
Normalmente, una pequeña manifestación antibélica no sería noticia de portada, a menos que ocurra en algún lugar como Moscú, donde pocos se atreven a presentar oposición abierta a la agresión del Kremlin contra Ucrania. El riesgo sería aún mayor en Gaza, devastada por la guerra. Incluso antes de este conflicto, la respuesta de Hamás a cualquier crítica a su mal gobierno era represión brutal y tortura. Pero el 25 de marzo, cientos de personas salieron a las calles en Beit Lahiya (norte de Gaza) para protestar no sólo contra la guerra, sino también contra Hamás. Coreando «basta de guerra», «fuera Hamás», «Hamás terroristas», los manifestantes enviaron el mensaje correcto: la guerra no terminará mientras Hamás, que la inició, siga en el poder.
Y los manifestantes de Beit Lahiya no estuvieron solos. Conforme noticias y videos de este acontecimiento extraordinario se difundieron en las redes sociales, manifestaciones espontáneas similares estallaron en otros lugares de Gaza; primero en Yabalia y Jan Yunis, y después en Shejaiya, una de las mayores comunidades del enclave. Aunque en su mayoría los manifestantes no quisieron dar sus nombres a los periodistas, estaban con el rostro descubierto. El miércoles, más de 3000 personas volvieron a manifestarse en Beit Lahiya. Lo más visible fueron las consignas contra Hamás, pero los manifestantes dejaron claro que su objetivo principal es que termine la guerra. «No podemos impedir que Israel nos mate, pero podemos presionar a Hamás para que haga concesiones», declaró Mohammed Abu Saker, padre de tres hijos, de la cercana localidad de Beit Hanun. Incluso medios controlados por Hamás cubrieron el evento, aunque censurando las declaraciones contra el gobierno islamista.
Pese a su escala más bien pequeña, las manifestaciones son claro indicio de un cambio de opinión. Un año después de la retirada israelí de Gaza en 2005, Hamás obtuvo el poder en las únicas elecciones libres que han tenido los palestinos. El partido nacionalista laico Al Fatah, mayoritario en Cisjordania, había sido implicado en actos de corrupción, y una mayoría de gazatíes votó a Hamás, que no prometía terrorismo, sino un gobierno honesto; incluso se presentó bajo el nombre «Cambio y Reforma».
Pero tras la victoria electoral, Hamás expulsó por la fuerza a Al Fatah de Gaza (en el proceso murieron 345 personas) y empezó a lanzar cohetes contra Israel. Esto provocó una serie de guerras que culminaron en la actual, con diferencia la más violenta hasta la fecha. Hace veinte años que no se celebra una elección en Gaza o Cisjordania, y el gobierno de Hamás resultó tan corrupto como el de Al Fatah (en Cisjordania hubo elecciones municipales, pero Hamás las boicoteó todas).
En tanto, los gobiernos israelíes (liderados mayoritariamente por el primer ministro Binyamin Netanyahu) han hallado una ventaja en el totalitarismo de Hamás en Gaza. El argumento es que con terroristas en el poder en Gaza e incompetentes corruptos en Ramala (sede de la Autoridad Palestina), Israel no ha tenido un interlocutor legítimo con el que negociar. Llegó entonces el 7 de octubre de 2023. La escala y la crueldad de la matanza (con amplio apoyo visible en Gaza) parecieron darle la razón a Netanyahu. En el fragor de la conmoción inmediata, incluso un moderado como el presidente israelí Isaac Herzog dijo que toda la nación gazatí era responsable por lo ocurrido.
En una encuesta realizada en noviembre de 2023 por el respetado Centro Palestino para la Investigación de Políticas y Encuestas, el 72% de los palestinos declaró que el ataque del 7 de octubre lanzado por Hamás había sido «correcto», y más del 90% se negó a creer que ese día hubieran muerto civiles. Pero hay que señalar que el apoyo fue mucho mayor en Cisjordania (82%) que en Gaza (57%), que ya soportaba el contraataque israelí. Asimismo, el apoyo general a Hamás siempre fue mayor en Cisjordania (donde es oposición) que en Gaza, cuya población ha sufrido bajo su dominio.
Pero desde entonces, se ha registrado una disminución constante en el apoyo al ataque y a Hamás, aunque manteniendo las diferencias entre Cisjordania y Gaza. En septiembre del año pasado, sólo el 39% de los gazatíes apoyaba el ataque, y en enero de 2025 sólo un 20% dijo simpatizar con el gobierno de Hamás.
Más que a un cambio de actitud hacia el terrorismo, este desencanto se debe casi con certeza al elevado costo de la guerra; según datos no verificables provistos por el Ministerio de Salud gazatí (controlado por Hamás), las víctimas mortales en Gaza, sumando civiles y combatientes, superan las 50 000. Pero aun así, las manifestaciones recientes indican que un sector de la población palestina en Gaza quiere que termine la guerra y que Hamás se vaya; es decir, comparte los objetivos declarados de Israel.
Sin embargo, el gobierno de Netanyahu, sumido en una crisis política interna de su propia factura, no supo responder a las protestas en Gaza. Dejando a un lado un comentario al pasar del ministro de defensa Israel Katz, hubo silencio de radio. Ahora que Israel incumplió el alto el fuego y reavivó la guerra, las declaraciones de Netanyahu en favor de la paz suenan cada vez más huecas.
Es verdad que los manifestantes gazatíes no se pronunciaron en forma explícita contra la retención continuada de 59 rehenes israelíes (de los que se cree que sólo 24 siguen con vida). Sin embargo, es comprensible que esta cuestión tal vez no les parezca demasiado importante, así como la suerte que corran los gazatíes no es una alta prioridad para los manifestantes israelíes opositores que piden la liberación de los rehenes.
Pero lo que cuenta es que haya coincidencias entre algunos gazatíes y algunos israelíes, aunque sus respectivos gobiernos no compartan sus objetivos. Es algo inédito. Los manifestantes de Beit Lahiya y Tel Aviv no pueden poner fin a la guerra, pero representan el único camino posible hacia una paz duradera.
Konstanty Gebert is a Polish journalist, former anti-Communist activist, and the author of 14 books on Polish, Jewish, and international affairs.