Israel, con más libertad de acción

La ocupación permanente de tierras palestinas por parte de Israel provoca un daño irreparable a su posición internacional; o al menos es lo que suele creerse. Pero en realidad, hoy Israel goza de un grado de influencia global nunca visto en su historia, ya que la aparición de numerosos desafíos internacionales amplió considerablemente el margen de maniobra de su política exterior, atrapada largo tiempo por la cuestión excluyente de Palestina.

Consciente de la creciente oposición popular al apoyo irrestricto a Israel en Occidente, el país ha estado buscando socios económicos (y en última instancia políticos) en otras partes. Entre 2004 y 2014, las exportaciones israelíes a Asia se triplicaron hasta alcanzar los 16 700 millones de dólares el año pasado (un quinto del total de sus exportaciones).

Israel hoy comercia más con los otrora implacablemente hostiles gigantes asiáticos (China, India y Japón) que con su principal aliado global, Estados Unidos. Ni el primer ministro japonés Shinzo Abe, que visitó Israel pocas semanas después de su reelección en diciembre de 2014, ni los líderes de China, tercer socio comercial de Israel en la actualidad, tienen interés en supeditar sus vínculos económicos con Israel al éxito de las conversaciones de paz con los palestinos.

La cooperación militar con India está a la orden del día. El ministro de defensa israelí, Moshe Ya’alon, visitó la India en febrero del año pasado, y el presidente indio Pranab Mukherjee le devolvió el gesto con una histórica visita a Israel en octubre. Es posible que la elección del nacionalista hindú Narendra Modi como primer ministro en mayo de 2014 esté impulsando el aumento de la cooperación. Israel ya es el segundo proveedor de tecnología militar de la India.

Fuera de Asia, Israel procura congraciarse con Rusia por consideraciones exclusivamente estratégicas. En tiempos en que la exhibición de una diplomacia de poder decimonónica por parte de Moscú marca el compás geoestratégico en Medio Oriente, Israel buscó acordar con el Kremlin ciertos límites infranqueables en Siria. (A dicho acuerdo contribuyó sin duda la neutralidad israelí respecto de la anexión rusa de Crimea y de la provisión de armas a los separatistas en Ucrania.) Hace unos días, en una presentación ante el Comité de Asuntos Exteriores y Defensa del Knesset, el embajador israelí ante Moscú elogió el “florecimiento inédito” de la relación bilateral.

Hasta el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, irascible interlocutor en el pasado, hoy busca la reconciliación. Turquía (trabada en un conflicto con Rusia, enemistada con Egipto e Irán, y cuyas políticas en relación con Siria, Estado Islámico y los kurdos chocan contra las de sus aliados de la OTAN) se vio cada vez más aislada en un mar de caos. Tras no obtener de la causa palestina ningún beneficio estratégico, Erdoğan finalmente admitió en enero que Turquía necesita a “un país como Israel”.

Curiosamente, esa declaración tuvo lugar tras el regreso de Erdoğan de una visita a Arabia Saudita, otro actor regional clave que mantiene con Israel discretos vínculos de defensa basados en una lógica similar. Para Arabia Saudita, el fin del aislamiento internacional de Irán, las bajas en las guerras por intermediarios en Siria y Yemen, el espectro de una embestida de EI y la indefinición de las políticas estadounidenses hacia la región son prioridades mucho más altas que los palestinos. También otras monarquías suníes del Golfo y Egipto están cooperando con Israel para contener el terrorismo islamista y el ascenso regional de Irán.

Incluso hay países europeos que hallaron nuevos motivos para involucrarse con Israel. El primer ministro griego Alexis Tsipras, furiosamente hostil a Israel cuando estaba en la oposición, se convirtió en un firme aliado, y visitó el país dos veces en tres meses durante 2015. A cambio de gas, tecnología de defensa e inteligencia militar, Grecia abrió su espacio aéreo para el entrenamiento de la aviación israelí. Además, ambos países cooperan con Chipre en la creación de un contrapeso geoestratégico a Turquía.

Tan fuerte es el interés de Grecia en reforzar su relación con Israel que el ministro de asuntos exteriores, Nikos Kotzias, declaró que el país no cumplirá las últimas normas de la Unión Europea en relación con el rotulado de bienes producidos por asentamientos israelíes en los territorios ocupados. Previsiblemente, un ex ministro de asuntos exteriores palestino, Nabil Shaath, denunció en enero al diario israelí Haaretz la “traición a Palestina” de Atenas.

Pero Grecia no es la única que se opone a las nuevas normas de rotulado europeas: también Hungría se pronunció en contra. Y en la práctica, en su intento de llevar a Israel hacia una democracia iliberal, el primer ministro Binyamin Netanyahu cuenta con tener la ayuda de los gobiernos cada vez más iliberales de Europa del este para que lo protejan de iniciativas adversas de la Unión Europea.

Es evidente que la política exterior israelí tiene ante sí un sinnúmero de oportunidades nuevas, con amplios beneficios potenciales. Pero los nuevos amigos de Israel no pueden ser sustituto de sus aliados occidentales. Israel y los gigantes asiáticos no tienen una visión global compartida, elemento esencial de una auténtica alianza estratégica.

En cuanto a la cuestión palestina, es evidente que las nuevas alianzas de Israel no ayudarán a encontrar una solución. Por el contrario, evidencian un cambio de la agenda política global que relegó la cuestión a segundo plano, lo que probablemente quitará incentivos a Israel para reconsiderar la supresión de Palestina. De modo que la posibilidad de una solución de dos estados hoy está más lejana que en cualquier otro momento desde el inicio del proceso de paz hace 25 años.

Esto no debe ser motivo de alegría para Israel. La supresión de Palestina tiene y seguirá teniendo efectos fatalmente corrosivos en la sociedad israelí. En tanto el nuevo contexto de la diplomacia israelí permita su continuidad, no será buena noticia para Palestina ni para Israel.

Shlomo Ben-Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducción: Esteban Flamini

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