Islam y poder (2)

El descontento social con respecto a Morsi va más allá de la deficiente actuación en el terreno económico y se centra en sus maneras autoritarias y su esfuerzo sistemático por consolidar el régimen islamista. Los islamistas no han efectuado mentalmente el tránsito de grupo opositor a partido gobernante. Aunque ganaron una sólida mayoría en las elecciones parlamentarias y presidenciales, han actuado como si todo el mundo estuviera enfrentado con ellos, una actitud que los ha impulsado a reaccionar de modo desmesurado y, en consecuencia, a hacer cálculos notablemente erróneos.

En lugar de cumplir sus promesas, tales como la de formar un gobierno de amplia base e impulsado por Enahda (renacimiento), Morsi trató por todos los medios de monopolizar el poder y colocar a los Hermanos Musulmanes en las instituciones del Estado. Muchos egipcios de toda clase y condición creen que Morsi intentó modelar Egipto a imagen de los Hermanos Musulmanes (“Al Ijuan misr”) y subordinó la presidencia a estos últimos; un error fatal en un país que llama a Egipto “Um al Dunia” (la madre del mundo).

Es innegable que Morsi, funcionario maleable y opción segura para los Hermanos Musulmanes, es profundamente responsable del desastre islamista. Morsi era el peor enemigo de sí mismo, sordo y ciego ante la tormenta que se cernía sobre él. Dominaba el arte de crearse enemigos y hacer planchas, y convirtió a millones de egipcios que le habían votado en enemigos acérrimos. Era el hombre equivocado para dirigir Egipto, el Estado árabe más populoso, en esta crítica coyuntura revolucionaria.

La administración Morsi, de raíz islamista, heredó de hecho un país polarizado en sentido político y en bancarrota en el plano financiero. Desde un principio, topó con una fuerte oposición a su presidencia de parte de las instituciones del Estado, inclusive en el caso de la policía y las fuerzas de seguridad, y consolidó los intereses de la vieja guardia. Del mismo modo, la oposición de matiz progresista nunca concedió a Morsi el periodo de gracia. Sectores laicos y progresistas desconfiaron profundamente de los islamistas desde un principio y juzgaron que constituían una amenaza vital para la identidad laica de Egipto, lo que les impulsó a apelar a los militares para derrocar a un presidente democráticamente elegido, una actuación no democrática. La línea de fractura entre islamismo y nacionalismo que surgió a mediados de los años cincuenta sigue mostrando actividad y las guerras culturales siguen causando estragos. Esta línea divisoria se ha revestido ahora de connotaciones de tipo cultural y de civilización. El destacado poeta Adonis, laico y vehemente crítico de los islamistas, argumenta que la lucha entre islamistas y nacionalistas de inclinación laica es más de tipo cultural y de civilización en sentido humanista que política o ideológica; se asocia de forma natural a la lucha por el futuro de la identidad árabe, por el futuro árabe.

Dadas las circunstancias, lo más probable era que Morsi decepcionara y, en última instancia, cayera. Los problemas de Egipto crecían, las circunstancias sociales y económicas empeoraban y las divisiones políticas se ahondaban.

Aparte de las críticas a Morsi, no hay nada especial en el hecho de que los islamistas experimentaran las limitaciones de su nuevo poder y cayeran en la trampa de la ciega ambición política. La cuestión no es la de si los islamistas son progresistas o demócratas renacidos (no son ninguna de las dos cosas), aunque ahora se presentan a sí mismos como adalides de la legitimidad constitucional. Su perspectiva y mentalidad garantizan que lo más probable es que dirijan democracias conservadoras, intolerantes.

No obstante, los islamistas, incluidos los ultraconservadores, han subrayado el compromiso de institucionalizar la democracia y aceptar sus parámetros y reglas. Es una buena noticia, porque la tolerancia no antecede a la democracia, es justo al revés. Una vez se consagran las instituciones y las prácticas políticas democráticas, el debate sobre los derechos individuales y las minorías y sobre el papel de lo religioso en la política puede abordarse mediante la libertad de expresión y el cambio de las mayorías en el Parlamento.

La expulsión de Morsi por parte de los militares socava el frágil experimento democrático porque existe un peligro real de que los islamistas sean eliminados y excluidos de la escena política. Se ve venir con la detención de Morsi y el punto de mira dirigido contra decenas de líderes de los Hermanos Musulmanes. No es un buen presagio para la transición democrática porque no habrá institucionalización democrática sin los Hermanos Musulmanes, el mayor y más antiguo movimiento principal de base islamista en Oriente Medio.

Las consecuencias y repercusiones rebasarán Egipto en dirección a países árabes y de Oriente Medio. En toda la región, los islamistas temen que la marea popular se vuelva contra ellos. Después de las revueltas árabes a gran escala del 2010 al 2012, el mundo árabe percibió que los islamistas eran caballo ganador, un corcel imparable. Esto se ha vuelto del revés tras la protesta de millones de egipcios contra la administración Morsi, de liderazgo islamista, y su posterior derrocamiento. Al Ijuan (los Hermanos Musulmanes) es una marca tóxica que podría contaminar el islam político y debilitarlo.

Siendo la principal organización islamista creada en 1928, el fracaso de la primera experiencia en el poder de los Hermanos Musulmanes empañará probablemente la reputación e imagen de las diversas ramas y grupos ideológicos afines en Palestina, Jordania, Siria e incluso Túnez y Marruecos. Hamas ya sufre las consecuencias de la violenta tormenta de El Cairo y los Hermanos Musulmanes en Jordania notan el calor y la presión en casa. Los islamistas sirios son presa de desorientación y miedo de que la marea se haya vuelto en su contra. La oposición de signo progresista en Túnez se siente con fuerza y planea seguir con su ofensiva contra Enhanda. Incluso el partido moderado Justicia y Desarrollo y el movimiento Gülen en Turquía observan el desarrollo de los acontecimientos en el vecino Egipto con preocupación e inquietud. Sin embargo, sería imprudente escribir el obituario del movimiento islamista.

Fawaz A. Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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