Irán: se avecina una represión aún más dura

Hace 31 años, la revolución iraní derrocó la monarquía de la familia Pahlevi. Nadie había sido capaz de predecir la caída del Sha, que estaba convencido de que era muy popular entre su pueblo. Su mayor tragedia, por consiguiente, fue que el monarca se convirtió en víctima de su propia fantasía.

Hoy, la cuestión fundamental que plantea Irán es dilucidar si el régimen islámico que sustituyó al Sha ha sucumbido al mismo engaño y si está dispuesto a emplear la fuerza para mantener el statu quo y permanecer en el poder.

En la situación actual, surgen varias preguntas importantes. ¿Permanecerá el ayatolá Alí Jamenei en el poder como líder de la revolución? ¿Dará un golpe de Estado la Guardia Revolucionaria? ¿Se convertirá la frustración de la sociedad civil iraní en desencanto y se volverán los reformistas cada vez más radicalizados y violentos? ¿Se hundirá el país, asfixiado por el caos económico e incluso una quiebra bancaria?

La capacidad de aguante del líder supremo -tanto del individuo que ocupa actualmente ese cargo, el ayatolá Jamenei, como del cargo en sí- será un elemento clave para el futuro inmediato del país.

Por supuesto, la pérdida de legitimidad y la disputa por la sucesión del líder cuando fallezca podrían provocar una lucha de poder entre las distintas facciones del régimen iraní que desembocara en un golpe de Estado militar orquestado por la Guardia Revolucionaria y la milicia basij.

El comportamiento de la sociedad civil iraní de aquí a un año podría oscilar entre una amplia oleada de emigración de los jóvenes con estudios y una postura más radical y más partidaria de la violencia.

En cuanto a la economía iraní, no hay duda de que se encontrará en su lecho de muerte, después de una racha prolongada de bajos ingresos del petróleo, escasas inversiones extranjeras, inflación elevada, alto nivel de desempleo y corrupción. La situación podría agravarse con las sanciones políticas, culturales y económicas de Occidente, que son ya prácticamente seguras. Y podría haber un aumento visible de los disturbios entre las minorías étnicas en el país.

Teniendo en cuenta estos indicadores críticos, es de esperar que, en el periodo que se avecina, las fuerzas paramilitares y de seguridad ejerzan una represión aún más dura contra los grupos de oposición.

Para empezar, los altos clérigos del país van a volverse cada vez más críticos respecto a un régimen que ha perdido definitivamente el control de la realidad iraní y se dedica a disparar contra sus oponentes para sobrevivir. La suerte de la política iraní dependerá en parte de las decisiones de los grandes ayatolás de la ciudad santa chií de Qom -que nunca han apoyado las ideas religiosas y políticas del ayatolá Jamenei- y en parte de las de los elementos más duros en el círculo íntimo de este último.

Lo que estamos presenciando es, en el fondo, una disputa fundamental para decidir quién es dueño de la revolución y de los medios para salvaguardar el islam chií iraní. El aparato clerical en Qom seguirá alineándose con quienes pretenden redefinir la República Islámica de Irán y, por consiguiente, se enfrentará abiertamente a la Guardia Revolucionaria.

Si este enfrentamiento se vuelve violento, habría, desde luego, tanto víctimas como beneficiarios. La beneficiaria más probable de una lucha así sería la Guardia Revolucionaria. Con los principales reformistas y opositores en la cárcel y la calle controlada mediante un golpe militar, se acallarían por completo las voces que exigen un cambio radical. Eso podría desembocar en una acción militar exterior contra Irán, que, sin duda, inflamaría toda la región y tendría consecuencias humanas catastróficas, mientras que enriquecería y daría más poder a los elementos violentos y peligrosos del aparato militar y de seguridad del país. Dado que todos los indicios apuntan a una transformación gradual de Irán en una potencia muy militarizada en el plazo de unos meses, esta ideologización afectaría sin duda a las reformas cívicas dentro del país y a su integración en la comunidad internacional.

En política exterior, la repercusión inmediata y fundamental de una toma del poder por parte de los sectores armados sería que la Guardia Revolucionaria iraní seguramente utilizaría la baza nuclear para reafirmar aún más la misión antiimperialista de Irán en el mundo y estimular el orgullo nacionalista dentro de sus fronteras. Eso, a su vez, provocaría una reacción igualmente belicosa de las potencias árabes de la región, que intentarían aumentar su intervención y fomentar las tensiones dentro de Irán mediante el respaldo a los grupos minoritarios suníes.

Dicha situación supondría una enorme presión para las fuerzas militares y paramilitares iraníes, que continuarían aplastando la disidencia interior y, al tiempo, tendrían que proyectar un tono más agresivo de desafío e intimidación respecto a Estados Unidos y otras potencias mundiales.

No son unas perspectivas muy halagüeñas. Lo que es indudable es que nadie puede afirmar con certeza qué sucederá en un Irán gobernado por el más impredecible de los regímenes contemporáneos. Pero, por desgracia, el rumbo que he trazado aquí responde a una lógica innegable.

Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto. © 2010 Global Viewpoint Network / Tribune Media Services. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia