Islam y democracia

Con motivo de las revoluciones, revueltas y manifestaciones que agitan a todo el mundo árabe se ha reavivado la vieja polémica sobre la compatibilidad del islam con la democracia. Es difícil prever con certeza cuál será el futuro de la articulación política en Túnez, Egipto y Libia, después de la cruel barbarie de Gadafi, o por dónde irán las convulsiones que sacuden a otros países musulmanes. Seguro que evolucionarán de forma diferente, pero algunos apostarán, ya están apostando, por instituciones democráticas por las que circule con libertad la voluntad popular.

Los autócratas derribados invocaban el islam para mantener sus dictaduras y proclamar que eran los muros de contención frente al radicalismo violento de franquicias como la de Al Qaeda de Bin Laden. Es cierto que en los últimos 20 años dio la cara una islamización con rostro de extremada violencia. A esos grupos fanáticos se unieron muchos jóvenes cargados de frustraciones que buscaban una identidad en donde realizar su liberación. Esta corriente todavía pervive y sigue arrastrando, aunque según expertos muy autorizados, cada vez menos.

Si analizamos la filosofía de los nuevos rebeldes árabes, nos encontramos que, por primera vez, las masas de esos países han salido a la calle gritando la palabra libertad. Apoyan sus esperanzas de desarrollo económico y social en la idea de una convivencia libre en la que es frecuente el calificativo de democrática. Esta es la idea dominante de sus escritos en la red. Las masas árabes han poblado con frecuencia las calles y las plazas gritando sus cóleras contra las agresiones de Occidente, ya sea por las caricaturas de Mahoma o por la invasión de Irak, contra el imperialismo de Estados Unidos o contra las agresiones de Israel a los palestinos. No sé si aparecerán invocaciones al islam en el futuro, pero hasta ahora no han aparecido como base ideológica, aunque algunos rezaran ritualmente sus oraciones con visible fervor.

En este paisaje, es lógico que salte la pregunta y surja el debate sobre la viabilidad democrática en una sociedad islámica. Los ardientes defensores del no, de que no es compatible el islam con la democracia, lo argumentan afirmando que la revelación contenida en el Corán y en los hadides del Profeta ordenan minuciosamente la vida de los musulmanes y deben vivir en la sumisión a Dios.

La misma sumisión exigen los libros revelados de las otras dos religiones monoteístas, la judía y la cristiana. Aunque conviene decir que en los libros sagrados de las tres religiones monoteístas, así como en los de las otras grandes religiones, ocurre como en los grandes almacenes, se pueden encontrar citas para todo, para defender la paz y para defender la guerra, para la tolerancia y para la intransigencia. Los dioses únicos es lógico que sean celosos con sus posibles rivales. Se lo dijo Yavé a Moisés con absoluta claridad en el libro del Éxodo: «No tendrás otros dioses rivales míos, soy un Dios celoso: castigo la culpas de los padres en los hijos, nietos y bisnietos cuando me aborrecen». No hay libro más exigente ordenando la vida de sus creyentes que el Levítico. La sumisión a Yavé es la exigencia básica de todos los escritos del Antiguo Testamento. A pesar de estas amenazas, a finales del siglo XIX, el periodista judío Theodor Herzl crea el sionismo, un movimiento laico que cuajó en el moderno Estado de Israel. Un Estado con muchas aristas criticables, pero nadie pone en duda que sea un Estado democrático.

El cristianismo, en su formulación más numerosa, la católica, ha tenido unas relaciones tormentosas con la democracia y el pensamiento liberal. En el proceso histórico, la democracia que podemos calificar de moderna es una formulación relativamente reciente que parte de los pensadores de la Enciclopedia y de la revolución francesa, y la Iglesia tardó en resignarse a reconocerla. Los papas como Pío IX, en el manifiesto Syllabus reforzado por la encíclica Quanta Cura, y Pío X, en la encíclica Pascendi, condenaron de manera contundente el liberalismo, y la separación de la Iglesia y el Estado. Defendían un Estado sometido a la Iglesia. Hasta Juan XXIII, esa fue la corriente dominante. Y aún quedan notables residuos. Vean los escritos de la Conferencia Episcopal Española sobre algunas de nuestras leyes democráticas. Es una innegable realidad histórica que buena parte de la jerarquía católica se sentía más cómoda con la dictadura de Franco que con la democracia de Zapatero.

Después de lo que acabo de señalar, es lógico sostener que, al igual que ocurrió con los otros dos monoteísmos, suceda también en el mundo musulmán, y que las corrientes liberadoras de ciertos dogmatismos den paso a una sociedad civil que puede creer o no, pero donde el orden político se construya con independencia del orden religioso. Son muchos los pensadores musulmanes que, como el diplomático y escritor paquistaní Hussain Haqqabi, defienden que ha llegado la hora de que esto empiece a suceder. El proceso será largo.

Por Alfonso S. Palomares, periodista.

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