Irán, una obsesión estadounidense

Un recuerdo personal: hace unos cuantos años, Jacques Chirac, entonces presidente de la República Francesa, declaraba ante algunos diplomáticos: «¿La bomba iraní? ¿Y qué?». El presidente francés y muchos otros dirigentes europeos nunca han compartido la histeria estadounidense respecto a los proyectos nucleares de Irán. En el fondo, otros gobiernos menos racionales que el de Teherán, en concreto el de Pakistán, poseen armas nucleares, igual que Israel, India y China. ¿Deberíamos temer a Irán más que a China o Pakistán?

Recordemos que, aparte del uso que le dieron los estadounidenses en 1945, las bombas nucleares solo se han empleado como elemento disuasorio. En cambio, las armas convencionales, que escapan a todo control internacional, han destruido desde 1945 a pueblos enteros en Corea, en Congo y en Bosnia. Los diez años de guerra entre Irak e Irán en la década de 1980 mataron a un millón de personas sin un gramo de uranio. Por tanto, debemos considerar que la búsqueda de armas nucleares por parte de Irán es, ante todo, una forma de protegerse, de garantizar el statu quo en sus fronteras.

Las armas nucleares son esencialmente conservadoras, y por eso Corea del Norte no está dispuesta a renunciar a ellas e Irán quiere mantener las suyas. ¿Se ve amenazada la soberanía de Irán? En Occidente, este país y su ayatolacracia se consideran agresivos. Pero, como bien explica Henry Kissinger, para entender a un adversario o un aliado hay que ponerse en su lugar. Hagamos un intento. Si fuéramos iraníes, tendríamos algunos malos recuerdos de nuestras relaciones con el resto del mundo. Si se remontan lejos en la historia, como cada pueblo se alimenta de su propia mitología y gloria pasada, los iraníes recuerdan que su imperio, Persia, se extendía antaño desde el Egeo hasta las puertas de India; el idioma persa se habla todavía en Asia Central, mucho más allá de las fronteras actuales de Irán. Esta antigua Persia fue reduciéndose progresivamente hasta el actual Irán debido a las sucesivas invasiones. En el siglo XIX, el país era un terreno de juego que se disputaban los británicos y los rusos. En el siglo XX, los estadounidenses impusieron la dinastía Pahlevi y en 1953 la CIA derrocó el Gobierno de Mossadegh, al que consideraban demasiado de izquierdas.

La revolución de 1979, liderada por el ayatolá Jomeini, fue en parte una descolonización, algo que en Occidente no se entiende bien, pero que explica la longevidad del régimen y su relativa popularidad. A estos desastres políticos hay que añadir, desde el punto de vista de los iraníes, un mártir religioso. El chiismo, que fue y sigue siendo la religión del imperio persa y que ha permitido a la civilización persa perpetuarse sin ser asimilada por el sunismo árabe, está desde su cisma fundacional (cuando muere Mahoma) constantemente a la defensiva o vive como si lo estuviera. A lo largo de los siglos, los suníes árabes no han dejado de oprimir e incluso exterminar a los chiíes que viven en la periferia de Persia y no pueden ser protegidos por ella.

En la época contemporánea, donde más sufrieron los chiíes fue en Irak, con Sadam Hussein. Las minorías chiíes siguen siendo muy maltratadas en Pakistán, en el golfo Pérsico y en Arabia Saudí. Debemos comprender que, desde el punto de vista iraní, la solidaridad con los chiíes de fuera, en Líbano y Siria sobre todo, legitima las intervenciones que en Occidente consideramos injerencias extranjeras. Los chiíes no lo ven así.

¿No debería Occidente combatir a este Gobierno de los ayatolás o, por lo menos contenerlo, siendo como es revolucionario? Sin duda, en un principio, los ayatolás soñaban con una revolución islámica mundial, pero esta no tuvo lugar y los ayatolás se apaciguaron y se enriquecieron. Lo que hoy les preocupa más que nada es conservar lo que han adquirido. Y la bomba garantizaría el statu quo. En cuanto al pueblo iraní, sabemos, porque se expresa y vota, que aspira como todo el mundo a la prosperidad en su país. Los europeos, en general, comparten mi análisis, pero los estadounidenses, no. Y desde luego, no Trump, quien ha cuestionado el tratado de pacificación firmado por su antecesor y los europeos.

Este Gobierno estadounidense anda constantemente en busca de enemigos internos y externos. Irán lo hace todavía más, sobre todo porque la mentalidad estadounidense nunca ha conseguido digerir la toma de rehenes en la Embajada estadounidense en Teherán en 1979. La voluntad de plantarle cara en el campo de Trump, tiene, por lo tanto, algo de psicoanálisis y algo de geopolítica. Es cierto que los ayatolás y sus Guardianes de la Revolución, encargados del trabajo sucio, no son unos benditos, pero tampoco son suicidas. Los dirigentes nuclearizados de Pekín, Moscú e Islamabad tampoco son santos, pero nos adaptamos. Así que se necesitaría un Chirac o su equivalente en Europa para hacer entrar en razón a Trump, pero actualmente, por más que miro, no lo encuentro. Lo cual es muy preocupante.

Guy Sorman

1 comentario


  1. el doctor Guy Sorman, no habla para nada de la Bomba Atómica francesa de la cual, Jacques Chirac hacía gala haciendo ensayos en unas islas del pacífico.

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