Javier Muguerza: La edad de la disidencia

Edurne Zalantzamendi es el nombre colectivo de un grupo de amigos, colegas y discípulos del profesor Javier Muguerza, catedrático de Filosofía Moral de las universidades de La Laguna, Autónoma de Barcelona y UNED, así como fundador del Instituto de Filosofía del CSIC y de la revista Isegoría. (EL PAÍS, 07/07/06):

Una época y un país deben juzgarse sobre todo por sus excepciones, algo para lo cual resulta preferible dejar de lado a sus personajes más representativos y atender a la heterodoxia de sus disidentes. Javier Muguerza (que hoy cumple los mismos años habidos por Kant cuando éste publicó Hacia la paz perpetua) es desde luego quien más ha pensado sobre la disidencia, y también quien más la ha ejercido, en la filosofía contemporánea de lengua española.

Los ciudadanos en general y los gobernantes en particular suelen estar agradecidos a quienes les dicen a todo que sí y a quienes les proporcionan coartadas para mantener sus dogmas, sus tópicos y sus rutinas, y no acostumbran a mirar con excesiva simpatía a quienes les estropean su habitual visión del mundo. Pero en realidad, el mejor servicio público del intelectual es no estar al servicio de nadie y mostrar que hasta las causas aparentemente más nobles pueden ser merecedoras de disidencia. Durante las cuatro últimas décadas, Muguerza ha contribuido como nadie a la modernización del pensamiento español, dando a conocer y comentando lo mejor que se publicaba en otras lenguas, particularmente en lo tocante a la filosofía analítica, a la teoría crítica y a las corrientes morales y políticas anglosajonas y alemanas, además de tener muy en cuenta todo cuanto se escribía en español y prestar una especial atención al espíritu del pensamiento práctico kantiano.

La deuda que con él tiene contraída la filosofía en castellano es muy difícil de calcular. Casi se tardaría menos en enumerar aquello de lo que Muguerza no se ha ocupado que en hacer otro tanto con aquello que ha sido objeto de su interés. A lo anterior debe añadirse una agotadora labor institucional -singularmente elogiable en alguien de hábitos saludablemente anárquicos y bastante ajenos a cualquier disciplina burocrática- en España e Iberoamérica. Al mismo tiempo que introducía en el mundo hispanohablante la filosofía analítica, la obra de Habermas o de Rawls, o la filosofía de la ciencia posterior a Popper, Muguerza proporcionaba la vacuna contra los excesos de los autores que recomendaba, y ahí radica quizá la principal de sus lecciones: en que los mejores filósofos contemporáneos interesan sobre todo por los motivos que proporcionan para no darles la razón. Mostrar qué autores deben leerse es relativamente fácil, mas no es tan sencillo enseñar quiénes son los que hay que dejar de leer, lo cual no equivale, claro está, a omitir su conocimiento, sino a haber sacado de él buenas razones para pasar a otra cosa, unas razones imposibles de encontrar sin tomarse el correspondiente trabajo. Gracias a Muguerza no sólo conocemos mucha filosofía contemporánea que sin él habríamos ignorado, sino que también sabemos por qué es criticable lo que hemos aprendido.

Pero lo más importante es que, mientras cumplía con su tarea modernizadora, nunca ha dejado de dar pistas sobre su propia filosofía, pistas muchas veces fragmentarias, irónicas, oblicuas y solapadas y otras no tanto. En La razón sin esperanza (1977), Desde la perplejidad (1990) o Ética, disenso y derechos humanos (1998), así como en innumerables artículos, prólogos y conferencias, materiales dispersos o sólo conocidos en versión oral, Muguerza ha desarrollado una visión de la ética en la que -contrariamente a lo que sostiene la mayor parte de los autores con quienes ha discutido- importa más el disenso que el acuerdo y cuenta más la desobediencia que la sumisión. Frente a la predilección contemporánea por los consensos, los contratos, las normas universales y las respuestas únicas, él cree que lo característicamente moral está en la ruptura de todo eso; no, ciertamente, en cualquier ruptura, sino en aquella que lleva a cabo alguien particular cuando puede aspirar a hacerlo en nombre de todos. Nada tiene de extraño que la disidencia haya llegado a ser en el pensamiento español, por medio de Muguerza, una categoría filosófica fundamental. Debe tenerse en cuenta que en la historia de la filosofía española del siglo XX fueron más importantes los exilios, las expulsiones y las oposiciones suspendidas que los momentos de sosiego y de normalidad.

Desde 1956, en que forma parte del grupo de "jaraneros y alborotadores" que organizan la primera protesta estudiantil antifranquista, Javier Muguerza ha estado mezclado con todas nuestras heterodoxias (las filosóficas y muchas veces también las otras). El año en que Aranguren es expulsado de la Universidad de Madrid, Muguerza es ayudante suyo, y desde entonces nunca deja de frecuentar las causas más incómodas: la heterodoxia del propio Aranguren, el exilio exterior de José Ferrater Mora y el interior de Manuel Sacristán, aquel eslabón entre la filosofía española de antes de la guerra y la iberoamericana de después que fue José Gaos -a cuyo entorno mexicano más próximo se acercó por medio de su amigo Fernando Salmerón- y tantos y tantos rebeldes, sin causa o con ella.

Javier: no olvides que el buen filósofo (máxime si gusta de cultivar la disidencia) nunca cumple años, porque sabe que los años, como todo lo demás, siempre se quedan sin cumplir del todo. Es extraño que una cultura como la contemporánea, en la que casi toda idea va unida a la propuesta de abolir alguna cosa, no se haya tomado en serio hasta la fecha la conveniencia e incluso la urgencia de suprimir tan caprichosa manera de medir el tiempo. Como bien sabes, Javier, la filosofía ha consistido siempre en pensar que el tiempo no es lo que parece. Y las mejores enseñanzas de los mejores filósofos muestran que el tiempo no es la medida de la vida, sino en cierto modo al revés: llamamos tiempo a la serie en que se ordenan nuestros fracasos, logros, disparates, grandezas, aberraciones y ambigüedades, y nuestras equivocaciones al juzgar todo lo anterior. En realidad, nada ocurre en ningún tiempo; el tiempo es más bien lo que está entre medias de lo que ocurre y sólo se lo puede reconocer por los acontecimientos que lo miden, unos acontecimientos de los que a veces forman parte -aunque de manera casi siempre caprichosa- los pensamientos y las acciones. El tiempo no es lo que parece, pero entenderlo exige rebelarse contra sus apariencias, porque sólo descubre sus secretos a quien se insubordina, como tú, frente a sus abusos. Creo que estarás de acuerdo en que la disidencia tiene que carecer de edad: no termina nunca y tampoco se sabe a ciencia cierta cuándo empezó.

Dentro de poco recibirás, por si quieres firmarlo, el manifiesto que ya está circulando por ahí en pro de la abolición de los años; se ha preferido que su difusión se moviera hasta ahora dentro de cierta discreción, no fuese a ser que la iniciativa tuviera éxito y nos quitara el placer de poder felicitarte, tal como me ha pedido que haga en su nombre mi hermano Ignatius, quien por otra parte ya tiene preparado el cuestionario para otra entrevista, similar a la que cerraba Desde la perplejidad, por si quisieras incluirla en alguno de tus próximos libros: Decir que no (Ensayo sobre la relevancia ética de la negación) o Sueños de la razón, razones de los sueños. A modo de obsequio, dentro de poco te llegará un libro colectivo titulado Disenso e incertidumbre. Ojalá te guste.