Javier Solana, un balance europeo

No hablemos aquí de las dos figuras perfectamente desconocidas, nombradas por los Jefes de estado y de gobierno para dirigir el Consejo Europeo. No volvamos sobre el acuerdo táctico entre Angela Merkel y Nicolás Sarkozy, necesitados de recordar quién manda en Europa. Ha sido una pobre representación, pero la Unión Europea está hecha también de estos espectáculos: una vez más, hay que tragar. Pero el tratado de Lisboa, paralizado nueve años, ha entrado por fin en vigor, y ésta es una conquista. Sarkozy y Merkel han recordado que ellos mandan, además de los británicos. Después nadie. Después Italia y España. Influyen algo Holanda y los nórdicos. Luego los demás. Merkel y Sarkozy buscaban un acuerdo reservado. Merkel decidirá, dentro de dos años, el nombre del sucesor del Banco Central Europeo. Sarkozy ha nombrado a Michel Barnier para controlar la futura directiva de Servicios Financieros. En este punto es duro el enfrentamiento entre anglosajones y continentales. Sarkozy se dice dispuesto a romper los puentes con Reino Unido si no acepta una nueva legislación contra el descontrol de los últimos años, particularmente en la City de Londres y en Wall Street. Algunos suicidios más serían necesarios (no ha habido bastantes). El liberalismo económico a ultranza (¿por qué no encontrar un término que evite mezclarlo con la honorable tradición liberal?) ha sufrido un ridículo memorable. Pero vuelve ya, sin reparo. Encontrará, atravesados en el camino, nuevos instrumentos contra la laxitud.

Durao Barroso, presidente de la Comisión, está naturalmente crecido. Sus partidarios predicen que ejercerá el poder. Pero esto es dudoso. Barroso tiene una fama, quizá no injustificada, de plegarse al viento del poderoso. Veremos. Quien en cambio nunca se ha sometido al viento a favor es un comisario, en este caso español, Joaquín Almunia. Un acuerdo entre el jefe del gobierno desde Madrid, el primer ministro desde Londres y el propio Barroso, ha impuesto este nombre en la Comisión, con grado de vicepresidente. Almunia tiene experiencia, talento, honradez y envidiable capacidad de trabajo. Se ocupará de una comisaría crítica, la de concurrencia. El mercado único es uno de los grandes logros de la Unión: un avance de los años de Jacques Delors, desarrollado y reforzado en los artículos 63 a 66 del tratado de funcionamiento de la Unión Europea. De la comisaría de Almunia dependerán, por ejemplo, los procesos de fusión entre compañías. Almunia sí sabe ejercer el poder y aplicará, llegado el caso, sanciones graves a quienes piensen que las cosas no han cambiado. Siendo distintos —Barnier un tanto envarado y funcionarial— los comisarios francés y español darán algún frío en la espalda a los defensores de la sacralidad del mercado.

Resumen, se pensaba que lo verdaderamente significativo sería: Merkel asegurando la sucesión de Jean-Claude Trichet al frente del Banco Central Europeo, en noviembre de 2011; y Sarkozy con la comisaría de Servicios Financieros. Pero aparece un tercer foco de poder, responsable de la vigilancia de las ayudas de Estado, de las fusiones y de la lucha contra el proteccionismo, interior y exterior. Lo restante viene detrás. Aunque entre lo restante haya que tener muy en cuenta a la señora Catherine Ashton (call me Cathy) responsable de Asuntos Exteriores y Seguridad de la Unión y vicepresidenta de iure de la Comisión. Ashton es, como tantos británicos, desde Chris Patten hasta David Miliband, partidaria firme de Europa.

Y ahora, que nos perdone Javier Solana. En diez años, este español ha puesto a Europa en el mapa. En la crisis del Congo, Somalia, Chad, Georgia, Ucrania, Balcanes. Y sobre todo en Oriente Próximo y Medio. En la fase final del conflicto Israel-Palestina, Rusia pretendió dejar fuera de la Hoja de Ruta a la UE para entenderse, a solas, con su antiguo rival. Solana logró que la presencia europea se hiciera indispensable. Como ha sido indispensable en la durísima negociación Irán-Naciones Unidas: quien dude, pregunte en Washington al Bureau of International Security & Nonproliferation. Sin la ayuda de los ministros europeos, que presidía Solana, nos decía Eliot Kang, subsecretario del departamento de Estado, no se hubiera podido llevar adelante la negociación.

Javier Solana había sido hasta 1999 secretario general de la OTAN. Durante sus cinco años al frente de la Alianza tuvo que pasar por amargas experiencias (bombardeo de Belgrado en 1999). No es inoportuno que un periódico conservador como ABC publique estas notas sobre su gestión, en el que se impone la conducta personal sobre la etiqueta política, el empuje y la honradez de esa conducta sobre los carnets de partido. Que Solana haya creado de la nada la defensa europea y lo haya conseguido con claridad de objetivos, lleva a pensar. Europa ha creado un Derecho común, un mercado único, un comercio comunitarizado ante el exterior. Europa ha creado el euro, entre otras cosas. Oiga, perdone, ¿y todo esto cómo se defiende?

La política exterior, como casi toda política, se basa en lo hecho más que en lo dicho. El contacto con el mundo euroamericano, mucho antes de su nombramiento como ministro de Asuntos Exteriores (1992), enseñó a Solana lo que los intereses internacionales son. Europa no puede —dice hoy— ser una isla de paz y prosperidad en medio de un mundo lleno de conflictos. La Unión Europea necesita una política exterior y no hay política exterior sin una seguridad detrás. Sin ella la idea de una Europa unida se diluirá. Europa ha de promover sus valores y proteger sus intereses. Hoy esos intereses están amenazados. Estados fallidos amparan terroristas, hay abusos contra los derechos humanos, ríos de inmigrantes que escapan a los conflictos… Muchos de esos desafíos nacen lejos de Europa, y también por esa razón Europa necesita su defensa, lo cual no la llevará a renunciar a sus alianzas vigentes. Pero hoy está claro que ningún país europeo puede hacer frente por si solo a las amenazas. La Unión Europea se ha convertido en un gran actor en medio de un mundo interdependiente. Si los grandes actores no trabajan juntos, no habrá modo de hacer frente a la crisis económica, la emergencia medioambiental, las amenazas del terror o de la pobreza. La interdependencia global significa que la ayuda europea es esperada: luchamos contra la pobreza en África mientras contribuimos a la paz en los Balcanes. Vigilamos el alto el fuego en Georgia y entrenamos al ejército de Afganistán.

Algunas de estas misiones son de policía, otras de vigilancia de fronteras, otras tratan de llevar a horizontes lejanos el estado de derecho y la colaboración de jueces, médicos, funcionarios... Además de toneladas de arroz, carne, aceite, agua. En Europa, África y Asia, la Unión trabaja para construir las bases de una paz durable. «En distintas partes del mundo la UE ha podido mejorar la situación: pregunten a los hombres y mujeres que han tenido una experiencia directa con nuestras misiones», dice Solana. Desde 2004, la UE ha lanzado esas 23 operaciones, seis de ellas militares, en regiones amenazadas. Ha recurrido a sus soldados, marinos, diplomáticos, jueces, policías, en la primera operación naval de la Unión, frente a Somalia. En África, la intervención de Guinea Bissau movilizó solo a 40 soldados pero la de Congo, en 2003, a más de 4.000. En Chad hay 3.700 soldados europeos, vigilantes sobre el vecino Darfur.

«No nos interesa ser un poder del siglo XIX... Debemos hacer frente a las causas de cada crisis», recuerda Robert Cooper, director general de relaciones externas en el Consejo Europeo. «Nuestro primer desafío es integrar en cada misión lo civil con lo militar». Acabamos de leer a Jaques Delors: «Sean cuales fueren las diferencias entre sus Estados miembros, el primer requisito para el funcionamiento de la Unión Europea es la capacidad de sus instituciones de trabajar juntas. Solana ha dado ejemplo».

Al cruzar el Loira por Tours, hay un puente antiguo con una pequeña estatua en el centro: A Luis XIV, después de muerto. Es fácil ensalzar a los grandes cuando están ahí, pero es más decoroso hacerlo cuando ya no están. Nos parecería mal comparar al Rey Sol con Luis Solana, al que deseamos larga vida activa, ahora que ha pasado sus carpetas a la señora Ashton. Pero recordamos la lacónica inscripción del puente. Hace dos días explicaba, todavía en Bruselas, sin pompa, sus próximas horas: «Ahora salgo a correr. Y luego… al aeropuerto»

Darío Valcárcel

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