Izpisúa y el reto de la Quimera

El extraordinario avance científico conseguido con las últimas investigaciones de Juan Carlos Izpisúa nos ha llegado, en estos tiempos de pandemia, por la prensa, más cargado de controversias éticas y morales que de valoraciones sanitarias y científicas. La noticia aludía a que ha conseguido la creación de 132 embriones combinando células de mono y humano, y permitiendo la pervivencia de tres de ellos hasta diecinueve días. El experimento no se ha realizado en el Instituto Salk de California, en La Jolla, sino en China, lo que, naturalmente, ha motivado una mayor sospecha sobre la bondad ética y moral de la investigación, aunque insistentemente Izpisúa y su entorno refieran los potenciales beneficios sanitarios del proyecto. ¿En qué consiste este proyecto? Fue bien expuesto en su última actuación pública en la Fundación Jiménez Díaz, con motivo de la ‘Lección Magistral Carlos Jiménez Díaz, mayo 2018’. Nos relató sus actuales estudios en busca de la ‘Quimera’ como estrategia para satisfacer la demanda de órganos y tejidos para trasplantes. Esta estrategia de la ‘Quimera’ se exploró por primera vez en Europa, a finales de los años 50, precisamente en la Fundación Jiménez Díaz por el doctor José Parra Lázaro, internista e investigador, y uno de los colaboradores más jóvenes de Carlos Jiménez Díaz.

¿Qué es la ‘Quimera’? ¿En qué consiste la estrategia biológica detrás de tan mítico nombre? La ‘Quimera’ es una monstruosa criatura híbrida compuesta por partes de más de un animal. Normalmente se muestra como un león con la cabeza de una cabra surgiendo de su espalda y una cola que puede acabar en cabeza de serpiente. Esta criatura de tan confusa identidad biológica e inmunológica, potencialmente, podría recibir o donar órganos sin motivar rechazo o intolerancias, al menos de las especies que representa: leones, cabras, serpientes y otros. La consecución de la ‘Quimera’ se convirtió en los años 50 en un reto tanto para crear potenciales donantes universales o debilitando al receptor para que su agresión ante el órgano injertado fuera moderada o fuertemente reducida. Recordemos que en los años 50 no existía ningún procedimiento científico avalado por alguna experiencia animal, para controlar, evitar o modular el inevitable rechazo del órgano trasplantado. La radioterapia conseguía, con enormes riesgos para el receptor, debilitar sus defensas, se iniciaban los ensayos con suero antilinfocítico y el espléndido camino de la farmacología antirrechazo, de la inmunoterapia, no se había aún iniciado. Fue en esa época cuando los trabajos de José Parra Lázaro, publicados tempranamente en los ‘Annals of New York Academy of Science’, alcanzaron divulgación internacional y se iniciaron las aplicaciones clínicas. El itinerario investigador de José Parra Lázaro, en su búsqueda de la ‘Quimera’, en el laboratorio, era extremadamente laborioso pues se comenzaba con trasplantes cruzados de médula ósea entre dos animales que eran debilitados inmunológicamente mediante radioterapia para terminar, finalmente, con trasplante renal cruzado. En 1959 se sustituyó la radioterapia por un fármaco, azatioprina, más tarde de trascendencia universal, en cuya investigación se fundamentó, entre otros motivos, el título aristocrático de ‘Sir’ concedido en 1986 a Roy Calne, gran pionero del trasplante renal y hepático. José Parra Lázaro ya ostentaba título de nobleza española como duque de Tarancón. Sus investigaciones forjaron el pionero y riguroso programa de trasplante renal humano de la Fundación Jiménez Díaz (1964).

Las investigaciones de Parra Lázaro tuvieron eco internacional, no solo entre los estudiosos de la tolerancia y rechazo del trasplante de órganos, especialmente del riñón, sino entre los hematólogos que ya iniciaban el trasplante de médula ósea, que como señalado estaba en el itinerario de sus diseños quiméricos. En 1964 fue invitado al Coloquio Internacional celebrado en París bajo el título de ‘Trasplante de la célula alogénica’, por la originalidad y sorpresa que habían motivado sus investigaciones. Eran tiempos en que los únicos marcadores de identidad biológica eran los grupos sanguíneos y los antígenos leucocitarios, el conocido HLA, de Jean Dausset aún no había sido definitivamente aceptado internacionalmente. Parra había conseguido demostrar en perros que el trasplante de médula ósea previo al trasplante de órganos sólidos facilitaba la tolerancia en época de notabilísima ignorancia inmunológica, de tal modo que solo garantizaba el éxito de los trasplantes el altísimo grado de consanguinidad de los gemelos univitelinos. Los pioneros que consiguieron este tipo de trasplantes, el de riñón, Joseph Murray, y de médula, Edward Thomas, fueron galardonados conjuntamente con el Nobel en 1990. Ambos se habían formado en Boston, en el hospital estrella de la Universidad de Harvard, en el Peter Bent Brigham Hospital, confirmando la trascendencia de las instituciones investigadoras. Parra en España pudo realizar sus iniciativas investigadoras gracias a la extraordinaria obra de Carlos Jiménez Díaz, con la creación del hospital docente e investigador.

El éxito del trasplante de órganos en España, debemos reconocerlo, ha sido más consecuencia de la excelente gestión de la ONT que debido a las investigaciones o avances científicos conseguidos en nuestro país. Son muchos los aciertos de gestión que han coincidido en el programa. En 2015 se habían superado ya los 67.000 trasplantes renales y el único freno existente para superar esa cifra estaba motivado por las dificultades en la obtención de donantes. Primero, se promocionó el trasplante con órganos procedentes de pacientes en asistolia o muerte cerebral. Después se reactivó el precario programa de trasplante de donante vivo, que en años anteriores había motivado numerosos escándalos internacionales por comercialización y supuestas acciones criminales. En los 80, se recurrió una vez más a la donación animal, de monos o cerdos transgénicos, que sustentaron la ilusión de un programa de ‘trasplantes de órganos a la carta’. Como sucede a menudo, la ciencia-ficción nos adelantó el ilusorio éxito de estos programas con la novela de Robin Cook titulada ‘Cromosoma seis’, que nos narraba un escenario localizado en África, donde monos modificados genéticamente eran ofertados para cualquier tipo de trasplante de órgano con total y rotundo éxito. El camino transgénico fue abandonado por variadas razones y el xenotrasplante porcino abandonado.

Izpisúa ha elegido el camino de la hibridación para generar la ‘Quimera’, en la búsqueda del donante universal, tropezando con serios obstáculos morales y éticos, porque ha ido directamente al origen de las especies. Recordemos que la legalidad vigente no impide ni castiga estas investigaciones, se hagan en China, California o España. Este experimento y avance es sólo un paso en el largo camino de la estrategia proclamada. Y es posible que otras opciones menos complejas biológicamente se adelanten por otros itinerarios menos escabrosos, soslayando la aplicación clínica de la ‘Quimera’, sin que ello reduzca la gran magnitud de este avance científico.

Remigio Vela Navarrete es catedrático de Urología de la UAM (Emérito).

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