Italia, el enfermo de Europa

Hace unos años, cuando Berlusconi ganó una de sus contiendas electorales, un prestigioso semanario anglosajón tituló que el político era un peligro, para Europa y para su país. Cuando comentaba a mis amigos italianos que un personaje así no podía aportar nada bueno a su economía, solían encogerse de hombros. Y argumentaban que Italia era otra cosa, que funcionaba al margen del Gobierno y que, de hecho, se podía prescindir del Ejecutivo. Y, así lo parecía, la historia les daba la razón. Pero los felices años 2000 pasaron y, con ellos, la crisis llamó a la puerta por segunda vez. Y esta, de la mano de la deuda soberana de los países del sur, entre ellos Italia.

Al principio, el Gabinete italiano continuó como si nada hubiera pasado. Italia, a fín de cuentas, formaba parte por derecho propio del G-7, el elitista grupo de países avanzados. Y Berlusconi se codeaba cada cierto tiempo con los líderes mundiales. ¿Cómo podía nadie pensar lo inimaginable? Es decir, que el país que tenía, y tiene, el tercer mercado de bonos más importante del mundo (tras EEUU y Japón), con un volumen de deuda pública en circulación de 1,9 billones de euros (tres veces más que España), pudiera tener problemas de solvencia. Pero, como afirma David Wessel en su interesante In Fed we trust, Ben Bernanke's war on the great panic, en esta crisis lo impensable ha devenido perfectamente posible. Y así ha despertado Italia y el resto de Europa. Que los italianos tengan problemas para devolver parte de su deuda, algo inimaginable ayer, es hoy ya más que probable. Y, por ello, ayer el área del euro tuvo que construir los cortafuegos necesarios para impedir el contagio de la economía italiana, entre las de otros países, tras la parcial suspensión de pagos de Grecia.

¿De dónde proceden los excesos italianos? Como siempre, de vivir por encima de sus posibilidades. En los 80, Italia ya presentaba un nivel de endeudamiento público más que preocupante, de forma que en 1980 su deuda equivalía al 53% de su PIB. Pero es que unos años más tarde, en 1994, alcanzaba la astronómica cifra del 115%. El Tratado de Maastricht les obligaba a llegar a la primavera de 1998 con una deuda máxima del 60%, pero, ya se sabe, Italia era uno de los fundadores de la Unión Europea y su exclusión por este aparentemente nimio detalle parecía fuera de lugar. Así que, en 1999, el país transalpino entró en el euro con una deuda, muy lejos de lo acordado, en el entorno del 110% del PIB. Los años 2000, con la importante caída de los tipos de interés, permitieron a los italianos no preocuparse en demasía de un endeudamiento a todas luces insostenible. A fin de cuentas, nadie parecía entonces inquieto por ese enorme volumen, de forma que el país llegó al 2007 con unos pasivos del sector público que equivalían al 100% del PIB. ¡Buena carta de presentación para hacer frente a la crisis financiera! Pero hasta este 2011, con una deuda cercana otra vez al 120% de su PIB, nadie pareció especialmente intranquilo por esa bomba que esperaba el momento adecuado para estallar.

El pasado verano llegó la crisis de Grecia y el contagio hacia Italia. Pero Berlusconi no pareció enterarse. Por el contrario, intentó hacer dimitir a su ministro de finanzas, Giulio Tremonti, porque intentaba articular un plan de ajuste que podía dañar las expectativas electorales de su partido. Pero con ese intento se desencadenó el pandemónium y, a principios de agosto, el BCE tuvo que leerle la cartilla a Italia para que pusiera manos a la obra, se dejara de tonterías y comenzara el ajuste.

Desde entonces, Italia se encamina pendiente abajo hacia el abismo. Y, como siempre en esos casos, la autoridad se derrumba. Y, para muestra, el sainete de la elección del sustituto de Mario Draghi como gobernador del Banco de Italia. La elección de Ignazio Visco, el número tres del banco, fue una sorpresa, tras los intentos fallidos del primer ministro italiano de nombrar a Lorenzo Bini-Smaghi, procedente del BCE y al que se opuso el Banco de Italia, y a Fabrizio Saccomanni, el director general del banco central. En suma, en menos de una semana, tres propuestas sobre la mesa y el Banco de Italia ganándole la mano al primer ministro.

Ayer, parece que finalmente, la Lega Norte de Umberto Bossi aceptó el plan germano de alargar la edad de jubilación hasta los 67 años. Pero no olviden que este Bossi es el mismo que no hace tantos años preconizaba la salida de Italia del euro y la recuperación de la lira y, con ella, de la competitividad perdida. Los problemas de Italia no parecen, pues, circunscritos a Berlusconi, con su aliado del norte hundiendo sus raíces populistas en un marcado tufo antieuropeo.

A Italia le esperan años, quizá más de una década, de penalidades para situar su deuda en niveles aceptables, por debajo del 60% de su PIB. Pero, con estos mimbres políticos, quizá ello no sea posible. Ya salió una vez del Sistema Monetario Europeo, en 1992. Quizá no acepten la germanización del euro y lo que ello implica.

Por Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada, UAB.

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