Italia, víctima de la ambición de Renzi

De Matteo Renzi se dice en Italia que tiene una ambición desmedida, también gran ego. Hombre de récord, en febrero de 2014 se convirtió en el más joven en llegar a primer ministro en su país: tenía 39 años. Entonces le dedicó un cínico tuit a su predecesor y miembro de su mismo partido Enrico Letta en el que le pedía “Enrico, stai sereno”, después de haber maniobrado para reemplazarle en el poder.

Hoy Matteo Renzi batirá con toda probabilidad otro récord cuando se convierta también en el primer ministro más joven en abandonar el cargo. Deberá asumir sereno su último consejo de ministros antes de encaminarse al Palazzo Quirinale a presentarle su dimisión al presidente Mattarella, después de haber hipotecado su futuro político a la victoria en un referéndum constitucional que ayer perdió de manera clara por casi veinte puntos (40.05% a favor frente a 59.95% en contra).

Frecuentemente comparado con Obama, o apodado el Tony Blair de la Toscana, el florentino gustó de presentarse como un reformador, aire fresco para un sistema anquilosado y corrupto en el que la población italiana nunca confió del todo. En sus mítines de 2014 se le apodaba Il Rottamatore, el desguazador que venía a cambiar las estructuras políticas en Roma.

Ilusionante para Europa y rompedor en Italia, Renzi encabezó un grupo de jóvenes y preparados ministros con una agenda de extensas reformas entre las que destacaba el cambio constitucional que se votó ayer. El dicho cambio no es, sin embargo, una idea de este gobierno: ha planeado sobre la política italiana durante décadas y ha estado más o menos cerca de materializarse en varias ocasiones –la última durante los gobiernos de Berlusconi-, siempre fracasando en última instancia.

Se reconoce, pues, que el excepcional sistema italiano requiere una reforma. Nacido en las postrimerías de los años cuarenta, cuando el país se recuperaba de la sombra del fascismo y de la guerra. El sistema constitucional italiano se creó como un equilibrio destinado a dificultar los liderazgos fuertes, tan temidos en Italia tras Mussolini y más en una época de bloques enfrentados como fue la Guerra Fría.

Así, y al contrario que la mayoría de los regímenes políticos de los países de su órbita –incluyendo Reino Unido, Alemania, Francia o España-, el sistema italiano establece el bicameralismo perfecto, es decir, la paridad entre las dos cámaras legislativas del Parlamento. La Cámara de Diputados y el Senado tienen exactamente las mismas competencias: ambas pueden derribar un gobierno a través de una moción de censura, y ambas deben aprobar el texto de un proyecto de ley de manera idéntica: cualquier reforma en una de las cámaras obliga a enviar de nuevo el texto a la otra para su revisión en un proceso potencialmente infinito.

Las consecuencias prácticas son fáciles de entender. Sin embargo, y en contra del tópico, la actividad legislativa es sorprendentemente fructífera incluso con el fragmentado panorama político italiano. La cuestión no sería tanto esa, sino alcanzar la tan deseada estabilidad para el gobierno, ya que normalmente estos no suelen durar más de un año.

Era este por encima de todo el objetivo de Renzi, apuntalado también con la reforma electoral que aprobó su gobierno que daba una desproporcionada ventaja parlamentaria al partido ganador en las elecciones. Hoy esta ley, que está pendiente de revisión constitucional, queda virtualmente desechada, ya que se planteó sobre la base de una Constitución que se pensaba reformar.

Sin embargo Renzi da la impresión de haber trabajado en estas reformas con el convencimiento de que, de darse una cita electoral, las nuevas ventajas reservadas para el ganador las disfrutaría él y no sus adversarios, a pesar de su creciente impopularidad y del enorme crecimiento del Movimiento –evitan llamarse partido, a pesar de que gobiernan ciudades tan importantes como Roma- Cinco Estrellas del cómico Beppe Grillo. Sin embargo, la reforma no se trabajó sobre el consenso parlamentario y de hecho la convocatoria de referéndum fue una obligación para el gobierno tras no conseguir dos tercios de los apoyos en el Parlamento.

Desde una torre de marfil construida gracias a su agenda reformista y su fama de joven y rompedor, Renzi olvidó que podía perder, a pesar de que gobernaba el país –por los avatares del complejo escenario político italiano- sin haber pasado nunca por las urnas ni sin siquiera haber llegado a parlamentario. Así, el referéndum de ayer suponía la primera cita electoral de Renzi y tanta confianza tenía en sí mismo que –de manera irresponsable- se atrevió incluso a relacionar su futuro político con la victoria en la votación, mezclando irremediablemente los asuntos cotidianos de su gestión con una reforma histórica y de calado.

El proyecto del gobierno habría sido el más amplio cambio en la Constitución desde que esta entrara en vigor en 1948. Se trataba de un complejo texto de unas 60 páginas que además de reformar el funcionamiento del Senado para evitar el efecto ya descrito y facilitar la labor del gobierno, incluía otra serie de cambios, no todos de aplicación clara. Entre otras cosas reducía el número de senadores -que pasaban de ser votados en elección a ser nombrados por las regiones- o abría la puerta a eliminar las provincias, entidad intermedia entre los municipios y las regiones.

Una materia compleja –el Derecho Constitucional- para el que el ciudadano de a pie no está preparado, por lo que el debate que precedió al referéndum de ayer en seguida se vio contaminado por juicios simplistas y los mensajes interesadamente polarizados de una oposición que no podía creer su oportunidad para acceder al poder. Hablando de Renzi y de su gestión, en vez de hablar del asunto que en realidad se votaba, la oposición de todo signo político desde el izquierdista antiestablishment Movimiento Cinco Estrellas a los xenófobos de la Liga Norte pasando por Berlusconi –que había sido defensor de la reforma en un principio-, han conseguido dominar un debate que no trataba ya sobre la reforma, sino sobre si Renzi debía seguir gobernando o no.

Es el órdago perdido del ciego Renzi, que no entendió el desinterés de los ciudadanos por una materia que consideran muy alejada de sus necesidades cotidianas –todavía enormes tras la crisis; o la desafección con una clase política corrupta, ineficaz y deshonesta. En vez de un referéndum constitucional se votaba a favor o en contra suya, y el voto ha sido de castigo, refrendado por una alta participación del 68%. Cuando el presidente acepte su dimisión –como hará, previsiblemente, hoy- se deberá formar un gobierno de transición que lleve al país hacia un nuevo liderazgo.

Ahora la ventana al cambio político está abierta en Italia, y a pesar de que las elecciones no podrán celebrarse antes de primavera –pero no más tarde de principios de 2018-, las fuerzas euroescépticas están más fuertes que nunca y en este contexto solo pueden crecer. El Movimiento Cinco Estrellas, crítico con el euro y portavoz de muchos desencantados, estaría en posición de gobernar según las encuestas. La incertidumbre y la transición durarán todavía varios meses. Mientras, el euro cae en su cotización con el dólar, y en Bruselas se mantienen a la espera.

Después de todo, quizá el joven y ambicioso Renzi –para quienes muchos auguran todavía futuro político a pesar de su debacle de hoy- haya arriesgado más para Italia y los italianos que para sí mismo. Stai sereno, Matteo.

Blas Moreno es graduado en Relaciones Internacionales y miembro de la dirección de la revista 'El Orden Mundial en el siglo XXI'.

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