Israel vota de nuevo

El primer ministro israelí Naftali Bennett ha anunciado la disolución de la Kneset, lo que hará que los israelíes voten por quinta vez en tres años. El Gobierno más heterogéneo (pero también el más inclusivo) de la historia del Estado de Israel verá su fin a mediados de octubre, con poco más de un año de vida.

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, se saluda con el exprimer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, durante un encuentro en Moscú en 2016. Oficina de Prensa del Kremlin

Resulta complicado elucubrar no sólo sobre quién será el próximo primer ministro de Israel, sino también sobre cuál va a ser la composición de la Kneset. Israel es un estado tan plural que sus convocatorias electorales suponen abrir la caja de Pandora.

Aunque no podamos hacer previsiones, lo que sí cabe plantearnos es por qué ha caído el Gobierno y qué implicaciones tiene dicha caída para Israel y para la región.

Sería erróneo no contemplar la heterogeneidad de un Gobierno compuesto por ocho partidos, desde la derecha nacionalista hasta el islamismo, como una de las principales causas de esa caída del Ejecutivo.

De hecho, a lo largo de estos meses hemos visto cómo algunos diputados que sostenían la coalición se bajaban del barco, poniendo en serios aprietos al Ejecutivo. Este descontento se ha registrado tanto en las filas del partido de Naftali Bennett (Yamina) como en otros partidos del Gobierno, como el Raam.

De hecho, el ministro de Justicia y antiguo miembro del Likud, Gideon Sa’ar, anunció que dejaría la coalición si no se aprobaba la legislación sobre las condiciones de vida de los israelíes que habitan Judea y Samaria, un texto que debe renovarse anualmente.

Precisamente, este ha sido el asunto que ha hecho saltar por los aires a la coalición. En condiciones normales, el Likud hubiera votado a favor del texto.

Sin embargo, Benjamín Netanyahu no ha dudado en esta ocasión en ir en contra de la ideología de su partido (el sionismo revisionista) y de las preferencias de sus electores para dar la puntilla a un Gobierno que lidera Naftali Bennet, quien en otro tiempo fuera su amigo.

Ahora queda por ver qué repercusiones tendrá para el país este final apresurado de la coalición gubernamental. La primera y más inmediata será el cambio de primer ministro.

Bennett dejará su puesto a su ministro de Exteriores Yair Lapid, que debería haber asumido el cargo en agosto de 2023.

Este cambio tendrá muchas más repercusiones de las visibles ya que Bennett ha cumplido su palabra de ceder la presidencia a su principal socio de Gobierno. Algo que no hizo Netanyahu en la legislatura anterior, cuando se negó a ceder la presidenta a Benny Gantz.

Por lo tanto, y de cara a futuros Gobiernos de rotación, los que pacten con Netanyahu deberán plantearse que igual nunca llegan a gobernar, mientras que los que pacten con Bennett (si se presenta) sabrán que podrán confiar en él.

A nivel regional, la situación podría cambiar sustancialmente. Si volviera a gobernar el Likud, Netanyahu reforzaría con toda seguridad su relación con Moscú. Si bien el gobierno de Bennett no ha sido hostil a Vladímir Putin, desde la invasión de Ucrania se han producido algunos desencuentros entre Jerusalén y Moscú.

El último de estos desencuentros se produjo hace unos días, cuando Rusia llevó a Israel al Consejo de Seguridad por un bombardeo en Damasco.

Por el contrario, Netanyahu confía en el eje Jerusalén-Moscú para tejer su política en Oriente Medio.

Por lo que respecta a las relaciones con los vecinos árabes, la situación no va a cambiar sustancialmente ya que el Gobierno de Bennett ha mantenido la política de mano tendida hacia los países árabes iniciada por Netanyahu con los Acuerdos de Abraham.

Se espera, además, que durante los próximos meses otros países árabes sigan los pasos de Emiratos, Baréin, Sudán y Marruecos. Y eso con independencia de quién sea el primer ministro de Israel.

Otra cosa es lo que pueda pasar con Egipto, ya que Bennett ha firmado un acuerdo con el Cairo para enviar gas a Europa y sustituir el gas ruso bloqueado a las puertas de Europa. Debido a la relación entre Vladímir Putin y Netanyahu, es de prever que esta política cambie.

Algo distinto ocurre con la cuestión de Irán, un asunto que parece aglutinar los consensos necesarios en la política israelí. De hecho, las posiciones del gobierno de Bennett respecto a Irán se han endurecido durante las últimas semanas hasta el punto de que se habla ya de la posibilidad de atacar Irán.

Desde 2011, y a pesar de la opinión contraria de la cúpula militar, Netanyahu ha sido favorable a aplicar métodos militares para acabar con el programa nuclear iraní. Una tesis que ha ido penetrando en los miembros del Ejecutivo de Bennett.

Si bien es cierto que las elecciones parecen absolutamente inevitables, resulta complicado predecir qué saldrá de las urnas. De hecho, tanto la coalición saliente como el primer ministro que ha gobernado el país durante los últimos meses resultaban impensables en marzo de 2021, cuando se celebraron las últimas elecciones en Israel.

Alberto Priego es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas.

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