Islam y fanatismo

Dada la barbarie e irracionalidad de los atentados del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) así como su reivindicación ideológica, no podemos dejar de preguntarnos si el fanatismo religioso está en el ADN del islam. Resulta casi imposible comprender que haya podido llegar a tal grado de locura destructiva. Incomprensible es que atraiga a tantos jóvenes de ambos sexos, dispuestos a torturar, violar y asesinar a todo tipo de personas, que sus seguidores están dispuestos a destruir los tesoros artísticos de la humanidad; y que su violento paroxismo les lleve a inmolarse fácilmente con tal de hacer el mayor daño posible.

Hay quienes intentan explicar estas conductas en el desarraigo y marginación en el que viven algunos de estos terroristas. Pero si bien es cierto que la miseria y desesperanza crean frustración, no tienen por qué generar despiadados asesinos. Se mueven en razón de una ideología integrista y el odio a Occidente. Parecen estar abducidos por una fantasía utópica que banaliza el mal y les incita a perseguir sus obsesiones a cualquier precio. Todo ello sin perjuicio de que no sepamos bien como se ha consolidado el Estado Islámico, producto de una serie de complejas alianzas, ambiciones y odios entre distintos países musulmanes y del enfrentamiento entre suníes y chiíes, junto con los errores y la complicidad de algunas potencias occidentales.

Pero dada la conexión ideológica de ISIS y el hecho de que el terrorismo islamista amenaza y destruye nuestras vidas desde hace décadas, no cabe obviar la pregunta inicial aunque sea una cuestión comprometida y polémica. Uno de los pocos pensadores musulmanes que se ha atrevido a abordar esta cuestión ha sido Mohamed Charfi, ilustrado pensador tunecino que sufrió represión y rechazo de los ulemas conservadores de su país. En su libro Islam y libertad dice que no existe ningún lugar donde el fanatismo religioso en las últimas décadas haya causado más víctimas que en los países musulmanes —hoy día podría incluir también a los países occidentales—, y no sirve de excusa la pobreza y la marginación. Hay que preguntarse por qué las reivindicaciones de los musulmanes se funden con frecuencia en una quimérica reclamación de retorno a un Estado Islámico en el que todos los problemas se resolverían con la varita mágica de la sharía. Todas estas actuaciones, añade, proyectan la imagen del islam como una religión intolerante y violenta.

Para Mohamed Charfi la respuesta es clara: el islam no ha evolucionado a diferencia del cristianismo. Pero afirma que no hay ninguna razón para que no lo haga y que en la década de los 60 la mayoría de los regímenes de los grandes países árabo-musulmanes eran laicos, luchaban por la liberación de sus pueblos contra el colonialismo y caminaban hacia la modernidad.

Comentando la tragedia y sinrazón de los últimos atentados con un amigo marroquí, demócrata, al que preocupa tanto o más que a nosotros el yihadismo e incluso el avance del islamismo moderado, me dijo que en su opinión el mayor problema hoy día es saber —como se pregunta el escritor argelino Boualem Sansal, premio de la Academia Francesa por su novela 2.084, el fin del mundo— hacia dónde va el islam y a qué tipo de sociedad nos lleva. En los años 60, ha dicho recientemente, Argelia era un país socialista en el que islam ocupaba casi el mismo lugar, marginal, que el cristianismo en Francia. Y ahora, como quiera que en estos últimos años se ha potenciado al máximo la religión en las escuelas y han proliferado por doquier las mezquitas, muchos jóvenes musulmanes se han convertido en pequeños ayatolás en las casas y en las calles. La religión ya no es el islam sino el islamismo, y la gente se pliega a este discurso sin enfrentarse al mismo. ¿Qué va a ser de nuestras sociedades en el futuro?

Tras esta reflexión, mi amigo añadió: no olvidéis los occidentales, por otra parte, que sois vosotros quienes habéis invadido nuestros países en razón de cierto mesianismo “democrático”; quienes habéis destruido las instituciones que gobernaban y mantenían unido Irak, causando la muerte de miles de inocentes y entregando todo el poder a los chíies. Algo parecido habéis hecho con Libia. Para colmo, ni siquiera teníais solución de recambio y olvidasteis que estos países se movían entre la autocracia y el caos; destruisteis la primera, nos sumisteis en el segundo y luego nos abandonasteis. Vinisteis a redimirnos y nos dejasteis mucho peor de lo que estábamos. Y del desorden siempre se benefician los integristas y fanáticos radicales. ¿Qué pensáis, dijo, de que el Estado israelí siga negando el pan y la sal al pueblo palestino que vivía pacíficamente en el país de sus antepasados desde hace 2.000 años?. El Estado Islámico es el hijo ilegítimo y espurio de nuestras propias contradicciones y de nuestra violencia sectaria pero también de las intervenciones “civilizadoras” de Occidente. Mi interlocutor acabó diciendo que lo que procede ahora es derrotar el Estado Islámico y sus seguidores, quienes amenazan todavía más a los países musulmanes que a los países occidentales y están dispuestos a destruir sus economías y sus esperanzas de progreso, como muestran los atentados de Túnez y de Egipto. Luego habrá que sentarse para ver si conseguimos entre todos que desaparezca, lo que no es fácil, el yihadismo y también el imperialismo occidental, ahora que alguno sus propios actores, como Tony Blair, acaba de retractarse diciendo que fue un grave error la invasión de Irak. Demasiado tarde, el daño ya está hecho. Y finalmente ver de qué forma los países musulmanes, incluso los que propugnan un islamismo moderado, aunque mantengan algunas especificidades religiosas, avancen de una vez para siempre hacia la modernización de sus sociedades, lo que exige que dejen de ser Estados confesionales, permitan la libertad de expresión y de creencias, y establezcan la igualdad entre ambos sexos. Sentenció, todavía quedan años de dolor y penalidades; no es fácil resurgir de las cenizas y ordenar este inmenso e irracional caos.

Jerónimo Paez es abogado.

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