Jacques Chirac tiene intención de descubrir América

Las observaciones realizadas a mediados de esta semana por el todavía presidente francés, Jacques Chirac, sobre el descubrimiento de América, constituyen observaciones muy típicas de un tipo de pensamiento y corriente de opinión galos en cuanto a la imagen de España y su Historia. Los comentarios de Chirac brillan no por su conocimiento de esa Historia, sino por su manifiesta ignorancia de ella, así como por los prejuicios fundamentales que revelan. Hay una larga historia de sentencias francesas de esta clase, que se remontan al siglo XVIII, y aún antes.

Antes de analizar este género de observaciones en su amplitud, resuta útil examinar las opiniones de Chirac.

Primero, convendría explicarle al presidente de la República gala que «descubrimiento» no es meramente el sencillo acto físico de pisar un terreno no conocido, sino que es un proceso cultural e histórico, de una muy superior complejidad. Ha sido aceptado por los historiadores hace ya mucho tiempo que los vikingos fueron los primeros europeos en llegar con sus embarcaciones al hemisferio occidental, hacia finales del primer milenio de nuestra era. Sin embargo, es tan cierto como que aquella gesta fue absolutamente desconocida por el conjunto de los europeos de su tiempo y que no formó el menor precedente histórico importante. Fue una gran hazaña llegar a costas americanas en los barcos de los vikingos y lograr establecer una pequeña colonia en aquellos territorios -totalmente transitoria-, pero, insisto, el logro no alcanzó la menor trascendencia histórica.

Por ello, la observación del presidente galo de que los vikingos «no armaron tanto jaleo» constituye una especie de bumerán dialéctico en sus manos, porque expresa exactamente la ausencia de trascendencia histórica de tal «descubrimiento».

Se trataba de un acto o una hazaña extraordinaria, pero no de un verdadero descubrimiento histórico. Para alcanzar tal nivel son necesarias varias cosas adicionales de aún mayor envergadura. Entre ellas, la capacidad tecnológica para hacer de tal aventura un proceso repetible y funcional, algo que tenían los españoles de la época de Cristóbal Colón, pero no los vikingos que habitaron el norte de Europa cinco siglos antes. Lo mismo cabe decir de las bases sociales, culturales, institucionales, políticas y demográficas para poder aprovecharse del descubrimiento y convertirlo en un gran proceso histórico decisivo e irreversible. Así que hay «descubrimientos» que sólo constituyen un encuentro aislado, y verdaderos descubrimientos de nivel histórico, como el que protagonizaron Colón y quienes le siguieron tras su llegada al Nuevo Mundo, y éste sí merecía y merece bastante «jaleo».

Resulta demasiado típico el juicio de que «la conquista de los españoles fue uno de los episodios más lamentables de la Historia». Tal vez exprese un resentimiento francés por haber perdido la Guerra de los Siete Años en 1763, y, con ella, la mayor parte de su imperio americano, y, en todo caso, parece reflejar los prejuicios típicos formados originalmente en el sigo XVI, mucho más tarde bautizados por Julián Juderías como la Leyenda Negra. Esto ha tenido dos aspectos básicos: uno, la denuncia de la violencia y la crueldad empleadas por los españoles durante la época de la conquista; el otro, la idea de la fundamental incapacidad de la cultura española de construir una sociedad nueva «ilustrada» y «progresista» en el hemisferio occidental.

Sobre todo esto ya hay una historiografía abundante, casi toda ella, sin duda, totalmente ignorada por el ilustre dirigente francés. Crueldades significantes las hubo, evidentemente, en el proceso de conquista española, como antes las había habido en las conquistas mahometanas a lo largo de medio mundo, y por tantas otras protagonizadas por innumerables pueblos.

Pero la conquista de México fue posible, en gran parte, por el talento político de Hernán Cortés para formar alianzas con otras tribus indias, y no principalmente por su capacidad a masacrar aztecas. Además, la inmensa pérdida de vidas de indígenas americanos que tuvieron lugar en el siglo XVI en aproximadamente el 99% de los casos -y probablemente aún más- fue debido a los microbios llevados por los europeos, microbios esencialmente iguales en el caso de españoles, franceses o ingleses. Habría ocurrido, por tanto, lo mismo en el caso de que la colonización suramericana la hubiera realizado cualquier potencia europea de la época.

Puede ser que Chirac tampoco admire la cultura de los hispanoamericanos. Pero, en ese caso, tendría que explicar de un modo más exacto sus deficiencias, y las responsabilidades española por ellas, y para eso esperaremos nuevas revelaciones de París. Todo esto debe ser también algo decepcionante para el presidente español, Rodríguez Zapatero, quien, en su política extranjera -fracasada en todas las dimensiones, al igual que está ocurriendo con su política antiterrorista- ha tratado de hacer hincapié en ceñir los lazos con el Gobierno francés, que, sin embargo, le demuestra tan poco respeto.

Y todo esto parece más grotesco en comparación con la política euroárabe de Francia hacia el mundo islámico. En ésta, nunca se lamentan los siglos de atrocidades cometidas por los musulmanes contra quienes no lo son. Esto lleva a uno a recordar la política verdaderamente «lamentable» que desplegó la monarquía francesa en la época de la conquista de América, cuando mantenía una alianza militar con el imperio otomano -enemigo común de todas las sociedades europeas, combatido más notablemente en aquellos años por la Monarquía española-. Entonces, la flota turca invernaba en Marsella con sus barcos llenos de esclavos europeos.

Pero ya se ve que la indignación gala es impresionantemente selectiva. Es casi reconfortante comprobrar estos días cómo las autoridades e intelectuales franceses, que normalmente despotrican más contra Estados Unidos, vuelven otra vez a las añejas actitudes antiespañolas. Indica que el apaciguamiento zapateril no ha hecho mella en ellos. Plus ça change...

Stanley G. Payne, hispanista norteamericano. Su último libro publicado es 40 preguntas fundamentales sobre la Guerra Civil, La Esfera de los libros, 2006.