Italia es prisionera de los egos políticos (incluido el de Mario Draghi)

¿Por qué ha caído el Gobierno en Italia? La pregunta circula en numerosas conversaciones dentro y fuera del país transalpino. En un momento político crucial para Europa, al borde de uno de los inviernos más duros de las últimas décadas, una suma de maniobras palaciegas ha terminado aniquilando un Ejecutivo con amplio respaldo nacional e internacional, con Mario Draghi a la cabeza, y ha dejado el país frente a unas elecciones donde puede ganar la derecha radical.

Se han intentado dar numerosas explicaciones para contar lo que ha pasado estos días. Y junto a todas las posibles causas, hay un factor personal que ayuda a entender el desenlace final de esta historia.

Es cierto que Italia cuenta con una institucionalidad que favorece la reproducción de este tipo de crisis. La centralidad del Parlamento en la política italiana da lugar a ejecutivos muy dependientes de esta institución, donde partidos con muy poco peso representativo pueden ser fundamentales en la legislatura si sus votos son necesarios para la mayoría de gobierno.

Pero además de la influencia de este y otros factores estructurales, Italia es desde hace tiempo un país prisionero de la personalidad de sus líderes políticos, que marca los eventos que suceden en el país.

Lo fue cuando, en el verano de 2019, Matteo Salvini decidió echar abajo un Gobierno aparentemente estable con el Movimento 5 Stelle cuando su partido lideraba cómodamente los sondeos. La personalidad de un líder embriagado de éxito y obsesionado por acumular más y más poder hizo que la Lega diera un paso en falso y cometiera un error que aún sigue pagando.

Aquí también influyó la personalidad de otro líder, Giuseppe Conte, del que todos pensaban que era una mera marioneta sin objetivos ni ambiciones políticas. Pero Conte dio la sorpresa. Aquel hombre sin experiencia que Di Maio y Salvini habían colocado como primer ministro pensando que sería un florero pactó un nuevo gobierno con el Partido Democrático (PD) y dejó al propio Salvini en fuera de juego.

El segundo Gobierno de Conte duró hasta enero de 2021, cuando entró en juego otra figura cuya personalidad también ha marcado los últimos años de la política italiana: Matteo Renzi.

El ex primer ministro del PD, ahora líder de un pequeño partido llamado Italia Viva, forzó la caída de Conte y fue uno de los precursores del Gobierno de Mario Draghi, una figura que consideraba mucho más solvente para gestionar la enorme cantidad de dinero que llegará a Italia de la Unión Europea con los fondos Next Generation.

En aquel momento, a Renzi lo llamaron de todo, desde pirómano hasta irresponsable, y se estuvo a punto de ir a elecciones debido a sus maniobras. Pero Renzi, tan seguro de sí mismo como siempre, tenía una misión que cumplir, como reconoció en una entrevista con El País. “La legislatura que empezó con un éxito antieuropeo y populista se cierra con Draghi. Es precioso”, dijo el líder florentino, que se mostraba pletórico tras sacar a Conte del Palacio Chigi.

Año y medio más tarde, en julio de 2022, la personalidad de Draghi también ha sido un elemento fundamental para entender el final del tercer gobierno de la legislatura.

Se ha hablado mucho de la irresponsabilidad del Movimento 5 Stelle (M5S), que, sumido en una profunda crisis de identidad, ha empujado por el precipicio al Gobierno de Draghi para tratar de marcar un perfil propio. También de la Lega de Salvini y la Forza Italia de Silvio Berlusconi, que en el último momento saltaron del barco imponiendo un veto a la presencia del M5S en el nuevo ejecutivo.

Pero no nos podemos olvidar de que, a pesar de estas deserciones, a Draghi le seguían dando los números para gobernar hasta marzo, fecha en que concluía la legislatura. ¿Por qué dimitir entonces y abocar al país hacia un escenario tan desalentador?

Uno de los elementos indispensables para comprender esta decisión es su personalidad. El flamante tecnócrata y expresidente del Banco Central Europeo (BCE) es, según dicen los buenos conocedores de la política italiana, una persona que tiene “un alto concepto de sí mismo” y que siempre aspiró más a ser presidente de la República que a primer ministro. Una opinión compartida por buena parte de la sociedad italiana, que concebía a Draghi como una especie de héroe desde que enunciara la famosa frase de “whatever it takes” ("lo que sea necesario") cuando era presidente del BCE.

En aquella ocasión, Draghi dijo que haría lo que hiciese falta para salvar al euro en un momento en el que la crisis de 2008 parecía insuperable. Y al igual que “salvó el euro”, muchos pensaron que la solvencia y el conocimiento del veterano banquero romano salvaría la política italiana. Entre ellos, el propio Draghi.

Desde antes de su entrada en el Palacio Chigi, puso una serie de condiciones. Quería un gobierno amplio, con el apoyo de todos o casi todos los partidos políticos, en el que hubiera un compromiso conjunto con “las reformas que el país necesitaba”. Es decir, Draghi se comprometía con el país si los políticos le dejaban salvarlo. Un pacto que los partidos aceptaron y que se vio reflejado en la propia composición de un equipo amplísimo, con 24 ministerios, donde convivían técnicos independientes de la confianza del premier con miembros de los partidos que lo apoyaban.

El ejecutivo, que contaba con una mayoría amplia, pretendía esquivar los farragosos debates parlamentarios y aplicar con la precisión de un cirujano las reformas que Draghi consideraba que salvarían el país. Con el apoyo de los partidos, el buen hacer de los ministerios técnicos y la gran reputación con la que contaba Draghi en Europa, las cosas marcharían sin problemas. El plan era perfecto. O casi.

El problema de Draghi es que su propia personalidad y su concepción de lo que debía ser su gobierno no le han permitido surfear las olas de la política italiana. Mientras el mar ha estado calmado se ha mantenido al frente del barco sin problemas, pero en cuanto ha llegado el primer inconveniente, el órdago a medias del Movimento 5 Stelle, el expresidente del BCE no ha sabido gestionar la situación.

Draghi tenía muchas opciones para continuar al frente del Gobierno con una mayoría suficiente. Podía armar otro pacto sin el M5S o incluso podría haber tratado de quitarle importancia a la ausencia del M5S de la votación del pasado jueves. Pero el ya exmandatario interpretó el gesto de los de Conte como una afrenta, y consideró que sin ellos sus planes de aplicar las reformas con “rapidez, eficacia y un amplio consenso” se verían truncadas. Por eso condicionó su continuidad al apoyo unánime de las fuerzas parlamentarias.

Draghi deja para la historia haber sido el hombre que enfrentó las primeras consecuencias de la pandemia. Su Gobierno colocó a Italia en el primer plano internacional, consiguió estabilidad durante unos meses y lega unos acuerdos gasísticos con Argelia que pueden ser fundamentales durante los próximos años. También deja una lección a los amantes de la tecnocracia: la política no es solo aplicar recetas económicas. A veces es necesario tener cintura política.

Draghi no la ha tenido y su rigidez, sumada a otros factores, deja a Italia ante la posibilidad de que sea la ultraderecha quien gestione la Italia de la crisis sanitaria y energética.

Jaime Bordel es politólogo y coautor del libro Salvini & Meloni: hijos de la misma rabia.

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