Italia: unas elecciones sin sorpresas... hasta ahora

Al final, no hubo sorpresas en las elecciones italianas. Tras una campaña electoral corta y esencialmente incolora, las elecciones parlamentarias celebradas en Italia han seguido bastante fielmente las previsiones de los sondeos y también el estado de ánimo desilusionado y desinteresado del electorado. Pero si el resultado de la votación en sí no supone ninguna sorpresa, no se puede decir lo mismo de lo que ocurrirá después de las elecciones. En este sentido, Italia está entrando en una tierra desconocida que podría tener consecuencias para su democracia y también para el futuro de la Unión Europea. Sin embargo, antes de explorar este nuevo territorio, ciñámonos a lo que conocemos: los datos electorales y el resultado global de la votación.

También esta vez, como en prácticamente todas las elecciones anteriores (sobre todo en los últimos 15 años), habrá quienes griten preocupados por otro “terremoto electoral”: un acontecimiento imprevisible para el que no estábamos preparados y que ha cogido a Italia por sorpresa. No se podría estar más equivocado. Si hay algo predecible a estas alturas en el sistema político italiano es su constante y estable inestabilidad electoral. Con un sistema de partidos totalmente atomizado y desestructurado, cada elección produce cambios bruscos y radicales: en 2013, y aún más en 2018, el éxito rotundo del populista Movimiento 5 Estrellas (33%), en las elecciones europeas de 2014 la hazaña electoral de un líder del Partido Democrático, Matteo Renzi, en el contexto del centroizquierda (40%), luego la victoria de La Liga nacionalista y nativista en las elecciones europeas de 2019 (34%).

¿Y ahora? Ahora es el turno de Giorgia Meloni y su partido posfascista de la derecha radical, conservadora y soberanista (Hermanos de Italia), que ha pasado del 4,4% al 26,3% (tanto en el Congreso como en el Senado, con más del 90% de los distritos escrutados) en el transcurso de cuatro años. Se trata de un partido, el único de la última legislatura, que siempre ha estado en la oposición a todos los gobiernos: tanto a los ejecutivos (de centroderecha y centroizquierda) liderados por Giuseppe Conte como al Gobierno formado en torno al liderazgo tecnócrata de Mario Draghi. Y mantenerse en la oposición mientras los vientos de la crisis (sanitaria, económica, militar) arrecian en el exterior ha dado ciertamente sus frutos.

Sin embargo, la victoria anunciada de Hermanos de Italia dentro de una coalición de derechas con un pequeño apéndice moderado podría haber sido, si no anulada, al menos reducida. En cambio, el “esquema 3 contra 1″ ha facilitado el camino para la victoria de Meloni y su coalición. De hecho, el único polo de centro-derecha se enfrentó a tres variantes diferentes de centroizquierda: una de impronta populista-laborista (M5S), otra orientada al progresismo proeuropeo (Partito Democrático) y la última de carácter neoliberal formada por el nuevo partido de Renzi (Italia viva) y la formación del eurodiputado Carlo Calenda (Azione). Si estas tres formaciones, que obtuvieron en conjunto alrededor del 49% de los votos, hubieran encontrado la manera de coordinar sus esfuerzos, el juego electoral en las circunscripciones uninominales habría sido menos previsible y la victoria del centroderecha ciertamente más incierta. Sin duda, una estrategia de coalición diferente en el campo del centroizquierda habría transformado el clima de la campaña electoral, favoreciendo una mayor movilización de los votantes. Por el contrario, el creciente abstencionismo, sobre todo en las regiones del sur, observado en esta cita electoral (del 27% al 35% el domingo), formado por los segmentos más pobres y marginados de la sociedad italiana, ha castigado selectivamente a los distintos partidos de centroizquierda. El principal culpable de este error estratégico es, sin duda, el principal partido de centroizquierda (PD), que no solo no ha conseguido polarizar el choque con la derecha, sino que ha quedado aprisionado en la imagen de un partido aplastado por el establishment gubernamental y alejado de las cuestiones sociales que más preocupan a los votantes (y trabajadores) italianos.

Con estos resultados electorales, las incógnitas y sorpresas sobre el próximo Gobierno (que debería tomar posesión hacia finales de octubre) no se refieren al quién, es decir, a su composición, sino al cómo, y, por tanto, a su acción. Por primera vez en la historia de Italia, lo más probable es que sea una mujer quien dirija el primer Gobierno dominado por partidos de derecha radical (tanto Hermanos de Italia como la Liga), orgullosamente euroescépticos, soberanistas y con posiciones internacionales no del todo alineadas con las posiciones históricamente pro-OTAN de Italia.

Ante este escenario, surgen al menos dos frentes de tensión: uno interno y otro europeo e internacional. En el primer frente, considerando también los fuertes límites a la política económica derivados de la participación en la eurozona y el estado de las cuentas públicas, el nuevo Gobierno podría centrarse en cuestiones de identidad y derechos civiles, fomentando esa lenta erosión antiliberal de los regímenes democráticos que ya hemos visto en funcionamiento en Hungría y Polonia. Todo ello se ve reforzado por una reforma de la Constitución en clave presidencialista sin los adecuados controles democráticos. El segundo frente se refiere al papel de Italia en la UE. Ya en 2018, las instituciones supranacionales se enfrentaron a un Gobierno italiano potencialmente euroescéptico que, sin embargo, se integró rápidamente en la corriente europea. Hoy, con un futuro Gobierno abiertamente soberanista, el funcionamiento de la “integración” en el circuito decisorio de la UE podría ser más complicado. Con un daño previsible para Italia y una incertidumbre sin precedentes sobre el futuro del proyecto europeo, precisamente cuando más se necesita.

Marco Valbruzzi es profesor de Ciencia Política en la Universidad de Nápoles Federico II y colaborador de Agenda Pública.

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