Islam

Baltasar Porcell (LA VANGUARDIA, 18/04/04)

Islam 1: publicidad

He hojeado el nuevo libro de Oriana Fallaci contra el islam, "La força della ragione", y tendrá éxito pues es agresivo, realista, sectario. Pero, ¿a qué realidad se refiere? Esta periodista somatiza sus filias y fobias y concede a la actualidad la categoría de esencia. Cuando un cuarto de siglo atrás realizaba sus reportajes su aguda inteligencia ya funcionaba así, pero entonces Occidente se desperezaba eufórico, y hablara Fallaci de cualquier tema lo hacía en clave nuestra, con lo que su demagogia correspondía menos a hechos que a intenciones. Ahora, con idéntico talante, afirma que sufrimos una embestida total y bestial del islam y que en este universo moral, social, teológico, político, no hay una rama buena y otra mala, como suelen decir muchos, incluso numerosos musulmanes, sino que ambas son la misma y que si contemporanizamos con el islam seremos engullidos en su pantano, pues las vacilaciones sólo servirán para que triunfe y nos aprisione con su abominable burka.

La actualidad en exclusiva, o periodismo sólo de "scoop", es la peor vara para juzgar un problema histórico o social, pues la noticia exalta la inmediatez, cuando también se necesitan complejos conocimientos previos para ensayar una imagen teórica del problema y corregirlo. Vara que usa la mayoría de los políticos al dejar de tener cuadros estratégicos y sólo pretender protagonizar el presente con tácticas electorales. Nuestra sociedad, entonces, posee de sí misma una imagen apabullante de urgencias que se suceden y se anulan, en la que apenas brilla una idea rectora. Lo que mina a la misma democracia, que ahora establece su énfasis en el mercado y el bienestar. Para entender esta distorsión, obsérvese que la publicidad consumista constituye un factor de conocimiento y de deseo superior al que inculcan la docencia primaria y a menudo la universitaria.

El islam lo comprende muy bien y donde más nos golpea es en los efectos emocionales de la actualidad, creando así las más tremendas noticias posibles: Nueva York, Madrid. O sea, no exactamente matarnos con sus bombas o empobrecernos, pues jamás se lograría el exterminio occidental, sino ocupar nuestro gran espacio mediático, la inmediatez que nos alimenta material y mentalmente, con lo que el miedo, el odio, el sentido de culpabilidad, la tragedia, invadan por entero todos los hogares y gobiernos. Más que el terror, es una "culturalidad" del terror: Fallaci, pues, paradójicamente contribuye a ello. Lo que no es nuevo en Occidente, aunque lo parezca. Mañana lo vemos.

Islam 2: la tenaza

Decíamos ayer que el actual terror al islam no es nuevo: Europa en la Edad Media vivió dominada por el miedo a la Media Luna, que constituyó una gigantesca tenaza que englobaba desde la península Ibérica hasta Viena, pasando por todo el norte de África, Bizancio y el Oriente Próximo, Grecia y los Balcanes, y llegando a los confines del Himalaya. El hombre medieval se defendió del islam sobre todo aferrado al franco meridional de los Pirineos y al fin en el siglo XI emprendió la primera Cruzada, una victoria inicial sobre el islam y que alcanzó una repercusión indescriptible en la cristiandad. Así en el siglo XVI se llegó a una partición espacial pues la batalla de Lepanto marcó una frontera que perdura. Pero el islam casi quedó encerrado por ella, y sólo modernamente se ha extendido por regiones deprimidas de Oceanía, del continente negro. Mientras, Europa, a partir de Enrique el Navegante, surcaba las rutas del Atlántico y del Pacífico: América, Asia oriental.

Pero hubo otro asunto capital, aunque el gran miedo al islam perduró hasta el XVIII. La Europa medieval es cristiana y en ella todo -ciencia, riqueza, filosofía, individuo- es rechazado excepto el monoteísmo: sólo se vivirá para Dios. Y ha eliminado el "paganismo", la cultura griega y romana, homocéntrica. La cual el islam, también monoteísta, hallará en el imperio bizantino, que conquista, pero su múltiple ímpetu nómada le permite agregarse tal conocimiento y en Siria y Al Andalus florecerán igualmente los saberes. Sin embargo, en el siglo X el islam va dejando de ser un magma vital para acentuar su monoteísmo y convertirse en situaciones estatales que secuestran el mismo Corán y donde el califa o los sultanes se erigen en vértice de una sociedad piramidal, que acaba petrificada y persiguiendo todo saber y libertad. Y el islam ya apenas cambiará, o sea, se empobrecerá.

Mientras, Europa hacia el siglo XV además de navegar recupera la cultura grecorromana ¡y crea la imprenta, difunde el saber! El cristianismo retrocederá, la ciencia y el pensamiento, el individuo, crecerán. Dinamizada la sociedad occidental, será más rica y fuerte. Más depredadora... En el XVIII y XIX las revoluciones acaban con el Antiguo Régimen y su rey por gracia de Dios. Hasta el Papa es despojado de los Estados Pontificios, hierve la democracia. O sea, no somos diferentes del islam, sino que estamos tan separados de él como del cristianismo medieval. Mahoma era consciente de la naturaleza del tema y dice: "Abraham no fue judío ni cristiano, sino monoteísta".

Islam 3: la esencia

El islam se halla en otra etapa histórica que la nuestra, decíamos ayer, y siente que pierde pie y que será arrasado, con lo que se aferra a sus creencias, a su "uniforme", creyendo así que para continuar existiendo sólo tiene su dogmática, lo que acaba de petrificar una naturaleza a la que es ajena toda idea de mestizaje o evolución. Se formó venciendo por las armas y se anquilosó clausurándose en sí mismo, lo que conlleva cretinismo, absolutismo y pobreza.

Nosotros estamos en el polo opuesto, pero lo estamos hoy: con la edad media y el antiguo régimen vivimos un periodo semejante, liquidarlos costó guerras, sangre, y sustituir una creencia por la filosofía, un principio de autoridad por un contrato social. Igualmente ocurrió con el comunismo, un totalitarismo que canjeó el individuo y la variedad por un conjunto masificado y monolítico, incapaz de evolucionar. Para el islam, todo empieza con Mahoma y nada hay fuera de él. Para el cristianismo, los tiempos se iniciaban con Jesús y destrozaron las estatuas griegas y romanas. Para el comunismo, Marx es el alba única. Lo demás es herejía, enemigo. Insisto: es el monoteísmo. El Jehová bíblico ordena la destrucción de los otros dioses, que considera ídolos falsos, y de sus adoradores. Se imponen, entonces, guerras santas, hogueras inquisitoriales.

Discutir, luego, si el islam es bueno o malo, si se trata de una religión cruel o cerrada, resulta absurdo. Estamos ante un fenómeno histórico, un estadio de civilización, una "lectura" coránica. El cual, cierto, se nos enfrenta, pero también es usado por sus poderosos y sus fanáticos como fuerza moral, cultural, política, contra su propia gente, sus intelectuales, sus mujeres. Los cuales, a la vez, son atacados por nosotros: Iraq, el colonialismo, Palestina. Lo que conlleva, colmo de la parado-ja, que quienes podrían hallarse mejor en una sociedad abierta se sientan humillados, deban aferrarse aún más a sus raíces y nos detesten aún más.

Ese tunecino de Madrid estaba becado por España como estudiante: conoció así el desprecio y abismo entre los estadios de civilización, cuando evolucionando hubiera podido continuar siendo un musulmán a la vez que un ciudadano libre y en el progreso, como tantos musulmanes hay. Porque es posible una lectura esencialista, no fundamentalista, del Evangelio, del Corán, hasta de Marx, la tragedia brota cuando se confunde la sublimación del ser humano a través de la entrega a una abstracción trascendente con la adoración de una verdad única y excluyente.

Islam y 4: iniciación

Estas columnas sobre el islam sólo ensayan una aproximación, más allá de la arrolladora actualidad, a un universo complejo y hondo. Varias publicaciones pueden ayudarnos a iniciarnos: para visiones desde hoy, "¿Hacia dónde va el Islam?" (uno de los monográficos de "Vanguardia Dossier") o "El Islam plural", de Maria-Ángels Roque; para el imprescindible Corán, las traducciones de Juan Vernet al castellano o de Míkel de Epalza al catalán; para su historia, los estudios de Abdallah Laroui, o su espiritualidad, los de Mohamed Talbi; para sus grandes clásicos, Ibn Khaldun e Ibn Battuta. Etcétera. Y hay que meterse en su arte, cuya iconografía bascula asombrosamente entre la geometría y las flores, y tratar con ganas a su gente, de un estatismo social que alimenta la angustia personal.

La relación con los hombres y mujeres de cultura islámicos es capital, son las primeras víctimas del sistema. Los creyentes suelen hallarse escorados por su fe, los laicos por la política, pero se trata de una inteligencia recia, sensible, frustrada, ávida, que se debate entre tres fuerzas opresoras: la tradición anquilosada, la dictadura política, el occidentalismo ignaro y a saco. Y pienso que se debe confiar previamente más en ellos, alentarlos como sea, antes que en la política o la economía, en contra de lo que suele creerse en Occidente. En Europa el paso de la edad media y del antiguo régimen a la democracia, que ya comenté, se debió en rigor a dos revoluciones culturales: el renacimiento y la razón, el resto acompañó.

El comunismo fue lo contrario: el retroceso a una verdad suprema, a la caverna de la historia -el nazismo "no alcanzó" ninguna cosmovisión: fue una aberración-. Por ello Lenin y Stalin enviaron la cultura al "gulag", Felipe II y Franco prohibían la entrada en España de libros extranjeros, la Iglesia condenó a la hoguera cualquier intento de pensamiento no ortodoxo. En el mundo islámico, la libertad y la cultura en libertad no es que sean perseguidas, sino que el sistema ni imagina que deban existir.

Lo aberrante de la presente situación puede resumirse en la siniestra "yihad". Para Mahoma, se trata de un laborioso camino o ¿razón? de Dios y la guerra es predicada para combatir al infiel agresor.

No existe, pues, el principio de guerra santa que se dice. Pero, sin duda, el terrorista o el caudillo pueden considerar enemigo del islam a quien no se pliegue a sus cerrazones y declarar una guerra santa, mientras tantos occidentales consideran que el islam constituye por sí mismo una guerra santa contra nosotros.