Islamabad asediada, el mundo en peligro

Antes de que hayamos tenido tiempo de darnos cuenta de lo que estaba pasando, han saltado a las portadas de los periódicos del mundo entero las noticias sobre los avances de los talibán paquistaníes que, desde el valle de Swat, consiguieron llegar la semana pasada hasta unos escasos 100 kilómetros de Islamabad, la capital de Pakistán. La reacción del ejército del país no se hizo esperar, y en las últimas horas se ha recrudecido la contraofensiva. Las últimas informaciones hablan de que las fuerzas militares paquistaníes habrían abatido a más de 1.000 talibán, y durante todo el fin de semana han penetrado en el valle del Swat -bastión islamista por excelencia-, hasta su capital: Mingora.

Conviene, por la importancia de los hechos, profundizar en lo que está sucediendo en la región. Desde principios de 2007, la amenaza que sufre la capital de la República islámica de Pakistán es una realidad que se ha manifestado en los progresos de este movimiento insurgente ligado a Al Qaeda fuera de las zonas tribales pastunes, en múltiples atentados y en el empeoramiento de la situación de seguridad de Islamabad. Esta degradación no ha cogido, sin embargo, por sorpresa a los conocedores y expertos de la zona, que confirman el descenso al caos, título del último libro de Ahmed Rashid, que describe el fracaso de las políticas occidentales ideadas para combatir el terrorismo yihadista a partir del 11 de septiembre de 2001.

Peshawar, la capital de la provincia de la Frontera del Noroeste paquistaní, nexo de unión con Afganistán, está fuera de control para los occidentales. Y el riesgo de atentados y secuestros se ha extendido progresivamente incluso a los barrios más protegidos de Islamabad y a las partes del país más alejadas de la frontera afgana, incluyendo el Punjab.

Entre el desinterés de los europeos y las sucesivas políticas de EEUU en esta lucha contra Al Qaeda y sus aliados locales se ha acabado por poner en peligro la existencia misma del único Estado musulmán con armas nucleares, y con ello las bases mismas de la seguridad y la estabilidad de la región y de todo el mundo. Eso es lo que está hoy en juego, además de la capacidad de análisis y de acierto de buena parte de la elite diplomática de Washington y de los principales gobiernos de Occidente. La batalla de Afganistán se juega ya en el interior de Pakistán, al otro lado de la llamada línea Durand, y en un medio y unas condiciones bien diferentes a como empezó la guerra contra el terrorismo.

Pakistán no es ya la retaguardia, es el otro frente de una contienda que empezó con los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York y que dura desde entonces. Con todo, Pakistán no es un Estado fallido, sino una nación viva que rechaza mayoritariamente a los talibán y que cuenta con energía y capacidad suficientes para, con la ayuda de sus aliados, vencer este terrible enemigo.

Lo que no tenemos ya es tiempo que perder, ni cabe escusa alguna para la inacción o el desinterés, o para dejar solo a nuestros aliados norteamericanos en la solución de este problema. Europa es la primera afectada por los peligros que provienen del país más peligroso del mundo y de su entorno. Y por eso a los europeos nos deben preocupar mucho los riesgos de proliferación nuclear que resultarían de una descomposición del Estado paquistaní o de que ese país sea la retaguardia o el origen de los ataques a las tropas de la ISAF desplegadas en Afganistán -más de 700 efectivos son españoles-. Tampoco hay que olvidar las conexiones paquistaníes con las redes de Al Qaeda europeas y el peligro cierto de infiltraciones extremistas en las comunidades de paquistaníes en Europa. Por lo que a nosotros atañe, después del Reino Unido es probablemente España el país de la la UE con una mayor y más reciente colonia de esa proveniencia.

En los últimos años se ha producido una modificación muy importante del mapa de los riesgos y amenazas y del escenario internacional ligado al yihadismo y el terrorismo internacional. La base territorial de Al Qaeda se ha extendido y reforzado en Pakistán, no sólo como resultado del modo con el que fue destruida parcialmente su base afgana en 2002, sino también por las debilidades y ambigüedades del aparato de seguridad paquistaní y, en fin, del fracaso de una estrategia de seguridad nacional basada en la exportación de la yihad a los vecinos en búsqueda de garantías políticas y militares que son hoy sencillamente imposibles. Es hora de construir la seguridad de Pakistán sobre bases más sólidas y fiables.

El déficit de interés de Europa es inaceptable. Hay un papel importante que debemos y podemos jugar en la supervivencia y el desarrollo de un país clave para nuestros intereses estratégicos más relevantes. Para hacerlo debemos adaptar a toda velocidad el mapa de nuestro despliegue diplomático y las prioridades de nuestra acción exterior, acompañando la reflexión y el esfuerzo que está haciendo la nueva Administracion de EEUU y reforzando los mecanismos de coordinación europeos.

Es necesario, por ejemplo, que las instituciones europeas dispongan de un enviado especial único para Afganistán y Pakistán con la capacidad, el apoyo y los medios necesarios para hablar y actuar en nombre de la UE. Además debemos poner todos los recursos posibles y disponibles al servicio de una emergencia internacional que exige medidas inmediatas en materia de apoyo financiero, ayuda al desarrollo y asistencia humanitaria.

El apoyo a la democracia paquistaní no debe consistir sólo en movilizar fondos para sostener los programas sociales de un Gobierno débil en plena maniobra de ajuste económico y sometido a los embates del terrorismo y a una guerra terrible en el corazón mismo de su país. La dificultad y la complejidad del caso residen precisamente en que mientras no es aceptable ni imaginable la quiebra del Estado, la salvación de su proyecto nacional pasa por un cambio fundamental en su dirección histórica, en su modelo estratégico y por profundas reformas sociales y políticas.

Es impoible vencer al cáncer terminal del enemigo talibán y el yihadimo si el Estado debe luchar con una mano atada a la espalda por el enfrentamiento eterno con la India, y si su ejército dedica su principal atención a la perspectiva de una guerra total con su vecino oriental mientras sigue siendo incapaz de combatir a los insurgentes por falta de medios y doctrinas adecuadas. Es también inimaginable una respuesta política al movimiento talibán si se mantienen las bases de un sistema feudal y tribal que niega los servicos básicos a gran parte de su población y toda posibilidad de progreso a millones de ciudadanos atrapados en una inamovible situación de pobreza, injusticia e ignorancia.

Hace falta por ello una nueva estrategia de desarrollo que en el marco de las Naciones Unidas y de su proceso de reforma acelere los planes para lograr los objetivos del milenio en Pakistán. Es, en fin, poco probable que logremos desmontar el entramado yihadista si no acabamos con las bases económicas que lo sostienen gracias al cultivo y el tráfico del opio y de sus derivados, como señala el libro de Gretchen Peters Las semillas del terror.

Lo más urgente es ahora movilizar inmediatamente los recursos necesarios para atender a los centenares de miles de desplazados internos por los combates en Swat, que se enfrentan a los rigores del verano en la peor de las situaciones posibles. España deberá contribuir sin duda a los llamamientos financieros de las organizaciones internacionales y, en mi opinión, iniciar a la vez la reflexión oportuna para dar a Pakistán un lugar importante en nuestra Ayuda oficial al Desarrollo. Nuestros compatriotas ya lo hacen de forma privada y también lo hicieron cuando ocurrió el terremoto de Cachemira de 2005. España no puede dejar de seguir ahora este ejemplo cívico cuando nos enfrentamos a una tragedia civil y humanitaria que tiene además por causa un terrorismo que nos amenaza también a nosotros de forma tan grave.

Europa, sin duda, deberá acelerar el paso en esta difícil crisis regional que abarca ya a dos países de la zona, que pone en dificultades a toda la región y que es hoy ya el principal reto de seguridad del mundo. España, cuando asuma el año próximo la Presidencia europea, se encontrará con la responsabilidad decisiva de asumir un protagonismo y un papel propio en esta nueva frontera de la realidad internacional. Nos jugamos mucho en este embite y la respuesta que demos deberá estar a la altura de la amenaza y de los riesgos existentes.

Nos toca actuar en una parte del mundo alejada de nuestras tradicionales áreas de atención, de gran complejidad y con mayores incertidumbres y riesgos que nunca. Por ello necesitamos una actuación concertada con nuestros socios y aliados. Nada de esto será posible si nuestros líderes políticos no asumen la urgencia de este reto y ponen esta guerra y esta amenaza entre las prioridades de nuestra política exterior.

El mundo se ha hecho más pequeño y el coste de la desatención o de la pereza en Pakistán y Afganistán es hoy inasumible. El polvorín del planeta está en esos dos países y la mecha es cada día más corta.

José María Robles Fraga, diplomático. Fue embajador de España en Pakistán entre 2005 y 2009.