Israel en apuros

Son días difíciles para Israel. El presidente Obama y la secretaria de Estado han manifestado que las relaciones con Israel son tan estrechas como siempre. Pero han añadido que las cosas no pueden seguir como están. Hillary Clinton ha lamentado que, adondequiera que va, los gobiernos le dicen que la situación palestina es uno de los mayores riesgos (si no el mayor) para la paz mundial. Puede que sea una tontería, pero lo que cuenta es la percepción, no la realidad.

No se trata, sólo, del anuncio de que proseguirá la construcción de edificaciones judías en Jerusalén Este.

Se halla en juego una cuestión mucho más fundamental: el Gobierno israelí ha sido incapaz de decidirse sobre la cuestión de si desea un Estado binacional o bien un Estado árabe palestino junto a un Estado judío.

Porque, si los israelíes siguen aferrándose a los territorios ocupados en 1967, habrá un Estado binacional y también gradualmente una mayoría árabe, lo último que desean. Por otra parte, se muestran incapaces de decidirse sobre el tema de la renuncia a los territorios ni de aceptar la división de Jerusalén, aunque Jerusalén es de hecho una ciudad dividida.

Es cierto que los palestinos no les han puesto las cosas fáciles a los israelíes; tras la salida israelí de Gaza, el lugar se convirtió en una base de ataques con cohetes contra Israel y, cuando Israel tomó represalias, hubo una enorme ola de indignación en todo el mundo por la brutalidad israelí en el curso de una operación totalmente desproporcionada. Determinados analistas en Washington creen que el Gobierno israelí no hace precisamente gala de sagacidad política ni cabe calificar a Netanyahu de líder sólido y enérgico. Es posible, pero cabría oponer que lo propio puede aplicarse a Washington y a muchos otros gobiernos, ya que el nivel de visión y categoría política en el planeta no es lo que era... Además, el Gobierno israelí es reflejo del talante y puntos de vista de amplios sectores de la población. Y la composición demográfica de la población no es la que era cuando se fundó el Estado de Israel.

Se detecta cierta ingenuidad entre numerosos israelíes y sus representantes electos, conmovedora en ocasiones pero muy peligrosa. Se oyen constantemente quejas sobre el trato injusto que se dispensa a Israel; lo señalan como chivo expiatorio de la ONU y otras organizaciones. Si cientos de miles de personas perecen en genocidios en Áfricao Asia, apenas se presta atención, pero si unos cuantos sufren daño en Israel, se denuncia como acto de barbarie sin precedentes. Si los millones de alemanes expulsados de Rusia y del este de Europa tras la Segunda Guerra Mundial, o los griegos expulsados de Turquía tras la Primera Guerra Mundial, o los indios expulsados de Pakistán (o viceversa) reivindicaran el derecho a regresar, serían denunciados como enemigos de la paz mundial y belicistas. Pero si 700.000 palestinos obligados a irse en 1948 y sus descendientes piden regresar, tienen el apoyo mundial.

¿Por qué - preguntan los israelíes-no hay una justicia para todos? Dicho de modo sucinto, la respuesta es que Israel es un pequeño país con unos siete millones de habitantes, sin yacimientos petrolíferos importantes ni otros recursos similares, de modo que un país de este tamaño y fuerza no puede comportarse como una gran potencia. No siempre fue así. Estadistas como Weizman y Ben Gurion fueron mucho más prudentes y se dieron cuenta de la diferencia entre lo que un pequeño país puede alcanzar y lo que se halla fuera de su alcance. Los partidos religiosos que constituyen una parte importante de la coalición gubernamental figuraban entre los más moderados y prudentes; tras la guerra de 1967, razonaron que Israel bajo ningún concepto debería tratar de incorporar los lugares de Jerusalén considerados santos lugares por parte de otras religiones, pues en tal caso no acabarían los problemas. En 1948, cuando se fundó Israel, Ben Gurion estaba incluso dispuesto a aceptar un Estado judío aunque Jerusalén no formara parte de él. ¿Qué puede decirse en la actualidad? Los partidos religiosos están convencidos de que Israel no tiene nada que temer porque Dios acudiría siempre en su auxilio en caso de necesidad.

Los israelíes han estado haciendo el juego a Irán, ávido de que se produzca una nueva intifada, pues ello desviaría la atención de la cuestión de su programa de armamento nuclear y, por tanto, aminoraría la presión internacional sobre Teherán. Netanyahu aceptó suspender la construcción de asentamientos en Cisjordania durante seis meses, plazo que termina el próximo agosto. ¿Y luego?

La situación está más embrollada que nunca. Israel habrá de aceptar un Estado palestino independiente y habrá de aceptar una Jerusalén que deberá compartir con otros. Pero lo hará desde una posición de debilidad, no de fortaleza.

Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.