José Rizal, un ilustrado en la Restauración

El pasado 19 de junio se cumplieron 150 años del nacimiento del héroe de la independencia de Filipinas, José Rizal. Ensombrecido su recuerdo por la distancia geográfica y mental que hoy nos separa de un océano Pacífico que en tiempos fue llamado el "mar español", la biografía del filipino no presenta hechos de guerra ni gloriosas hazañas militares como las de los libertadores americanos. Intelectual y hombre de letras, más cercano al papel y la figura de José Martí, pero crecido en un mundo colonial mucho más periférico, Rizal tampoco fue criollo como los protagonistas de la mayor parte de las independencias del XIX. Nacido en un pequeño pueblo de Filipinas (Calamba), su familia, de campesinos acomodados, era el fruto de un singular mestizaje en el que se mezclaban sangre china, malaya y española. Aunque fue en esta última tradición donde forjó su educación, su literatura y también su trágico destino.

Pepe Rizal, como le conocían sus amigos, fue un alumno distinguido de jesuitas y dominicos que viajó a España para completar estudios de Filosofía y Letras y de Medicina. Es interesante saber que ese viaje ya lo hizo hacia el oeste, cruzando el Canal de Suez que apenas llevaba unos años abierto y atravesando el Mediterráneo desde Egipto a Barcelona.

La apertura del Canal de Suez acercó Filipinas a España y la generación de Rizal se aprovechó de ello. Hay que decir que fue una generación brillante, que en la historia filipina es conocida como la generación de los ilustrados. Rizal compartió su estancia en España con un grupo muy especial de jóvenes filipinos, entre los que es obligado destacar al pintor Juan Luna, ganador de numerosos premios en los certámenes de pintura que organizaba la Academia de San Fernando y autor de un célebre cuadro, Spoliarium, en el que el expolio de los gladiadores muertos es metáfora de la explotación colonial de las islas Filipinas.

A los 25 años Rizal publica en Berlín una novela, Noli me tangere, que de acuerdo al estilo de la época retrata la sociedad filipina con espíritu crítico. La escribe en español, con un estilo y un aliento literario que poco tiene que envidiar a las novelas de entonces de Galdós, pero no la puede publicar en España porque es una crítica claramente subversiva en la España de la Restauración. Don Benito podía permitirse poner de vuelta y media a los reaccionarios españoles, pero que un joven mestizo filipino retratara sin medias tintas una colonización injusta y clerical superaba las líneas rojas de tolerancia de la época. El argumento de la novela es muy expresivo. Juan Crisóstomo Ibarra, joven filipino ilustrado, regresa a Manila después de un viaje de varios años por Europa. Sus proyectos reformistas tropiezan pronto con una realidad refractaria al cambio que encarna el estamento de los frailes.

En Madrid colabora con una revista llamada La Solidaridad y en Bruselas, a los 30 años, publica Los Filibusteros. Una segunda parte de Noli me tangere, más sombría y en la que el protagonista no es ya un joven prometedor y lleno de esperanzas, sino un maduro otoñal resentido y amargo. En cualquier caso, sus cualidades de escritor siguen intactas y la persecución de la censura también. Una censura que en la España de hoy ha venido prolongándose en simple olvido. Mientras que las novelas de Rizal se difunden en inglés, en cuidadas ediciones de bolsillo que se venden por miles en Filipinas y en los países de lengua inglesa, resultan inencontrables en su lengua original española.

En lo político, Rizal fue un hombre perseguido. Se le acusaba de apoyar el independentismo, y de regreso al archipiélago tuvo que vivir una larga temporada desterrado en Dapitan, una población pequeña de la isla de Mindanao, donde practicó la medicina.

El final es quizá lo más conocido. Reo de traición por sus actividades libertadoras, José Rizal es tomado preso y llevado a Barcelona. Al llegar allí se recibe una orden para que lo lleven de regreso a Filipinas. El 30 de diciembre de 1896 Rizal es fusilado en Manila. Dos años después, junto con Cuba y todas las posesiones del Pacífico, el archipiélago pasa a manos estadounidenses y Rizal se convierte en padre de la patria, mientras que el uso de la lengua española, en la que él fue un maestro consumado, empieza a declinar.

Todavía hoy los estudiantes filipinos aprenden de memoria los versos que Rizal escribió en vísperas de su ejecución. Versos en español que los jóvenes apenas entienden pero que están grabados en la memoria colectiva filipina, no solo por su patriotismo, sino por el amor a la vida que transpiran. Versos inscritos en el modernismo y que recuerdan a Rubén Darío: "Adiós, patria adorada, región del sol...".

Pasado el tiempo, buen momento es este aniversario para rendirle honores también en España, tanto literarios como políticos. Al fin y al cabo, además de padre de la patria de la actual Filipinas, José Rizal fue un genuino intelectual español de su época, perseguido y fusilado, no solo por independentista sino -como sucedió a muchos peninsulares a lo largo del XIX- por librepensador.

Por Carlos Alberdi, director de Relaciones Culturales y Científicas de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.

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