Iraq, 5 años: balance negativo

El 20 de marzo del 2003, Estados Unidos y sus aliados se lanzaban a una guerra contra Iraq. Cinco años después, ¿qué balance cabe trazar? Es evidente que la victoria militar no lo es todo; es susceptible, incluso, de verse acompañada de un desastre estratégico.

La superior potencia tecnológica y militar de Estados Unidos le facilitó una operación exitosa: en apenas dos semanas, los soldados estaban en Bagdad y el ejército iraquí estaba destruido. Cinco años después, los estadounidenses siguen sin adueñarse de la situación pese a su imponente presencia militar y la inseguridad les acecha por doquier.

El ejército estadounidense acusa incluso un déficit de reclutamiento pese a los incentivos económicos y los menores niveles de exigencia. Ha sufrido muchas bajas e Iraq se ha convertido en un cenagal. Dura derrota - a diversos niveles- para Estados Unidos que, paradójicamente, ha tenido ocasión de mostrar los límites del poderío militar.

El fracaso estratégico se ha visto acompañado de un fracaso moral. Al recurso al uso de la fuerza militar en violación del derecho internacional - ya de por sí problemático tratándose de una democracia- se ha añadido el oprobio que suscita habitualmente la conducta de los ejércitos de ocupación; el escándalo de Abu Graib resulta simbólico al respecto, pero no es el único ejemplo. Aunque el coste económico de la guerra de Iraq es menos gravoso para las arcas estadounidenses que el de la guerra de Vietnam, contribuye a debilitar a Estados Unidos.

George W. Bush se expone a entrar en la historia como presidente de Estados Unidos principalmente a causa de la guerra de Iraq. Los líderes que le han acompañado en esta desgraciada expedición - Blair, Aznar y Berlusconi- también han salido trasquilados y han perdido el poder principalmente a causa de su seguidismo respecto de Bush. Las mentiras proferidas por los dirigentes estadounidenses para justificar la guerra de Iraq dañaron su credibilidad. Lo cierto es que los tres motivos aducidos para legitimar la guerra han cedido terreno en lugar de ganarlo.

Según el primero, se estimaba que la guerra de Iraq atajaría la proliferación de armas de destrucción masiva, pero en cambio dio fuelle a las ambiciones iraníes desacreditando de paso el discurso estadounidense. En segundo lugar, la guerra no ha atajado el terrorismo sino que se ha visto estimulado por ella. Iraq se ha convertido en un suelo patrio de la yihad en el mundo y la guerra ha suscitado vocaciones terroristas en los países occidentales. En cuanto a la democratización, el progreso ha brillado por su ausencia. El proceder estadounidense, que apela a la democracia en la región pero se niega a reconocer los resultados electorales en Palestina, no ha resuelto las cosas. Y en países autoritarios como Siria, la oposición se dice que, después de todo, es preferible vivir sin la falta de libertad que ya conoce que en medio de un violento caos como el que aflige a Iraq.

Justificar una guerra ilegal que, por añadidura, vira al desastre en nombre de la democracia llega incluso a poner en peligro el progreso de esta noble causa. Iraq, indudablemente, ha sido liberado de la dictadura de Sadam Husein, pero se ve desgarrado por motivos de aflicción de otro tipo en tanto la suerte de la población dista de ser envidiable. ¿Posee incluso futuro como país? La ONU y el multilateralismo maltratado por la iniciación unilateral e ilegal de la guerra salen del lance indirectamente reforzados. El episodio ha demostrado que si bien es verdad que cabe guerrear a solas, la victoria y la paz son empresas colectivas. Puede considerarse el fracaso estadounidense a manera de advertencia sobre futuros intentos de aventuras militares en solitario.

Francia, que recibió un plus de popularidad en el mundo merced a su oposición a la guerra, no ha capitalizado tal vez los beneficios que podía extraer de ella desde el momento en que ha optado preferentemente por reconciliarse con Estados Unidos y no ha sabido o podido proponer un modelo alternativo de seguridad colectiva. Alemania, por su parte, se ha valido de la cuestión para mostrar que las secuelas de la guerra fría han desaparecido y puede adoptar posturas totalmente independientes de Estados Unidos (importante novedad en su caso).

En cualquier caso, los países europeos al igual que los países árabes no han sabido sacar partido de la profunda crisis creada por la guerra de Iraq para promover su unidad y autonomía respecto de Washington del que siguen dependiendo.

El único y verdadero vencedor de la guerra es Irán, cuyo peso estratégico regional y mundial se ha reforzado y que además se ha visto desembarazado de su rival iraquí.

En cuanto a la seguridad regional y mundial, decir que la situación es peor ahora que hace cinco años es poco decir. En la actualidad no puede trazarse aún el balance definitivo de la guerra de Iraq; no obstante, el pasivo - ya bastante abultado- podría aumentar sin que el mundo haya acabado de pagar su precio.

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.