Irán, o cómo dar una oportunidad a la futilidad

Por Robert Kagan, miembro permanente del Carnegie Endowment for International Peace y representante transatlántico del German Marshall Fund (ABC, 23/07/06):

Imaginemos, y esto es puramente hipotético, que el presidente Bush ya hubiera decidido no dejar su cargo en enero de 2009 sin dar una solución satisfactoria al problema nuclear iraní. Imaginemos que ya hubiera decidido que si no puede obtener el acuerdo iraní para desmantelar voluntariamente su programa de armamento nuclear de manera verificable, ordenará una intervención militar para destruir el programa en la mayor medida posible antes de irse. Imaginemos que hubiera decidido no poner fin a sus dos mandatos en la Casa Blanca de igual modo que Clinton terminó los suyos, dejando todas las grandes crisis internacionales -Irak, Irán, Corea del Norte y Al Qaida- para su sucesor.

Digamos, hipotéticamente, que George W. Bush ha tomado esa decisión. ¿Qué estaría haciendo ahora mismo? La respuesta es que tal vez estaría haciendo exactamente lo que hace. Podría haberse embarcado en un tremendo y prolongado esfuerzo diplomático para unir a la comunidad internacional y, de no conseguirlo, a los principales aliados democráticos estadounidenses en una iniciativa unificada para convencer a los iraníes de que deben abandonar voluntariamente su plan de fabricar armamento nuclear. Y habría aprendido de la experiencia de Irak que, para tener éxito en el entorno internacional tan poco serio de hoy, un esfuerzo diplomático exige dos cosas: una sinceridad evidente y una paciencia casi infinita.

Bush sería sincero, y resultaría convincente. Porque el desenlace ideal para él sería realmente una solución diplomática en la que Irán abandonara de manera voluntaria y verificable su programa. Sabría que dicho desenlace, además de beneficiar al mundo, cambiaría por completo su imagen y garantizaría su legado de buen líder. También sabría que la solución militar está plagada de peligros y, de hecho, podría acabar mal. Le gustaría de verdad evitarla en la medida de lo posible. Realmente sería un último recurso, utilizable sólo en caso de fracaso diplomático. Por lo tanto, Bush desplegaría a sus diplomáticos y desearía que tuvieran éxito. No le molestaría que la prensa informara de que ha abandonado la «diplomacia de cowboy» y cedido ante los «realistas» del Departamento de Estado.

Y Bush sería paciente. Sabría que cuando se trata con la comunidad internacional, incluidos los aliados europeos de Estados Unidos, hay que demostrar que la opción diplomática se ha probado y ha fracasado. Para los europeos esto no significa probar una ni dos ni tres veces, sino una vez y otra y otra y otra, porque a fin de cuentas no quieren tomar medidas contra Irán. Es necesario acercarlos, pasito a pasito, cada vez un poquito más, a una decisión, hasta que por fin acepten o se retracten explícita y deshonrosamente de sus propios compromisos públicos. Bush sabría que puede ser paciente, porque no necesita una resolución este mes, ni siquiera este año. Puede seguir presionando en el frente diplomático hasta que llegue el momento elegido por él, y alcanzado ese punto, poner colofón al asunto.

Si ésta fuera su estrategia, Bush sabría muy bien que es probable que la vía diplomática fracase. Sabría que es improbable que Irán abandone su programa y acepte las inspecciones e intrusiones necesarias para verificar cualquier acuerdo. También sabría que, a fin de cuentas, la comunidad internacional probablemente se niegue a respaldar acciones punitivas serias contra Irán. Hasta los aliados europeos, por no hablar de Rusia y China, pondrán obstáculos a cualquier sanción que realmente tenga posibilidades de perjudicar a los líderes iraníes. Los europeos intentarán llevar a cabo una especie de diplomacia de Zenón, avanzando a medias hacia la acción decisiva, después otra cuarta parte del camino, después un octavo, después un dieciseisavo, y así sucesivamente, para evitar tener que escoger entre las dos opciones peores: tomar medidas contra Irán o abstenerse visible e indecorosamente de tomar cualquier medida contra Irán.

Sin embargo, el probable fracaso de la diplomacia no disuadiría a Bush de probarla. Cuando ésta fracasara, si lo hiciera, él podría escoger la vía militar, y ninguna persona justa podría acusarlo de no haber intentado convencer al mundo para que hiciera lo que tiene que hacer. Al menos él sabría en su fuero interno que había intentado seriamente dar una oportunidad a la diplomacia. Y cuando ordenara atacar Irán, sabría que, independientemente de todo lo demás que pudiera decirse de él, no pasaría a la historia como el hombre que permitió a los mulás disponer de bombas atómicas.

Es sólo una teoría.