Japón, un antes y un después

La próxima visita de los Reyes de España a Japón, que se inicia mañana, 4 de abril, va a ser –lo han sido todas– una visita positiva y tendrá como base la sólida relación de amistad y afecto entre las dos familias reinantes.

Este viaje estaba previsto para el mes de abril del año pasado, pero se canceló como consecuencia de nuestra situación política, con un gobierno en funciones y un largo periodo de investidura. La cancelación del viaje se entendió bien en Japón, pero con algunas reservas, que han sido superadas sin dificultad, y la visita se ha concretado por vía diplomática con una celeridad sorprendente para los hábitos japoneses, lo cual confirma el perfecto entendimiento de la Corona española con los emperadores de Japón y su familia.

Aunque la relación entre nuestros dos países ha mejorado en los últimos años y se han multiplicado las cifras de movimientos comerciales y de inversiones, nuestra presencia allí es todavía limitada si la comparamos con la de otros grandes países europeos. Lo mismo sucede con China y con India.

Tenemos en conjunto una cierta resistencia al mundo del este. No está entre nuestras prioridades ni preferencias, a pesar de que el eje del pacífico va a ser el más dinámico del mundo y el que ofrece en estos momentos más oportunidades tanto económicas como culturales y políticas. Los Reyes van acompañados de una delegación importante y el programa de actos y reuniones es simplemente perfecto. Habrá que aprovecharlo al máximo.

Existe sin duda un déficit de relaciones y de conocimiento entre España y Japón, entre el pueblo japonés y el pueblo español y es asimismo cierto, como afirmó en su día el embajador Sumio Edamura en su libro Japón más cerca, que «existen en el Japón mayores facilidades y oportunidades para estudiar y conocer la cultura española que las disponibles en España para la cultura japonesa». Aun descontando la desigual capacidad financiera, la comparación entre las distintas presencias económicas y comerciales de un lado y las diferencias culturales de otro, este dato debería hacernos reaccionar con agilidad.

Japón tiene que convertirse por derecho propio y en beneficio de nuestro interés, en un país de atención prioritaria. Todos los demás países de la Europa comunitaria han entonado hace tiempo su mea culpa y están corrigiendo a marchas forzadas su falta de previsión y sus absurdos «clichés mentales» con respecto a la relación japonesa.

Un abandonismo español en estos momentos sería, sin más, una posición poco seria. Es preciso por de pronto regularizar los contactos entre la clase política española y la japonesa con el fin de corregir, aunque sea levemente, el desconocimiento recíproco; es preciso, asimismo, multiplicar las relaciones entre nuestras fundaciones y nuestros mundos universitarios porque Japón tiene, y de ello presume con toda razón, uno de los mejores sistemas educativos del mundo; es preciso, al fin, crear o revitalizar instituciones españolas e hispano-japonesas, públicas y privadas, que asuman la tarea de descubrir a nuestros sectores económicos, comerciales, a nuestros intelectuales, a nuestros medios de comunicación y en general a la opinión pública la impresionante realidad de una nación que va a ser un eje decisivo del nuevo orden mundial y en concreto del eje del Pacífico.

Japón y España tienen además muchas cosas en común incluyendo problemas como el envejecimiento de la población. Somos los dos países más longevos del mundo y también los de más baja natalidad. Habrá que estudiar conjuntamente como afrontar este «suicidio demográfico». A Japón le admiran –como a otros muchos países– nuestras cifras de turismo que les gustaría mejorar sustancialmente, un terreno en el que podemos colaborar con eficacia. El consumo masivo de pescado es otro dato de nuestras preferencias comunes, aunque el desarrollo japonés de la acuicultura es claramente superior al nuestro –de hecho es el más sofisticado del mundo– y sería importante tenerlo como referencia y ejemplo a seguir. Amamos, por fin, nuestras respectivas culturas. Todos los seminarios en ambos países sobre aspectos concretos de esas culturas tienen el éxito garantizado. España podría ayudar, en este capítulo, la petición japonesa de que su caligrafía –un arte maravilloso– se reconociera por la Unesco como patrimonio inmaterial de la humanidad.

Todas estas ideas pueden resumirse diciendo que este viaje real y este encuentro tienen que establecer la línea de un antes y un después. Hay que dar ese salto cuántico. Vamos a un mundo en donde la presidencia de Donald Trump, el Brexit y otros factores nos van a obligar a buscar nuevos espacios, nuevas ideas y nuevos talentos. Japón va a ser un eje decisivo del eje del pacífico y de los cambios en el modelo actual de la globalización. Tenerle como buen amigo, como amigo importante, como amigo sabio, será un activo para todos nuestros intereses. El Foro España-Japón está trabajando desde hace años en este sentido pero tenemos que aumentar el nivel de exigencia. Hay que hacer más.

Antonio Garrigues Walker, jurista.

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