Iraq: la rentable reconstrucción

Por W. R. Polk, nombrado por el presidente Kennedy miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado, encargado de la planificación para el norte de África y Oriente Medio entre 1961 y 1965. Actualmente es director de la Fundación W. P. Carey (LA VANGUARDIA, 30/06/03):

La campaña militar llevada a cabo por las fuerzas británicas y estadounidenses en Iraq estaba diseñada para provocar “conmoción y temor” en el Gobierno, el Ejército y el pueblo iraquíes, y lograr así que se rindieran con celeridad y un mínimo de bajas entre las fuerzas atacantes. De forma inevitable, la infraestructura de las ciudades sufrió graves daños. Después, en el caos que siguió a la caída del Gobierno iraquí, las turbas de saqueadores completaron la labor de destrucción.

Como resultado, en casi todos los aspectos de la vida, los servicios han quedado interrumpidos. En muchas zonas sigue sin haber electricidad; es difícil encontrar agua limpia y potable, toda agua es sospechosa; el tratamiento de residuos ha cesado casi por completo, de modo que en el Tigris y el Éufrates se vierten aguas puramente residuales que contaminan río abajo los suministros de agua tanto de pueblos como de ciudades grandes y pequeñas. Los hospitales apenas poseen equipamiento que funcione, y menos aún camas. Iraq ha sido lanzado de vuelta al siglo XIX, pero con una población varias veces mayor y un pueblo acostumbrado a los servicios modernos.

Los más críticos, tanto extranjeros como iraquíes, señalan con una ira creciente que, mientras que la campaña militar parecía haber sido planeada con gran precisión, da la impresión de que se le ha prestado muy poca atención a lo que sucedería una vez terminada la lucha. El creciente número de críticos ha observado también que la atención dedicada a la contención de la violencia fue demasiado selectiva: el Ministerio del Petróleo fue protegido cuidadosamente mientras que museos, centrales eléctricas, plantas de tratamiento de aguas residuales e incluso hospitales fueron desatendidos casi por completo. A medida que “conmoción y temor” han ido desapareciendo, en Iraq se han enardecido los ánimos y el país parece estar cayendo en una guerra de guerrillas. La respuesta del Ejército estadounidense consiste en tomar duras medidas contra comunidades de las que se cree que dan apoyo a guerrillas, e incluso contra muestras relativamente pacíficas de ira y resentimiento.

Así pues, ¿qué sucederá? Antes de que empezara a combatirse ya había muchos planes para el Iraq de la posguerra. No obstante, esos planes no eran de la clase que hubiesen querido los iraquíes. El Gobierno de EE.UU. tal como ha admitido el vicesecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, el artífice de la guerra, era muy sensible respecto a un asunto sobre el que otros altos cargos daban a entender que no era un objetivo clave. Lo que dijo fue que uno de los motivos de peso para lanzar una guerra contra Iraq era que el país “nada” en petróleo.

Las inmensas reservas de petróleo iraquíes –de las que algunos expertos creen que llegan a ser mayores que las de Arabia Saudí y cuya extracción, sin duda, es más barata– han sido a todas luces un acicate que ha atraído la intervención extranjera desde hace casi un siglo. El acicate del petróleo ha sido tan fuerte que, incluso en vísperas de la Primera Guerra Mundial, británicos y alemanes formaron una compañía conjunta para explotar los yacimientos que se sabía que existían en Kirkuk. Después, una vez acabada la guerra, la forma misma de Iraq fue decidida en gran manera por el hecho de que Gran Bretaña y Francia formaron una empresa conjunta para extraer el crudo. El Gobierno turco fue pagado, se avino a renunciar a lo que entonces era una provincia turca otomana con la que apenas tenía relación y cedérsela al nuevo Estado iraquí, controlado por los británicos.

Ahora, la explotación petrolera ha tomado otras formas hasta cierto punto más sutiles. Con todo, el petróleo sigue siendo un botín de guerra. ¿Cómo será vendido al final? ¿Para beneficio y bajo el control de quién? Estos interrogantes continúan sin respuesta, al menos formalmente, a pesar de que el pasado mes de mayo un empresario de Texas llamado Philip Carroll fue designado “zar del petróleo” de Iraq, es decir, encargado de dirigir la industria petrolera iraquí. Carroll, antiguo ejecutivo de Fluor Corporation, continúa recibiendo alrededor de un millón de dólares anuales en concepto de subsidio de jubilación y posee acciones de esa empresa con un valor aproximado de 35 millones de dólares. Hasta la fecha, todavía no está demasiado claro qué decidirá hacer con su nuevo cargo.

Lo que sí está claro es quién pondrá de nuevo en forma la industria para bombear petróleo en grandes cantidades y cómo se utilizará el crudo para reparar la infraestructura destrozada del país.

Antes incluso de que estallara la guerra, cinco importantes empresas estadounidenses fueron invitadas a participar en esa labor. El trabajo real en los yacimientos petrolíferos le fue asignado a Halliburton (sin competir con otras ofertas), la empresa que hasta hace poco estaba dirigida por el vicepresidente Dick Cheney y de la que todavía recibe, como funcionario gubernamental, entre 100.000 y un millón de dólares anuales en concepto de “compensación aplazada”. La contratación más general de obras en puentes, campos de aviación, puertos, obras de irrigación y otros complejos importantes le ha sido otorgada a Bechtel Corporation, empresa que hizo una de las mayores contribuciones a la campaña por la presidencia de George W. Bush. Bechtel es una de las compañías más poderosas de Estados Unidos, con 47.000 empleados ocupados en unos 900 proyectos por todo el mundo. En su junta directiva se encuentra el otrora secretario de Estado, George Shultz. Un actual vicepresidente de Bechtel es también miembro del Consejo de Política de Defensa, dirigido hasta no hace mucho por Richard Perle, y nueve de cuyos 30 miembros se encuentran vinculados a empresas que han recibido la mayor parte de las contratas de la reconstrucción.

Es probable que esas contratas asciendan finalmente a cien mil millones de dólares. Eso las convertirá en las más lucrativas desde la guerra de Vietnam. Bechtel necesita el trabajo, puesto que sus ventas cayeron de unos 23.000 millones de dólares en 1999 a menos de 10.000 millones en el 2001. Las críticas del Congreso estadounidense sobre la forma en que se han otorgado las contratas están aumentando. El senador demócrata Ron Wyden, de Oregón, ha afirmado que “está empezando a aparecer un modelo preocupante, puesto que a algunos de los intereses empresariales más poderosos del país se les siguen concediendo esas enormes contratas sin... ofertas abiertas y transparentes”.

Los iraquíes tienen una perspectiva diferente de esas críticas respecto de las actividades estadounidenses: están enojados porque se ha hecho muy poco para satisfacer sus necesidades básicas y quieren que el que haya recibido las contratas se dé prisa con el trabajo. Desde luego, es una preocupación a corto plazo. Resulta predecible que, en cuanto sus necesidades inmediatas estén satisfechas, los iraquíes, igual que al menos algunos legisladores estadounidenses, empiecen a preguntarse por qué cierta compañía recibió una contrata, si fue o no fue justo lo que se pagó por ella, y si los propios iraquíes no podrían haber realizado esos trabajos de una forma aceptable por menos dinero y para un beneficio del país a largo plazo.

La actitud de los iraquíes hacia los extraños que controlan sus únicos recursos naturales importantes aún se complica más a causa del hecho de que, con ayuda de Estados Unidos, Israel va detrás de conseguir un oleoducto hasta los yacimientos de Iraq, para poder así comprar petróleo iraquí aproximadamente un 25 por ciento más barato de lo que tiene que pagar ahora por crudo de otra procedencia. Si se tiene en cuenta que, hasta la guerra, el Gobierno iraquí y la mayoría de los ciudadanos de Iraq con los que he hablado consideraban a Israel el segundo enemigo más poderoso de Iraq (después de Estados Unidos), es probable que los iraquíes sientan que sus recursos se están utilizando contra sus propios intereses.

Todos estos interrogantes surgirán una y otra vez, tal vez serán planteados desde las bocas de los fusiles que disparan las guerrillas –o, como nosotros pensaremos de ellos, los terroristas– tantas veces como se plantearán en la prensa o en contactos diplomáticos. Tal como editorializó “The New York Times”, las concesiones a empresas estadounidenses “no pueden más que sumarse a la impresión general de que Estados Unidos busca beneficiarse de la guerra que ha emprendido”.

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