Italia, en la tormenta

Desde que los anglosajones inventaron la ofensiva denominación de PIGS (cerdos) para referirse a los países con problemas, los italianos se han esforzado en señalar que la I del acrónimo era la de Irlanda. A pesar de que alguien respondió con la denominación GIPSI (gitano) para dejar claro que tanto Italia como Irlanda están incluidas, los mercados financieros habían dejado bastante tranquila a Italia, a pesar de los crecientes problemas políticos del Gobierno de Silvio Berlusconi.

Pero, de repente, Italia está en el ojo del huracán. Los ataques especulativos han producido un verdadero terremoto, con las bolsas cayendo en picado, el tipo de interés de los bonos por encima del 6% y el Gobierno aprobando a toda prisa un plan de reducción del gasto de más de 40.000 millones de euros, y aumentos impositivos por otros 30.000 millones.

La celeridad con la que se ha aprobado ese plan, gracias a la cooperación de la oposición, que votó en contra, pero no presentó ninguna enmienda, rebajó la tensión en los mercados. Pero el tipo de interés que deben pagar los italianos sigue siendo el más alto de los últimos 15 años

Y para un país cuyo sector público está muy endeudado, 120% del PIB, eso representa un fuerte coste adicional y una seria llamada de atención para su estabilidad. Mientras, Berlusconi ha estado sorprendentemente ausente de la escena política dejando que el presidente de la República, Giorgio Napolitano, tuviese un papel fundamental de arbitraje político. Quizá está demasiado preocupado por la sentencia en su contra en el caso Finivest, que le obliga a pagar 560 millones a su rival Carlo de Benedetti, pero lo ocurrido parece marcar el fin de su época política. En realidad, ya había anunciado que no sería de nuevo candidato al Gobierno, pero mantenía aspiraciones de suceder a Napolitano, algo que después del escándalo Ruby y de este urgente apretón fiscal, que afectará sobre todo a los italianos más pobres, parece ya imposible.

Los mercados atacan ahora a Italia porque se han dado cuenta de que reúne tres patologías graves: un alto endeudamiento, un crecimiento débil y una inestabilidad política que se agrava.

La inestabilidad política se ha agravado con las tensiones aireadas entre Berlusconi y su ministro de Economía, Giulio Tremonti. La posición de este se ha debilitado por los escándalos que han estallado en su entorno. Uno de sus colaboradores más próximos, Marco Milanese, ha sido encausado por corrupción después de descubrirse que seis millones de euros habían transitado por sus cuentas en cuatro años. Y además tenía la amabilidad de pagar el alquiler del apartamento donde Tremonti vivía en Roma, a razón de 8.500 euros al mes.

Estos problemas y estas trifulcas no son nada nuevo en la política italiana. Pero en este momento Italia está muy penalizada por el crepúsculo político de Berlusconi, cuestionado por sus propios aliados y desaparecido de la escena en este momento crítico. Cuando los tiempos están tan revueltos como ahora no conviene dejar que los crepúsculos duren demasiado.

Como decía el propio Tremonti en la presentación del recorte, el problema de Italia no es financiero, sino político. Objetivamente, Italia no está tan mal, su endeudamiento público es alto, pero su déficit, 4,6% del PIB, es uno de los más pequeños. Su economía tiene muchas cosas a favor, su sistema financiero es uno de los más saneados, sus bancos no se lanzaron a aventuras especulativas ni alimentaron burbujas inmobiliarias. Tiene un tejido de pequeñas y medianas empresas que han capeado bien la crisis y, aunque es uno de los mayores emisores de bonos de deuda, los compran casi todos los propios italianos.

Y lo que preocupa ahora a los mercados no es tanto el endeudamiento como el crecimiento, y esto vale también para España. Aunque la marcha de Berlusconi se instale en los espíritus, queda el pequeño problema de cómo hacerlo. No parece dispuesto a marcharse voluntariamente, ocupado como está en usar el poder que le queda para impulsar medidas que le favorecen, como el intento fracasado de que el recorte presupuestario permitiese retrasar el pago de los 560 millones. Y aunque sus socios le obligaran a ello, queda la espinosa cuestión de saber quién le sucedería. Quizá un Gobierno de unidad nacional presidido por un técnico prestigioso como Mario Monti. O elecciones anticipadas, que en estos momentos pondrían muy nerviosos a los mercados. Incluso puede que a Berlusconi le queden aún algunas vidas. Le dieron por muerto varias veces y ahí sigue.

Josep Borrell, presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia.

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