Irán: elecciones formales

Si el sha de Irán hubiera sido un buen demócrata, un hombre que hubiera amado y respetado a su pueblo, habría evitado a este país la dramática república islámica. Pero la mayoría de los líderes se preocupan prioritariamente de su ego, de sus propios intereses, y se esfuerzan más por mantenerse en el poder que por servir a su pueblo. Un viejo problema que no sólo afecta a Irán. Pero el hecho es que 35 años después de la caída del sha y de la llegada triunfal de Jomeini, Irán sufre y vive en una lamentable esquizofrenia. Porque más de la mitad de los iraníes ya no quieren este régimen y desafían las prohibiciones para poder vivir de otra manera. Haya elecciones o no, los iraníes descontentos no ven dónde está la diferencia. La capa protectora de plomo cubre este país y un superhombre mueve los hilos desde su residencia, creyéndose un pequeño Dios. ¡Se trata del guía supremo! No ha sido elegido, sino designado o, mejor dicho, autodesignado. El ejercicio del poder necesita a veces un poco de magia y de misterio. Ali Jamenei está audessus de la mêlée. ¡Inaccesible, intocable!

El presidente saliente, Mahmud Ahmadineyad, habrá sido un conservador y un dictador dentro de su país y un agitador y un provocador en el exterior. Es agresivo, testarudo, para nada diplomático. Tras ocho años en el poder, se constata que Irán sufre una mala situación económica (caída del 3% del PIB) y una imagen desastrosa en el mundo. La Siria de Bashar el Asad es el único aliado árabe de la República Islámica de Irán, que cada vez desempeña un papel más preponderante en la actual guerra. Desde hace años Marruecos rompió sus relaciones diplomáticas con este país. Los otros países árabes desconfían de esta potencia y se han distanciado de ella. Los estados del Golfo saben que Irán es un adversario serio que disputa a Arabia Saudí la protección de los lugares santos del islam. El modo en que se desarrollaron las elecciones presidenciales del 2009 dejó un regusto amargo en gran parte del pueblo iraní. Trampas, represión de cualquier contestación, represión violenta de los opositores, detención de manifestantes, etcétera. Entre junio y diciembre del 2009 los observadores afirman que hubo más de un centenar de asesinados por los Pasdaran, las milicias sin fe ni ley. La democracia se usa como simple técnica electoral, vaciada de sus principios y valores.

Hoy todo está en las manos del guía supremo, Ali Jamenei (74 años), clasificado por la revista Forbes como la vigésima primera persona más poderosa del mundo. Está por encima de los políticos, nunca interviene directamente, nunca concede entrevistas y cultiva esta supremacía que se ha dado y que es casi sagrada. Es él quien tiene la última palabra. Descartó de la carrera presidencial a todos los candidatos que no eran del perfil político que él impone. Aqbar Hashemi Rafsanyani, uno de los fundadores de la república islámica, fue descartado como candidato porque es reformista. Amalgamaba el conjunto de la oposición al guía y por tanto había que eliminarlo.

Se dice que un día se le preguntó a Jamenei: ¿quién dirige Irán? Y él, al parecer, respondió: Dios. Es evidente que la voluntad divina está presente en el ejercicio de un poder absoluto y sin compartir. Él es, supuestamente, el “representante de Dios en la tierra”. El islam suní (el del 90% de los musulmanes en el mundo) no reconoce ninguna jerarquía; ni sacerdote, ni papa. Los chiíes instauraron toda una jerarquía y esperan la llegada del Mahdi, duodécimo y último imán, descendiente de Ali, el yerno del profeta Mahoma. Desapareció en el año 874 a la edad de 5 años. Este “imán escondido, maestro del tiempo”, debería reaparecer y salvar el mundo. Mientras esperan, la religión se estructura en jerarquía y sirve de base ideológica al ejercicio del poder. En nombre del islam han sido confiscadas las libertades individuales. Fue el shock capitaneado por el ayatolá Jomeini, que declaró: “El islam es político o no es islam”. Esta revolución tuvo un impacto catastrófico en la mayor parte de los países árabes. El islam político invadió el mundo y dio a los pueblos decepcionados por los partidos tradicionales la esperanza de una renovación en la que lo temporal y lo espiritual se conjugan arrinconando las libertades e impidiendo la emergencia del individuo.

Las elecciones han tenido lugar en un Irán que vive una grave crisis económica debida en parte a las sanciones que Occidente le inflige. Occidente e Israel acusan a Irán de intentar hacer todo lo posible para dotarse del arma nuclear bajo el paraguas de un programa civil. Israel ha anunciado numerosas veces que bombardeará Irán. Felizmente no lo ha hecho, simplemente porque Irán es una gran potencia militar que no se quedaría con los brazos cruzados. Los militares norteamericanos han estudiado bien los riesgos y han disuadido a Netanyahu de atacar a ese país. Israel ha bombardeado Siria el pasado mes de mayo, en el momento en que eran entregadas armas iraníes a milicias del Hizbulah libanés que acababan de unirse a las tropas de El Asad para asegurarle importantes victorias sobre el terreno.

El hecho de que Irán quiera dotarse del arma nuclear es legítimo. Israel y Pakistán poseen esta arma. ¿Por qué no se habría de autorizar a los iraníes a tenerla? El problema viene de las declaraciones incendiarias de Ahmadineyad, que no ocultan su deseo de ver desaparecer Israel. Ahora que se acaba su ciclo político, quizá su sucesor sabrá convencer a Occidente de su buena fe y lograr que se admita el hecho de dotar a su país del arma nuclear. Pero ese es otro problema.

Tras el resultado de las elecciones, todo el mundo está de acuerdo: no son más que una formalidad en un sistema oscuro. Incluso cabría preguntarse por qué se organizan las elecciones. Por coherencia, ¿no sería mejor designar al futuro jefe del Estado e imponérselo a un pueblo cuyas preocupaciones actuales son de orden económico? La moneda ha sido devaluada un 70%. El pueblo ya no cree en el cambio. La sociedad civil avanza y se bate por la libertad. Mientras que lo religioso se confunda con lo político no habrá democracia real. Curiosamente, cuanto más se islamiza el poder menos frecuentadas son las mezquitas. Es un signo de resistencia pasiva bastante elocuente.

Tras las elecciones, qué importa el nombre del nuevo presidente, ya que quien detenta el verdadero poder, quien tiene la posibilidad de vetar un voto en el Parlamento, está fuera de la carrera. Es el hombre fuerte del país y se llama Ali Jamenei.

El presidente electo, Hasan Rohani, ha saludado la “victoria de la moderación sobre el extremismo”. Irán querría recomponer sus lazos con Occidente. Pero ¿qué margen de maniobra tendrá Rohani? Elegido pero no libre del todo para tomar sus decisiones y sus acciones. El guía supremo vigila porque Rohani no era su favorito. Todo indica que no le facilitará la tarea.

Tahar ben Jelloun, escritor, miembro de la Academia Goncourt

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