Israel y las revueltas árabes

A la luz del siempre impredecible tablero de Oriente Próximo, parece lógico pensar que lo verdaderamente positivo para Israel es la creación de un Estado palestino. Hay voces allí que creen que, ante los problemas de otra índole que están en el horizonte de Israel (economía, ansiedad por el futuro, creciente inmigración ilegal, ceguera de los grupos religiosos, asentamientos), la creación de ese Estado supondría una vía para las soluciones.

Pero la creación del Estado palestino supone fundamentalmente modificar la relación clave en el eterno proceso de paz: el pulso con Hamás. Parece que ambos, Hamás e Israel, se necesitan mutuamente en todo, pero para lo malo, para mantener ese statu quo de cada uno en su inamovible papel, ya que los dos se justifican bien en una situación de parálisis. Prueba de ello es que ante las revueltas árabes y el desvío del foco hacia ellas, Hamás ha incrementado el lanzamiento de cohetes, con vistas a conseguir volver al primer nivel de actualidad mediante la provocación, e Israel ha respondido como suele, también para incidir en que Hamás es la principal amenaza, y de paso también la mayor excusa. Parece evidente que el cambio en esta ecuación perversa es la base de la construcción del futuro. Hamás e Israel se necesitan incluso para acabar con su mutuo enfrentamiento.

Las revueltas árabes, todas diferentes, huelen un poco a precipitación y a prisa. Pero de pronto la Historia le brinda a Hamás una oportunidad valiosísima de demostrar su papel real en la política de su futuro Estado. Podría ahora demostrar no solo una voluntad de solucionar el conflicto con Israel desde una posición política, sino una voluntad de resolución de los problemas internos entre las facciones palestinas, con la mirada puesta en la convivencia. ¿Está preparado Hamás para hacer esa política de Estado? ¿Es algo más que un movimiento títere o una banda de terroristas que oprime a su pueblo, como insiste en proclamar ante la opinión mundial? Tendrá que demostrarlo. La fundación del Estado ayudaría mucho a ello, qué duda cabe.

Por otro lado, cada vez son más los que en el propio Israel están dispuestos a esas "concesiones dolorosas" que desde hace años se vienen anunciando. Hay un alto porcentaje de israelíes que revisaría las fronteras del 67, que compartiría la capitalidad de Jerusalén y que dejaría la parte Este totalmente para los palestinos. Ya crearán ellos una gran y próspera ciudad más al oeste. Estarían dispuestos a una negociación por fases, sin tener que negociarlo todo a la vez, con el consiguiente bloqueo. Un Estado palestino, como sucedió con Israel en su día, abriría una agenda de prioridades y de acciones paulatinas y verificables totalmente distintas. Y en ese contexto, la visión política permitiría posponer sin traumas cuestiones como la cocapitalidad y los asentamientos. No son prioridades, sino elementos de negociación sobre la base de dos Estados. Los israelíes y los palestinos lo saben, el problema es que también saben que el primer paso es una cuestión de fe.

La existencia del Estado palestino contribuiría a desactivar al actual Hamás y ponerlo frente a su responsabilidad histórica. Esto sería lo verdaderamente prioritario. Luego se fijarían, escalonadamente, otros objetos. La realidad misma de las revueltas parece que está marcando este nuevo orden de prioridades. Si Siria se democratiza, esto es bueno para Israel. Como será buena para Israel la democracia en Egipto. Siempre y cuando sea una auténtica democracia. Y el garante de que puede serlo es precisamente Turquía, que ha encontrado una vía para hacer cohabitable el islamismo con la democracia real. Una Siria sin Irán, que no apoye como ahora a Hezbolá ni a Hamás, obligará a rebajar la radicalidad de ambos movimientos terroristas. Ni Egipto ni Turquía, a medio plazo, permitirían que Hamás, en circunstancias democráticas, sea una amenaza para Israel.

Pero ¿de qué manera Turquía o Egipto pueden influir, directa o indirectamente, en Hamás? Ya se ha hablado hasta la saciedad de que el papel de Turquía ha crecido hasta ser ejemplar para la región, a la hora garantizar futuro y bienestar dentro de un marco de respeto al islam. Es lo que las poblaciones desean y por lo que han ido a la revuelta.

En Egipto está aún por ver qué deparará su nueva Constitución y qué mapa crearán las elecciones. Unas elecciones que seguramente no ganarán todavía los Hermanos Musulmanes, porque no les convendrá tanta significación en una primera época, pero es obvio que se reservan un papel estelar para el futuro cercano. En cuanto a Siria, este tiene con Israel el conflicto, desactivado, de los Altos del Golán, algo que hasta Israel estaría dispuesto a conceder. Si Siria logra salir con bien de lo que todo parece anunciar como un durísimo tránsito a la democracia, dejaría de ser una correa de transmisión de Irán. A su vez, Irán, después de las revueltas árabes, se ha ido debilitando a corto plazo porque ha delatado la fragilidad de su estabilidad interna, su trazo grueso en política exterior, y, encima, su gran baza atómica se ha descafeinado después de Fukushima. Ha perdido predicamento y sus coartadas se han esfumado. Veremos la última revuelta en Irán, donde fue la primera.

Hamás, por tanto, ha de asumir su responsabilidad de futuro, que no es otra que acercarse al modelo egipcio, a su vez reflejo inevitable del modelo turco. Pero está muy lejos aún, porque eso pasa antes por la disputa, vía elecciones o vía acuerdo de concentración, con Fatah. Un Estado palestino lo facilitaría. Porque incluso contaría con el respaldo explícito de quienes ahora lo tratan como grupo terrorista. Kosovo es un ejemplo y hay otros. Más que nunca, Hamás tiene la llave. ¿Tiene para ello alguna estrategia compatible con una política palestina de Estado y democrática?

Hamás podría tener la tentación de seguir demostrando la fortaleza de la intransigencia, pero eso va en contra de la corriente democratizadora de la calle árabe. Véanse las manifestaciones en Gaza, no muy difundidas, o en Cisjordania, donde, no nos olvidemos, Hamás también se presentará a las elecciones cuando toque. Pero Hamás sabe que su supervivencia en un Estado palestino requiere una apuesta por la moderación. Los partidos islamistas con futuro en Turquía, en Egipto, en Túnez, se encargarán de llevarlo a ese terreno. No les conviene la mala imagen que Hamás pueda dar a sus promesas de pluralidad democrática. ¿Cómo podrían, si no, aducir los Hermanos Musulmanes que se puede contar con ellos sin que sean una amenaza contra las esperanzas de la población que, con sus revueltas, ha permitido lavar su cara política y propiciar su redención incluso para Occidente? Por tanto, no es la vía radical la que le conviene a Hamás. Además, la sociedad palestina sabe que no todos sus problemas provienen del "yugo" de Israel. La miseria y la economía estrangulada en los territorios palestinos también tienen algo que ver con Hamás, ya por corrupción, ya por impericia, ya por obcecación.

¿Y Israel? Se moverá cuando perciba indicios claros de cambio en Hamás. El primero, reconocer la existencia de Israel; el segundo, ser una opción política nacional en un Estado palestino. Los problemas internos de Israel pasarían a un primer plano y eso posibilitaría cambios en su devenir político, ya sin excusas paranoicas por la seguridad. Pero lo cierto es que el actual Gobierno no parece muy clarividente ni muy capaz, la oposición es poco activa y nula, ya que es consciente de que si gana necesitará el apoyo de muchos de quienes están ya gobernando. Y hay que añadir la inmigración ilegal y los problemas de asunción de la diversidad en un contexto de identidad judía frente a las minorías ultraconservadoras, que tienen demasiado peso político y ninguna visión de futuro. La oportunidad histórica de Hamás es, entonces, evidente: podría cambiarlo todo si cambia lo suficiente de sí.

Adolfo García Ortega es escritor y editor.

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