Italia ante las elecciones

La Italia que se encamina a las urnas corre un peligro adicional respecto a otros países: no solo tiene una fuerza populista consolidada, sino que tiene dos, y ambas con aspiraciones de gobernar y no limitarse a ser oposición. Por eso, Europa, alarmada por Le Pen, quemada por el Brexit, arrollada por Trump y oscurecida por la sombra negra que se cierne desde el Este hasta el centro y está rozando Austria y Alemania, observa a Roma con temor y las elecciones del 4 de marzo con preocupación. Seria preocupación.

¿Puede un gran país continental desviarse del rumbo europeo? ¿Puede un Estado fundador de la Unión caer presa de la inestabilidad o de una mayoría populista, antisistema y antieuro? La respuesta es claramente no. Sin embargo, es posible que el Movimiento Cinco Estrellas, fundado por el cómico Beppe Grillo, sea el partido vencedor tras las elecciones, con porcentajes de entre el 25% y el 30%. El candidato a primer ministro, Luigi Di Maio, con sus 30 años y su aspecto de joven aplicado y encorbatado, intenta mostrar ahora la cara moderada de Cinco Estrellas y dice que ya no es momento de abandonar el euro, pero el movimiento nació y creció sobre los gritos que mandaban todo a la mierda en aquellas primeras manifestaciones: la moneda única, la política, algunas vacunas, quizá la OTAN, etcétera.

La Liga Norte, el partido soberanista dirigido por Matteo Salvini, disputa a Forza Italia, de Silvio Berlusconi, el liderazgo del centro derecha; sobre su símbolo aparece el lema “Salvini primer ministro” y las encuestas le dan alrededor del 13%-14%. También la Liga ha vuelto a subir bajo la dirección de este líder cuarentón y a base de noes: no al euro, no a los inmigrantes, no a las vacunas, no a la reforma de las pensiones.

Europa hace bien en observarnos con atención. Quizá debería haberse preocupado hace tiempo: haber dejado a Italia sola o casi sola en la gestión de los flujos migratorios, un asunto en el que los electores de Berlusconi, la Liga y Grillo hacen campaña contra Bruselas, ha sido una negligencia.

En el ámbito del crecimiento económico, los italianos, en el fondo, son conscientes de tener más responsabilidad que otros, pero, a pesar de los avances logrados en los años de gobierno del Partido Democrático —hoy la principal fuerza de centro-izquierda, con un 23% de votos en las encuestas—, la tentación de encontrar un chivo expiatorio en Bruselas es fuerte e inspira casi todas las tácticas electorales de una campaña demagógica, llena de promesas sobre abolición de impuestos, renta básica universal y otras semejantes, sin tener muy en cuenta la inmensa deuda pública.

Por eso, después de varios gobiernos y de que Roma estuviera a un paso de la intervención de la troika en 2011, todavía hay quien dice “más vale malo conocido, votemos a Berlusconi”, que ni siquiera puede ser candidato tras su condena por fraude fiscal. Su eterno regreso y una campaña hecha de noes no son buenos augurios para Italia (ni Europa), como tampoco lo son las peleas en el centro-izquierda entre los turborenzianos, fieles al ex primer ministro Renzi, que perdió la apuesta de la reforma constitucional en referéndum, y los antirenzianos, que además de querer echarlo de la dirección del PD no aceptan alianzas y han creado una fuerza más a la izquierda, Libres e Iguales.

El magro consuelo es que los partidos, impulsados por la conveniencia o inspirados por algunos personajes más responsables, italianos y no italianos, han aprobado una ley electoral más proporcional que mayoritaria: hay más riesgo de bloqueo (e ingobernabilidad) que de un Ejecutivo populista. Magro consuelo, sin duda.

¿Hay algo que dé esperanzas a quien observa desde Bruselas? La presencia de leyes —sería inconstitucional hacer un referéndum sobre el Italexit— e instituciones que han dado siempre cierta continuidad europeísta al país, como la presidencia de la República, un puesto sabiamente ocupado hoy por Sergio Mattarella, así como la buena opinión que, según los sondeos, tienen los italianos del primer ministro en funciones, Paolo Gentiloni, y su Gobierno.

¿Lo más probable es que haya algún tipo de colaboración forzosa entre los más moderados de centro derecha y centro izquierda? Sí, pero las divisiones y las debilidades de los partidos “más europeos” no permiten descartar una reafirmación de las fuerzas antisistema y antieuro, que podrían encontrar formas de entenderse después de los comicios. En ese caso, los europeos, y sobre todo los italianos, deberían preocuparse de verdad.

Daniele Bellasio es editor de Internacional de La Repubblica.. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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