Izquierda y derecha

«Das Sein bestimmt das Bewusstsein» («Lo que somos determina lo que pensamos», en traducción libre), escribió Marx. Puede que de ahí arrancara su teoría de las clases sociales y de la lucha entre ellas, con los trabajadores en la base intentando convertirse en clase media, y ésta en burguesía, cuyo escalón más alto lo ocupaban los dueños de las empresas y la nobleza que quedaba del feudalismo medieval, con grandes latifundios. Como no los iban a repartir de buena gana, la solución eran las revoluciones, unas con la guillotina, otras con el ejército allí donde se unió a los desheredados. Napoleón ordenó a sus soldados llevar en la mochila, con sus útiles de campaña, el Código Civil revolucionario, aunque terminó haciéndose emperador. Bueno, acabó en Santa Elena. Pero ésa es otra historia. ¿O la misma?

En cualquier caso, la Edad Moderna llega con el nuevo orden social: la democracia como forma de gobierno, tres poderes con atribuciones específicas (legislativo, ejecutivo y judicial) y el pueblo convertido en ciudadanos, dividido en dos grupos o partidos políticos, izquierda y derecha, que se disputan el gobierno en elecciones según dispone la Constitución. Marx debió sacar su definición de la sociedad de su tiempo, colocando a los 'have' (los que tenían) a la derecha, y 'have nots' (los que no tenían) a la izquierda, aunque quien le ayudó en su labor fue la mejor prueba de que tal regla no se cumplía siempre: Engels, de familia acomodada, mantuvo a Marx mientras escribía 'El Capital' y publicó sus dos últimos libros una vez muerto. Ni de lejos todos los capitalistas actuaron así, aunque los hubo, mientras los intelectuales apoyaron mayoritariamente a la clase obrera, aquello dio lugar a enfrentamientos sangrientos en las zonas industriales, que se extendieron al campo.

Con el tiempo, y con el alza del nivel de vida de la clase obrera, la violencia fue sustituida por la negociación laboral y la rivalidad ideológica que nunca llegó a la paz, aunque la socialdemocracia significó un paso importante en los países donde ocupó el gobierno, con la conversión de la clase trabajadora en media, que garantizaba la paz social y el desarrollo. Aunque fueron gobiernos conservadores, como el de Bismark en Alemania, los primeros que aprobaron seguros sociales, o el New Deal, de Roosevelt, que logró el llamado «sueño americano», que consistía en un empleo, un pollo en la cazuela y el hijo en el 'college', que tras el crac del 29, parecía un milagro. Aparte de aparecer un nuevo protagonista: el nacionalismo agresivo de aquellas naciones que habían llegado tarde al reparto de imperios, y reclamaban uno.

La II Guerra Mundial abrió un nuevo escenario, con dos superpotencias, Estados Unidos y las URSS, y una Europa en ruinas que había perdido las colonias y su protagonismo en la historia. Por fortuna, en la parte occidental hubo gobernantes conscientes de que no podían estar en guerra cada poco y que la unidad se imponía si querían que no le ocurriese lo que a los imperios del Oriente Próximo en la Antigüedad. EE.UU. ayudó económicamente a la reconstrucción y políticamente, y junto a la socialdemocracia, emergió la cristianodemocracia en la derecha, alternándose ambas en el poder. La parte oriental, bajo la bota rusa, no tuvo esa suerte y careció de libertad y de progreso. En cuanto a nosotros, ustedes ya saben lo que ocurrió.

Somos el «país de los frutos tardíos», escribió Eugenio Montes, llegamos tarde a la revolución industrial y a la democracia, aunque lo más grave es que no supiéramos que significan la responsabilidad individual y la colectiva, creyendo que con partidos, elecciones, cámaras y libertades estaba resuelto todo. Y llevamos cuarenta años discutiendo sobre todo y contra todos, sin ponernos de acuerdo, Peor que eso: volviendo a los vicios de antaño: al «¿qué hay de lo mío?», al «ése no es de los nuestros» o al «y tú más». Tanto la izquierda como la derecha se han ido radicalizando hasta verse como enemigas, mientras el centro desaparece, como han desaparecido tantas buenas cosas, como los modales y la buena educación.

No estaría de más que se crease una comisión para definir qué es la izquierda y qué es la derecha pues, encastilladas ambas en sus bastiones, lo único que piensan es en alcanzar el poder a cualquier precio. Urge hacerlo porque hemos perdido los puntos de referencia, lo que nos lleva al continuo enfrentamiento. La izquierda venía siendo la optimista, pensaba en el futuro más que en el pasado, creía en la bondad del hombre y en la posibilidad de mejorar la condición humana. Hoy es la que ve en el prójimo un potencial explotador, sobre todo si le ha ido bien en la vida, y ve el Estado como un pariente rico al que hay que sacarle cuanto se pueda sin remordimiento. Mientras, la derecha no acaba de creer en las posibilidades de nuestro país y prefiere trabajar e invertir fuera, cuando tanto queda por hacer en éste, pese a haber hecho avances importantes, como el no liarnos a tiros tras la dictadura. Pero los viejos prejuicios continúan frenando el desarrollo y la convivencia. Se da preferencia a ajustar cuentas pasadas en vez de proyectos de futuro, o a buscar la fama o la riqueza en la política en vez del esfuerzo y la iniciativa, sin darnos cuenta de que el hombre más rico de España, el dueño de Inditex, ascendió desde el peldaño más bajo. Es esta mentalidad antimoderna la que hay que cambiar si queremos modernizar y democratizar nuestro país, empezando por los dos principales partidos. Otro tema por aclarar es el del nacionalismo y el patriotismo. Mientras el patriotismo es el amor a la tierra que nos vio nacer, a sus paisajes, costumbres y tradiciones, todo ello honorable y legal, el nacionalismo ha ido derivando hacia un recelo hacia el otro, especialmente si es vecino, que puede llegar al odio. Que esto ocurra en el siglo XXI, cuando estamos buscando otro planeta habitable visto que al nuestro le han dado fecha de caducidad los científicos, hace dudar de nuestra tan cacareada racionalidad y progreso, tanto en la izquierda como en la derecha.

Sin duda van a seguir forcejeando, dado que tienen una raíz tanto o más temperamental que económica o ideológica. Sencillamente, el izquierdista ve el mundo distinto que el derechista, de ahí que proponga soluciones distintas a sus problemas. Pienso que un análisis desapasionado de la historia arroja que la derecha ha tenido más éxito en el avance de la humanidad, por no aspirar a crear un paraíso en la Tierra, mientras la izquierda se deja seducir por las utopías. Seguro que muchos lo discutirán. La mejor salida de este dilema nos la dio Sebastián Haffner en uno de sus ensayos sobre la Edad Contemporánea: «Del mismo modo que tenemos dos manos –escribe– con papeles diferentes, la derecha es la del trabajo, con ella se escribe, se come, se agarra, se golpea, en resumen, es la mano de la acción; mientras la izquierda es una mano teórica, menos usada, menos hábil pero cuando perdemos la derecha o bien está ocupada en otros asuntos, nos viene la mar de bien». No creo que a la izquierda política le satisfaga el papel de suplente que le asigna el mejor ensayista alemán del siglo pasado. Pero que es el más original no cabe la menor duda. De ahí que se lo ofrezca.

José María Carrascal es periodista.

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