Joan Margarit, diálogo verdadero

La concesión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana a Joan Margarit pone de manifiesto la riqueza integradora de nuestra cultura común, a uno y otro lado del Atlántico. España, Portugal y las naciones hermanas de América compartimos raíces entrelazadas gracias a la lengua. Quienes mejor la recrean y cultivan escribiendo poesía merecen, desde 1992, el reconocimiento de Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca.

El Alma mater española por antonomasia, la académica palanca unamuniana, ha sido y sigue siendo crisol panhispánico, en constante conversación con toda inteligencia procedente del territorio universal, identificada con quienes piensan y escriben desde nuestros valores: el intercambio libre de ideas, la generación de conocimiento para el progreso y la convivencia, el verdadero diálogo constructivo respetando al otro, sin vulnerar las más elementales normas.

Así, si es posible crear puentes durante siglos, cabe aceptar presupuestos ancilares del mutuo reconocimiento. Al igual que las lenguas civilizadas requieren reglas gramaticales, las sociedades avanzadas necesitan marcos de comportamiento, honestas líneas aceptadas por los interlocutores, sinceras fórmulas de comunicación para la confianza. Un idioma generador de acuerdos, no manipulado para el engaño, sino hablado y escrito por personas capaces de escuchar y comprender a quien piensa distinto.

Joan Margarit, diálogo verdaderoAdmiramos estas virtudes en Joan Margarit. Si la etimología de la palabra poesía evoca la construcción «creación», el escritor catalán erige en forma sublime. En Cálculo de estructuras asocia su condición -es arquitecto y profesor ya jubilado- al diseño combinado de las palabras y las emociones; y contribuye así a los planos del alma en letra. ¿Acaso no edificamos nuestra personalidad con la memoria simbólica de las más íntimas jaculatorias, de los muy tristes o de los más felices versos?

¿No es la poesía el camino de palabra para las emociones? Lo es en grado sumo cuando se escribe repleta de sentimiento y elocuencia, como lo hacían dos españoles, un vasco y un catalán: Unamuno y Maragall. Joan Maragall llamó a Unamuno «poeta de dentro a fuera». Ambos intelectuales y poetas se apreciaban con sus disconformidades. Ellos en verdad dialogaron, memorizaron sus versos, reflexionaron en torno a las posiciones que los enfrentaban. Si los extremistas irresponsables no hubieran quebrado la paz, su entendimiento con diferencias hubiera sido posible.

Quienes dedican su vida a escribir sin dañar, a menudo con dolor, intentan reflejar lo más humano de la vida, propiciar la mejor versión de la empatía. No la de la conformidad o el asentimiento, la cesión sin reparos a las ajenas pretensiones. Sí la de la búsqueda de puntos de unión, de aproximación progresiva, de paulatina corrección de las desavenencias y reducción de las hostilidades. ¿Cuántas sociedades han paliado sus historias gracias a la literatura? ¿No son los relatos, las crónicas, los poemas, potentes bálsamos reconstituyentes?

«Nunca separes tu dolor del común dolor humano, busca el íntimo aquel en que radica la hermandad que te liga con tu hermano, el que agranda la mente y no lo achica» -de nuevo Don Miguel de Unamuno, sabio. La poesía tiene el poder de reconciliarnos, por encima de océanos de incomprensión. Mujeres y hombres nacidos en el espacio iberoamericano nos lo han demostrado. Sus historias son en buena medida las nuestras. No puede comprenderse España sin Iberoamérica; ni la una sin la otra, ni tampoco viceversa. Nada es la parte sin el todo. Incluso quienes cuestionan este apotegma lo hacen casi siempre en español -nos recordaba el venezolano Rafael Cadenas en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el año pasado-.

La verdadera libertad está en la realización de todas las capacidades: en castellano y en catalán, por ejemplo. Distingue a Margarit un proceso creativo único, que caracteriza tan libre hacer poético. Es un metafórico alarife de hermosos espacios de confluencia de dos lenguas. La suya materna y la sumada en tiempos difíciles, cuando un régimen político malentendía el significado de la comunicación entre las personas.

Desde su experiencia, el dolor es uno de los sentimientos profundos en los versos de Margarit, tan hondo como lo son los más intensos poemas. Se une así a Jorge Manrique, a Miguel Hernández y Federico García Lorca. Tanto como en Andalucía, en Castilla, en Valencia, el universal humano ante la pérdida se sufre también en Cataluña. Toda España comparte la denuncia de la injusticia o de la sinrazón, expresada en América por Juan Gelman o Ernesto Cardenal.

Estos sentimientos, formulados con inteligencia, despiertan los lazos entre los pueblos. Quien quiera dividir, que no lo haga apelando a la solidaridad entre las gentes. Siglos de unión espiritual, sedimentada por cultura y emociones, no se tumban con irresponsables declaraciones. Los americanos miran a España con el aprecio crítico familiar de los pueblos hermanos. En nuestro país, ningún nacionalismo -ninguno- puede arrumbar los afectos.

Bien lo saben los poetas, quienes recorren el territorio superando todas las fronteras, como Margarit, cuya voz resonó el año pasado en la Plaza Mayor salmantina, convocado por la Feria del Libro. Nos enorgullecemos de recibir a un poeta cuyas lenguas fueron siempre y siguen siendo, hasta hoy, enseñadas en las aulas de la Universidad de Salamanca: libertad verdadera, diálogo constructivo, aceptación de las reglas gramaticales que posibilitan nuestro entendimiento en español, en catalán, en euskera y en gallego.

La poesía de Margarit es libre, destila pura honestidad. Nadie puede trasladar en este género la experiencia ajena. Su bilingüismo esclarecedor es un antídoto frente a las identidades exclusivas o excluyentes. Lo es asimismo su foco en los grandes temas -la dignidad, la libertad, el dolor- «La lengua en la que escribo. También es una lengua bien trabada para pensar, pactar. Para soñar». La lengua de cada uno ha de serlo, para comunicar a los demás nuestros pensamientos, sueños y pactos.

Nuestras lenguas también deben servir para idear una España completa, europea e iberoamericana, donde la cultura nos una y seamos capaces de construir juntos, emulando a Margarit, aprendiendo de avatares e intentando estar, siempre, en verdad, a la altura de las circunstancias.

Ricardo Rivero Ortega es rector de la Universidad de Salamanca.

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