si Fukuyama no hubiera cambiado su pensamiento sobre la guerra sería un insensato. Se habría quedado rezagado en el camino detrás de los sentimientos de la mayoría de los americanos, y sólo habría sido sorprendente si no se hubiera expresado en contra de la política de Bush.

Lo que es notable en el libro, en mi opinión, no es el detalle de la oposición a la guerra sino la redefinición de los objetivos de la política exterior americana que, en su opinión, debería estar dedicada a «promover el desarrollo político y económico».Eso es, según él, porque «América se halla en una encrucijada».Puede elegir entre la fuerza y la globalización. Ese parece ser el camino hacia adelante. Eso también, si me permiten decirlo, es donde creo que su obra es remarcable. El autor parece estar avanzando hacia una nueva visión del papel americano, pero en realidad se ha movido hacia una vieja y clásica solución que América nunca debió haber abandonado.

Ante todo, llega lamentablemente tarde en sus críticas. Con demasiada frecuencia, el presente libro se parece más un diálogo entre su anterior opinión y la actual. Pasa una gran parte de su texto arguyendo que los principios del neoconservadurismo que antes respaldaba eran erróneos. ¿Vale la pena tanto esfuerzo, cuando en efecto parece ser que quedan pocos neoconservadores de importancia en Estados Unidos? Representaban una tendencia fuerte e influyente en la era Reagan, pero tanto ellos como sus doctrinas ya no son activos o influyentes. En el plano de hacer política, el control ha pasado de los neoconservadores a los más puros conservadores.Son ellos los que ocupan la Casa Blanca de George W. Bush, como un confuso grupo de sombras del pasado, aislado y desnudo en una isla desierta mientras alrededor suyo, el mar se ha alterado y modificado. No parece tener mucho sentido que Fukuyama ataque a los neoconservadores cuando el enemigo real es otro bien distinto: los hombres que controlan hoy la situación.

En cuanto a sus propuestas de «realismo Wilsoniano», son anticuadas.Parece decir que la hegemonía americana es necesaria pero debe revisar sus métodos. La dedicación al desarrollo económico y a la globalización son las herramientas adecuadas de la política exterior, asegura, y el cambio de régimen empleando métodos contundentes es una opción desprestigiada. Desea un orden internacional, en el cual América debería colaborar con las Naciones Unidas para devolver la estabilidad mundial. Esto, verdaderamente, va en contra de todas las ideas de los neoconservadores, que siempre han odiado a la ONU. ¿Pero está diciendo algo nuevo? ¿Dónde hemos oído estos sentimientos antes? Seguramente, hace más de 40 años.Como un crítico en The New Yorker ha señalado perceptivamente: «El está retrocediendo hacia el liberalismo de los 60».

Parece como si Fukuyama hubiera emprendido un largo camino para llegar a un punto en donde muchos de nosotros nos encontrábamos hace mucho tiempo. En ese aspecto, su evolución es importante porque parece asemejarse al modo como la opinión americana se ha estado moviendo. Estados Unidos es una sociedad enormemente compleja y cuando cambia de opinión lo hace sólo muy lentamente.El descontento general sobre la guerra en Irak todavía no ha penetrado el tejido de la política diaria, porque los americanos están todavía inmersos en la conmoción creada por el fundamentalismo islámico. Pasará algún tiempo antes de que lleguen, como Fukuyama, a revisar su posición. Sólo podemos esperar que sea pronto, en las elecciones de este otoño, antes de que sea demasiado tarde.