Por James D. Fernández. Director del Centro Rey Juan Carlos I de España de la Universidad de New York (ABC, 04/05/06):
AUNQUE la vasta mayoría de mis compatriotas estadounidenses no lo saben, lo que en el fondo narra la letra de nuestro himno nacional es la historia de la supervivencia de unas formas geométricas, ideales (las anchas barras y las brillantes estrellas de la bandera nacional), tras una noche de guerra, con sus bombas, cohetes, cañones, etcétera. Curiosamente -como si su autor quisiera asegurar la vigencia permanente de la letra- el himno termina no con una declaración contundente, sino con una pregunta abierta: «Dígame, ¿sigue ondeando la bandera moteada de estrellas sobre la tierra de los libres y el hogar de los valientes?».
Existe una venerada (aunque hoy debilitada) tradición en Estados Unidos del patriotismo cívico, según el cual las señas de identidad de la nación serían una serie de conceptos, leyes y procesos, un repertorio de formas ideales. Por ejemplo: igualdad ante la ley; separación de los poderes; respeto por los derechos del individuo; separación entre Iglesia y Estado, etc. Esta visión del patriotismo no depende de las características ni de la identidad de sus practicantes. De hecho, los gobiernos van y vienen; las generaciones se van sucediendo; el tejido racial, religioso, étnico y lingüístico del país se transforma constantemente. Pero quedan las formas, los procesos, las reglas del juego, el orden simbólico de las anchas barras y las luminosas estrellas.
La polémica suscitada estos días, cuando unos artistas latinos en Estados Unidos se atrevieron a traducir al español la letra del himno nacional, es un síntoma de la fuerza que tiene -y que va cobrando-otro tipo de patriotismo: el patriotismo sustancial o esencialista, a lo Huntington. Según esta mirada, la identidad nacional sí depende de la identidad y de las características (religiosas, raciales, étnicas o lingüísticas) de sus practicantes.
Tras la publicación de la noticia de la traducción al español del «Star-Spangled Banner», muchos políticos y figuras públicas de buen tono se vieron obligados a criticar duramente esta ofensa al orgullo patrio. Hasta el alcalde hispano de la ciudad de Los Ángeles, Antonio Villaraigosa, parecía querer pedir perdón a los televidentes de la cadena CNN por la perpetración de este acto ofensivo de parte de los elementos «radicales» del movimiento proinmigrante. En vez de preguntarles a los televidentes anglos «¿en qué lengua leen -u oyen leer- la Biblia?» o «¿en qué idioma rezan el Padre Nuestro?», el alcalde californiano se limitó a aceptar la intraducibilidad de las señas de identidad y de pertenencia, y a lamentar los actos de estos traductores traidores.
Pero, hoy por hoy, ¿qué representan las barras y las estrellas, y cuáles son las fuerzas (las bombas y los cohetes) que ponen en peligro su existencia? ¿Son una amenaza a los valores fundacionales de Estados Unidos los inmigrantes que cruzan ilegalmente la frontera con lo puesto en busca del sueño americano? ¿O amenazan más los que cruzan ilegalmente las fronteras con ejércitos invasores, enarbolando una bandera cuyo significado permanece como un misterio en cualquier lengua? ¿Son traidores o subversivos los que traducen al español el himno nacional, o lo son los políticos cobardes y corruptos que han permitido el debilitamiento de los derechos y de los procesos que durante más de doscientos años nos han definido como nación?
Los hispanos que reclaman la visibilidad, manifestándose públicamente en las calles en busca del reconocimiento y de la dignidad, ¿representan un peligro para los valores sagrados del país? ¿O es que el verdadero peligro lo representan los que han establecido un nuevo archipiélago mundial de centros de interrogación y de tortura, como estrategia antiterrorista y, por ende, patriótica? Parecería que vivimos en un mundo al revés: los que, desde la miseria, añoran participar en el sueño americano se tildan de subversivos y elementos peligrosos; los que desde el poder pisotean los valores sagrados de la nación son los patriotas.
Si algún día logramos salir de esta larga y oscura noche de guerra, y si a la temprana luz del alba se divisa todavía la bandera, entonces tendremos que emprender la ingente labor de restablecer los valores y los significados de sus barras y estrellas, y de reconstruir la comunidad (el nosotros) que la puede mirar con conocimiento y orgullo. Si son valores universales y traducibles, y si es un nosotros diverso y plurilingüe, algo habrá sobrevivido, y la respuesta a la pregunta formulada por el himno será afirmativa. Y si no, no.