Joan Prim, un político audaz

Pocos políticos son tan difíciles de definir como Joan Prim i Prats, de quien este año conmemoramos el bicentenario de su nacimiento en Reus. Realmente no es fácil evaluar la actuación de este militar audaz, conspirador infatigable y camaleónico político. Y no lo es, en primer lugar, por la multiplicidad de aspectos de su agitada vida política. Prim fue el militar que participó en más pronunciamientos en su época –más de una docena– y como la mayoría de ellos fracasaron, fue detenido, procesado y condenado varias veces. No pasó, sin embargo, demasiado tiempo en las prisiones, pues siempre fue indultado o expatriado. Supo combinar como pocos los tiempos de actuación legal, teniendo una destacada vida parlamentaria como diputado y como senador, y los tiempos de aventurero conspirador en la clandestinidad o el exilio. Su matrimonio con una rica mexicana, Francisca de Agüero, le permitió dedicarse plenamente a la política sin preocupaciones económicas.

La otra dificultad para evaluarlo hoy se nos presenta cuando tenemos que definir su ideología política. Prim fue básicamente un liberal, es decir, un fiel defensor del nuevo régimen surgido de la guerra civil contra los carlistas, y dentro del liberalismo representó el sector denominado progresista, que, si bien quería que las clases populares participaran en la vida política, siempre tuvo miedo a los efectos indeseados de la democracia. Como militar y como político digamos “centrista” desconfió tanto de la reacción autoritaria de los ultramoderados como de las exigencias de los exaltados y de los demócratas. Se peleó y se reconcilió varias veces con el también progresista Espartero y con el moderado Narváez. Y también tuvo unas difíciles relaciones con el unionista O’Donnell y con el ambicioso Serrano. Para muchos, Prim era un político poco de fiar, de principios políticos demasiado flexibles, dado que aceptaba cargos, destinos y distinciones de gobiernos de las más variadas orientaciones ideológicas.

Destacó inicialmente como audaz militar. A los 29 años ya era el general más joven de España y es bastante conocida su actuación en la llamada guerra de África (1859-1860), arriesgando la vida en la batalla de Tetuán al frente del batallón de voluntarios catalanes. También fue elogiada su actitud durante la intervención militar europea en México (1861-1862), cuando se retiró ante la pretensión de los franceses de imponer como emperador de México al archiduque austriaco Maximiliano.

Prim fue el gran protagonista de aquel golpe de Estado disfrazado de revolución que fue la Gloriosa de septiembre de 1868 que expulsó a Isabel II. Era la figura clave de un nuevo régimen que abría unas grandes expectativas de cambios políticos, sociales y hasta económicos. Estaba en la cumbre de su carrera política: era un hombre tan popular que su biografía se vendía en ediciones populares por entregas. Al frente de un gobierno de coalición bastante heterogéneo, tuvo que enfrentarse a todo tipo de dificultades: agitación campesina en Andalucía, insurrección en Cuba, conspiraciones carlistas y republicanas, etcétera. Dio prioridad a asegurar la gobernabilidad, aunque eso significara incumplir promesas (como la abolición de las quintas) y defraudar a buena parte de sus seguidores. Fue uno de los artífices de la Constitución de 1869, la primera democrática de la historia de España, pero que mantenía la forma monárquica, dado que él era un vehemente antirrepublicano. Fue el principal partidario de Amadeo de Saboya, el candidato más liberal a la corona, que finalmente fue elegido rey de España el 16 de noviembre de 1870. Prim, sin embargo, no pudo ver la llegada del nuevo monarca, ya que fue asesinado el 27 de diciembre de 1870 en la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas) de Madrid. Tenía 56 años recién cumplidos.

Prim fue el catalán que alcanzó mayor relevancia dentro de la política española del siglo XIX. Llegó a ser presidente del gobierno de España el 16 de junio de 1869, y también el catalán que más tiempo ocupó este cargo –un año y medio–, mucho más que los republicanos Estanislao Figueras –cuatro meses– o Francesc Pi i Margall –un mes–.

La catalanidad de Prim ha sido siempre un tema de controversia. Si bien fue el máximo dirigente de un partido español –entonces no había partidos catalanes–, no por eso dejó de denunciar con vehemencia en el Congreso de Diputados la política anticatalana de muchos gobiernos y los excesos autoritarios de los capitanes generales de Catalunya. Y eso lo hizo en varias ocasiones, en buena parte para hacerse perdonar uno de los episodios más lamentables de su agitada vida política: del 20 al 24 de octubre de 1843 Prim ordenó bombardear la ciudad de Barcelona. Fue aquel un bombardeo más duro que el realizado por Espartero un año antes. Aquella acción violenta de Prim, a pesar de ser elogiada por Aribau, que le dedicó unos entusiastas versos en catalán, marcó toda su vida. Siempre se vio obligado a justificarse por aquel hecho, que él mismo consideró un grave error político.

Prim deseaba una España más moderna y más abierta a Europa, que progresivamente se fuera democratizando. Tanto él como sus correligionarios y amigos Pascual Madoz i Laureano Figuerola pensaban que la industriosa Catalunya podía tener un papel fundamental en esta misión y así acabar con el retraso que estaba suponiendo el predominio de los sectores agraristas en la vida política y económica española. Su repentina desaparición hizo que aquel proyecto de una monarquía democrática y adelantada se hundiera rápidamente.

A pesar de la gran popularidad alcanzada en su tiempo, la figura de Prim desapareció pronto de la memoria popular de los catalanes. A los 25 años de su muerte, cuando la panorámica política había sufrido un cambio radical, eran pocos los que reivindicaban su persona. Si los catalanistas lo consideraban un militar españolista, tampoco era apreciado por la gente de orden, que lo veía como el revolucionario que había echado a la dinastía de los Borbones para traer a una extranjera. Y seguía sin tener las simpatías de buena parte de los sectores populares, que no habían olvidado el bombardeo de 1843, ni el incumplimiento de las promesas de 1868. Y al final serían los lerrouxistas los que, con no poco oportunismo, se apropiaron durante un tiempo de su figura, reivindicando sobre todo el Prim militar español y “matamoros” de la guerra de África. ¡Quién lo iba a decir!

Hombre impulsivo, apasionado y contradictorio, en su época fue tan admirado como odiado, como lo supo reflejar Pere Anguera en la que aún es la mejor y más cumplida biografía de este político, militar y conspirador que fue el reusense Joan Prim i Prats.

Borja de Riquer i Permanyer, historiador.

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