Israel y Palestina, hacia una violencia renovada

Por Mariano Aguirre, codirector de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (EL CORREO DIGITAL, 13/06/06):

El ataque de Israel a civiles en la playa de Gaza y la posibilidad de que Hamás termine formalmente la tregua que mantiene desde hace 18 meses agravará las relaciones entre los gobiernos palestino e israelí. Por otro lado, el anuncio del presidente Mahmud Abbas de convocar un referéndum el próximo 28 de julio sobre la aceptación del Estado israelí profundiza las divisiones violentas entre Hamás y Fatah.

La población palestina sufre las consecuencias de la prohibición de EE UU y la Unión Europea de transferir ayudas al Gobierno palestino, mientras es víctima de ataques de las fuerzas armadas israelíes que han causado la muerte de 110 civiles desde principios de año, restricciones de movimientos y la prohibición de exportar que ha impuesto Israel. El resultado es más pobreza y una creciente sensación de estar abandonados por el mundo. El asesor del Ejecutivo israelí Dov Weisglass indica: «Necesitamos que los palestinos pierdan peso, pero que no se mueran de hambre».

Los 1.000 millones de dólares anuales de ayuda exterior están bloqueados. Algunos países árabes ofrecen fondos, pero ningún banco los transfiere por temor a las represalias de EE UU. Los sueldos de unos 152.000 funcionarios sostienen a alrededor de un millón de personas y dependen de esos fondos. A la vez, Israel tiene bloqueados los impuestos que recauda para los palestinos. La economía se ha contraído un 27%, el desempleo afecta al 70% de la mano de obra y el Banco Mundial estima que el 67% de la población se verá en breve afectada por la pobreza. Pero la asfixia económica no es algo novedoso para los palestinos. Acostumbrados a seis décadas de expoliación, desplazamientos e injusticias, no será la falta de ayuda lo que les lleve a retirar el apoyo a Hamás.

El presidente Mahmud Abbas tiene la legitimidad del pasado de movimiento Fatah, que lideraba Yaser Arafat, y de las elecciones de 2005. Pero la corrupción de Fatah, su incapacidad para proveer bienes y servicios a la población y la negativa sistemática de Israel a negociar llevó a los palestinos al convencimiento que la política de este grupo era mala hacia fuera y hacia adentro, y lo castigó en las elecciones del pasado enero. Desde entonces hay dos gobiernos. Por un lado, Abbas. Por otro, el poder ejecutivo de Hamás. Cada uno con su fuerza armada, mientras se multiplican los grupos paramilitares.

Al convocar el referéndum, el presidente Abbas quiere fortalecer su poder, buscar un punto de conciliación con Israel y EE UU y poner a Hamás en un aprieto. Este paso puede servir para agudizar la división entre las dos organizaciones, al tiempo que ni Tel Aviv ni Washington prestarán especial atención al mensaje de un presidente débil que presenta una propuesta apoyada por presos palestinos.

La intención de Abbas es que el Gobierno palestino acepte definitivamente la existencia del Estado de Israel a cambio de que se reconozcan las fronteras de 1967 en Gaza y Cisjordania, o sea, la situación previa a la guerra que se libró aquel año y que condujo a la ocupación israelí. El 81% de los palestinos concuerda con la propuesta.

Pero Israel está llevando a cabo el plan unilateral de Ariel Sharon: alegando que no hay un interlocutor válido en el lado palestino, se produjo la retirada de Gaza, continúan los asentamientos y en el futuro habría una retirada parcial de Cisjordania dejando a Palestina alrededor de un 40% de este territorio, pero fraccionado. El muro de separación, además, se apodera de un 8% más del territorio que reivindican los palestinos. El Ejecutivo israelí se prepara para definir las fronteras del Estado, dejar atrás las resoluciones de la ONU, y vivir en situación de guerra.

Ante la política israelí, Hamás deja atrás los intentos de Fatah de agradar a Israel y a Occidente, y se niega a renunciar formalmente a la destrucción del Estado de Israel mientras no se le ofrezca algo consistente. Sus dirigentes desconfían de una comunidad internacional que nunca presionó a los israelíes para que cumplieran sus compromisos.

La política de EE UU y de la Unión Europea de cortar las ayudas está acelerando la crisis. Washington y Bruselas exigen a Hamás el reconocimiento del Estado de Israel, renunciar a la violencia y el respeto a los acuerdos previos firmados por las partes en conflicto. Pero la legitimidad de estas condiciones es débil dado que no reclaman nada al Estado de Israel como contrapartida.

Durante décadas Israel no ha respetado las resoluciones de Naciones Unidas sobre el conflicto, ha violado los derechos humanos, ocupado ilegalmente tierras en litigio, violado acuerdos y continúa practicando ejecuciones extralegales. Además, cuenta con armas nucleares no sometidas a un régimen de control internacional.

Desde el momento en que Hamás ganó las elecciones, Washington y sus aliados han incrementado su hipocrecía. Pese a que Hamás ha mantenido una tregua durante 18 meses y a que garantizó la retirada israelí de Gaza sin que hubiese ningún incidente, han condenado al aislamiento al Gobierno democráticamente elegido. En vez de estimular a Hamás para que renuncie a la violencia, se acentúa su aislamiento.

Esta política no es extraña en Washington, aliado incondicional de Israel, pero resulta errada desde Europa. Cortando las ayudas y dando la razón incondicional a Israel, acentúa los problemas internos entre la presidencia y Hamás, y muestra a la sociedad palestina y al mundo árabe que Occidente promociona la democracia sólo cuando ganan sus candidatos favoritos.

Hamás ha dado, sin embargo, signos de que reconocería implícitamente a Israel. Además, como indica Henry Siegman, del Council on Foreign Relations, la cuestión es si Israel reconoce el derecho a la existencia de un Estado palestino, y no lo contrario. Y el Gobierno israelí no se plantea dialogar sobre los territorios ocupados, la situación de Jerusalén o el derecho a que regresen los refugiados.

Ehud Olmert está decidido a llevar a cabo el plan Sharon, pero precisa una situación estable, apoyo internacional y un acuerdo implícito con Hamás, como ocurrió durante la salida de Gaza. Ex funcionarios del Gobierno de Bill Clinton, como Robert Malley y Aaron David Miller, y el ex ministro israelí Shlomo Ben Ami piensan que Hamás y el Ejecutivo israelí deben encontrar una forma de diálogo. Hamás necesita tranquilidad para ganar legitimidad interna en los territorios, e Israel, estabilidad para retirarse de parte de ellos.

Pero los líderes de Hamás no darán seguridad a Israel a cambio de nada, y menos si prosiguen los hostigamientos. La múltiple crisis actual necesita un proceso de paz interno en Palestina entre las facciones armadas. Paralelamente, se precisa un diálogo que tome la iniciativa saudí de 2002, que propone las fronteras de 1967 como referencia a cambio del reconocimiento de Israel. Los Estados árabes más Europa pueden auspiciar este diálogo. Pero si el Gobierno israelí no cesa su guerra de baja intensidad cotidiana y no se ofrece una perspectiva real de un Estado viable a los palestinos, Hamás no tendrá control sobre la situación. Y de este modo habrá una tercera Intifada y una guerra en varios frentes.