Jeffrey Epstein me violó cuando yo tenía 15 años

Jeffrey Epstein me violó cuando yo tenía 15 años

La primera vez que entré a la mansión de Jeffrey Epstein en el Upper East Side, en otoño de 2001, vi las cámaras de seguridad. Era difícil no notarlas. Al lado de la puerta principal tenía televisores pequeños que mostraban en tiempo real lo grabado. Yo era una niña, apenas tenía 14 años. Pero el mensaje era claro: estaba en la casa de alguien importante y me estaban vigilando.

Todavía recuerdo haberme visto a mí misma en las pantallas al caminar dentro de la casa de la persona a la que después conocí como un depredador, un pedófilo, mi violador.

Este miércoles presenté una demanda civil contra el patrimonio de Jeffrey Einstein y sus cómplices, a partir de la Ley de Víctimas Infantiles de Nueva York. Una parte clave de esa regulación entró en vigor este 14 de agosto; les permite a los sobrevivientes de abuso reanudar sus casos legales aun cuando el delito haya prescrito.

Epstein fue encontrado muerto, en un aparente suicido, dentro de la prisión el sábado pasado. Estoy enojada porque no va a tener que rendirme cuentas directamente en un tribunal. Pero apenas empieza mi camino a la justicia.

En mi primer año del bachillerato se me acercó una persona desconocida, de las reclutadoras de Epstein, en la acera afuera del colegio. Epstein nunca trabajó solo. Tenía un círculo de facilitadores y se rodeaba de personas influyentes. Yo estudiaba en un colegio de artes en el Upper East Side, enfocada en el teatro musical. Quería ser actriz y cantante.

La reclutadora me habló sobre un hombre adinerado que conocía, llamado Jeffrey Epstein. Conocerlo iba a beneficiarme y él me podía presentar a la gente necesaria para que mi carrera avanzara, según la reclutadora. Cuando le conté que mi padre había fallecido hacía poco y que mi familia estaba viviendo a base de vales de comida, me dijo que Epstein era muy bondadoso y que quería apoyarnos financieramente.

La trampa quedó tendida.

Las primeras visitas me parecieron inocuas, al menos en ese entonces. En la segunda visita, Epstein me regaló una cámara digital. Las visitas duraban una o dos horas y pasábamos ese tiempo hablando. Después de cada visita él o su secretaria me daban 300 dólares en efectivo, supuestamente para ayudar a mi familia.

Después de un mes me empezó a pedir que le diera masajes y me dio instrucciones de que me quitara la camiseta. Dijo que necesitaba ver mi cuerpo si me iba a ayudar a incursionar en la industria del modelaje. Me sentí incómoda e intimidada, pero lo hice. El acoso creció cuando, durante los masajes, se volteaba y empezaba a masturbarse y a tocarme de manera indeseada. Durante poco más de un año fui a la casa de Epstein una o dos veces por semana..

El último día que fui a la mansión fue durante el otoño de mi segundo año de bachillerato. Esa vez, cuando le estaba dando el masaje, me dijo que me quitara la ropa interior y me pusiera encima suyo. Cuando le dije que no, se volvió muy agresivo; me agarró con fuerza y me violó.

Nunca regresé después de eso. También abandoné mis estudios en el colegio de artes, para el cual había hecho audición y al que tenía tanas ganas de acudir. Estaba demasiado cerca de su casa, aquella escena de tantos delitos. Tenía mucho miedo de volver a verlo o de ver a su reclutadora. Así que me transferí a otro colegio en Queens, cerca de mi casa. Como ahí ya no tenía cómo enfocarme en los estudios de artes y actuación, perdí pronto el interés y abandoné la escuela por completo.

Pasaron años antes de que pudiera contarles a las personas cercanas a mí lo que sucedió. Seguía estando intimidada por la manera insistente en que él dijo que nunca debía decirle a nadie que lo visitaba. Y, como muchas sobrevivientes, padecía ansiedad y vergüenza por lo que sucedió.

La estructura de poder estaba en mi contra. Su dinero, influencia y conexiones con personas importantes hizo que solo pensara en esconderme y quedarme callada. Esas mismas fuerzas poderosas le permitieron esconderse y evadir la justicia.

Eso tiene que cambiar a partir de hoy. Al contar mi historia, quiero que Epstein tenga que rendir cuentas, pero también quienes trabajaban para él como reclutadores, las personas que tenía en nómina que sabían lo que estaba haciendo y la gente reconocida que lo rodeaba y ayudó a esconder y perpetuar su esquema de tráfico sexual. Sus acciones abominables nos volvieron víctimas a mí y tantas jóvenes mujeres.

Durante años me sentí destrozada por el poder tan desbalanceado entre Epstein, con sus facilitadores, y yo. La Ley de Víctimas Infantiles de Nueva York finalmente ofrece una manera de compensar ese desequilibrio. De ahora en adelante las víctimas podrán presentar demandas civiles hasta que tengan 55 años.

Espero que otros estados promuevan legislaciones similares, para que más sobrevivientes de abuso sexual, acoso y violación infantil sepan lo que se siente recuperar su poder.

Enfrentarme a la red arraigada de poder y riqueza que rodeaba a Epstein es intimidante, pero ya no tengo miedo. Revivir esas experiencias es difícil, pero ya aprendí a ser más fuerte.

Solía sentirme sola al caminar dentro de su mansión con todas las cámaras enfocadas en mí; sin embargo, ahora estoy empoderada por la ley. Voy a ser vista, voy a ser oída y voy a demandar que haya justicia.

Jennifer Araoz vive en Queens, Nueva York.

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