Jordi Évole, el reporterismo y el 'show'

Jordi Évole y su programa Salvados (La Sexta) se han embarcado durante 24 horas en un antiguo velero de lujo, el Astral, para contar en toda su crudeza la magnitud de la tragedia del tráfico de personas en el Mediterráneo. El barco está siendo utilizado ahora por la ONG Proactiva Open Arms con la misión de acudir al rescate de los miles de refugiados que cada día son abandonados a su suerte en alta mar por las mafias organizadas, desalmados que se aprovechan de la desesperación de quienes buscan las costas de Europa para huir de la miseria y la guerra en este éxodo sin precedentes.

Évole y la cadena que le paga se han volcado en una descomunal campaña de promoción de este trabajo, que podrá verse mañana en el primer programa de la temporada y en un documental que se estrena este fin de semana en 130 salas de toda España.

Jordi Évole, el reporterismo y el showEl proyecto y las intenciones son impecables. Todos los esfuerzos son pocos para despertar las conciencias y sensibilizar los corazones dando a conocer los efectos de la mayor tragedia humanitaria de nuestro tiempo. Trasladar a la opinión pública este fenómeno brutal, insistir en la denuncia y en la presión contra las bandas de traficantes, agitar a los poderes públicos de los países receptores, a las instituciones europeas para que intensifiquen el combate sin cuartel contra las causas que han dado lugar a esta inmensa fosa común del Mediterráneo es una contribución excepcional de los grandes medios que puede ser decisiva.

Tengo sin embargo reservas con el método y el exceso de artificio que Évole y La Sexta utilizan para obtener máxima repercusión y, de paso, conseguir buenas cifras de share tras el paréntesis veraniego. El periodista y la cadena (a ver cómo lo digo para que no suene a ataque de celos) han vuelto a actuar como es su costumbre cuando presentan productos de su factoría: siempre son hazañas periodísticas deslumbrantes (casi épicas) que van a marcar una época en la historia del reporterismo español.

No quiero quitarle ni un ápice de valor a su talento, pero el vedetismo de algunas de estrellas de la tele, aparte de empalagoso cuando es tan recurrente, acaba desluciendo el resultado de un trabajo meritorio que puede ser sobresaliente pero que ni creo que sea único ni tampoco más relevante que el que cada día desarrollan centenares de periodistas que consagran sus vidas a informar al mundo sobre esta terrible travesía. Y dicho sea de paso, con muchos menos medios y más sacrificio profesional y personal que el follonero.

"No tenemos ni puta idea de la tragedia del Mediterráneo", dice Évole, en plena escandalera promocional de inicio de temporada. Como anticipando que la próxima emisión de su reportaje marcará un antes y un después. Hombre, yo creo que los ciudadanos del primer mundo en general, y los europeos en particular, han visto demasiadas veces el horror y el miedo en los ojos de los subsaharianos que llegan como náufragos exhaustos a nuestras playas, cuando no la arena sembrada de cadáveres. O la piel de estas pobres víctimas hecha jirones al descolgarse de la valla de Melilla, con las huellas recientes de las cornadas del hambre y de los golpes, persiguiendo desesperadamente la libertad y el sueño de una vida mejor.

Cómo no vamos a tener ni puta idea de este holocausto del siglo XXI después de ver en directo la huida de la guerra del pueblo sirio, centenares de niños ahogados como Aylan, el peregrinar de los refugiados desde las costas de Lesbos o Kos, su alocada carrera por media Europa, perseguidos y apaleados con inusitada dureza por las policías al mando de los gobiernos más refractarios a la acogida.

Está bien que nos lo cuente ahora Jordi Évole después de su cortísima singladura en el plató del Astral. Su trabajo seguramente es admirable, pero si tengo que elegir me quedo con el mérito discreto de fotoperiodistas como Manu Brabo y Santi Palacios, probablemente los reporteros que mejor han retratado el éxodo sirio. Sus instantáneas sobre las migraciones en el sur del Mediterráneo han sido portada en medios de todo el mundo. Como muchos otros, rehúsan cualquier protagonismo que no sea su diminuta firma junto al pie de foto. Ellos viven mucho más de cerca la acción y el drama que la estrella de La Sexta, pasan meses sin descanso con el objetivo a unos palmos de la tragedia, con la cámara al cuello, un dedo en el disparador y una mano siempre presta para ayudar en las tareas de salvamento.

Lo siento, Jordi, pero me quedo con estos chicos. Ellos representan la idea más romántica del reporterismo, de periodismo clásico de riesgo y brega. Manu y Santi son los auténticos herederos, los supervivientes de la tribu, tipos valientes y de una pieza que disfrutan y sufren su profesión como lo hicieron Manu Leguineche, Fernando Múgica, Julio Fuentes, Maria Grazia Cutuli o James Folley. Sin duda, hacen menos ruido que tú, pero gracias a periodistas de raza que permanecen sobre el terreno poniendo en riesgo sus vidas, la mayoría de los ciudadanos son menos insensibles ante la guerra y la muerte en el Mediterráneo. No van de invitados a El Hormiguero (ni les hace falta) y, al contrario que a ti, no les gusta nada el show.

El reportero no debe ser nunca el protagonista sino la correa de transmisión. Es el profesional que asume el riesgo de meterse de lleno en el avispero para ser testigo de excepción, que tiene el arrojo, la vocación y la necesidad vital de colarse en la boca del lobo del conflicto para poder contar con fidelidad y pulso real, en contacto y comunión con las víctimas, las consecuencias de la guerra, del hambre, de la miseria, de la injusticia, de los cataclismos. Con el fin de pasar inadvertidos no se hacen ni un simple selfie para compartir en las redes sociales. A pesar de ello, a veces los secuestran y los matan. Asumen el riesgo a cambio de la gratificación del trabajo bien hecho y de contribuir a que los demás sepamos qué pasa en los últimos rincones terrenales del infierno.

Que tengas mucho éxito, Jordi (incluso mayor que el que ya tienes), pero lo tuyo en la tele va de otro rollo porque el protagonista principal siempre eres tú.

Aurelio Fernández Lozano es periodista.

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